💀Capítulo 30. No eres nadie

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158 años atrás

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158 años atrás...

Matthias Harker nació de y para la desgracia.

Siendo el mayor de una familia con tres hermanas menores, fue concebido con una carga sobre sus hombros, un peso que no quería, pero que se le fue enjaretado por el mero hecho de nacer varón. Estaba seguro de que su existencia era una maldición o un error. No era como los demás, lo sentía en cada fragmento de su ser, en cada pensamiento que cruzaba su mente y en cada acción inexplicable que realizaba.

«El alma de su hijo debe ser purificada». Esas fueron las palabras del pastor de la pequeña iglesia en su pueblo, un hombre detestable que afirmaba poseer la aprobación de Dios.

Matthias fue castigado por el mero hecho de apagar la flama de una vela con sus dedos sin siquiera sentir una punzada de dolor. Él, un inocente niño de ocho años, fue sometido a latigazos y quemaduras, la manera en que creían que exterminarían al demonio que habitaban en él. Al final, lo hundieron en agua bendita, volviendo a bautizarlo. Para sus padres y los ojos del falso Dios, renació ese día; a sus ojos, esa fue su muerte y desapego de todo.

Aprendió que su rareza debía ser ocultada, que su extra sensibilidad debía ser un secreto y que sus presentimientos y bizarros talentos jamás debían ser revelados a nadie. Se comportó tal y como todos esperaban de él, a excepción de una cosa...

—¿El violín? —cuestionó su padre—. ¿A eso quieres dedicar toda tu vida?

—El arte y la música, padre —afirmó Matthias, aferrado a su instrumento—. Si logro hacerme de renombre, ganaré tanta fortuna que ninguno de nosotros tendrá que mover un solo dedo jamás.

Sabía qué palabras emplear, sentía qué era lo que su padre quería escuchar. Este era uno más de sus dones, sus cualidades, sus adoradas rarezas ocultas. No era normal. Nunca lo fue.

—¿Qué te hace creer que tienes el talento? —inquirió su padre, tan severo como siempre.

Matthias esbozó una suave sonrisa y colocó el violín contra su cuello, enderezando la espalda y acercando el arco a las cuerdas.

—Te lo demostraré.

Tocó como nunca antes lo había hecho y, haciendo uso de esa especial sensibilidad que poseía, percibió los sentimientos ajenos y los expresó en su música. Su padre se sentó a la orilla de su asiento, su madre dejó la cocina para acercarse a escuchar, e incluso sus hermanas menores se asomaron por el hoyo de la escalera. Una vez terminó, su padre se cruzó de brazos, y dijo:

—Solo espero que esto no te vuelva más afeminado de lo que ya eres.

No era la aprobación que buscaba, pero le bastaba, pues a la mañana siguiente había hecho las maletas y partido a Londres, audicionando para una conocida orquesta. No se volvió parte de esta, pero sería el telonero. Jamás se sintió más realizado.

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