Dorian no era el tipo de persona que bajaba la cabeza y aceptaba la derrota. Estaba perfectamente consciente de que las probabilidades no estaban de su lado, pero eso no significaba que fuese el final del camino.
Desde que se encontró con Emma Welsh, con todas esas otras personas que juraban con sangre ser sus seres queridos, se sentía más desconfiado que nunca. ¿En qué debía creer? ¿En quién debía creer?
¿Acaso debía creer en los extraños que afirmaban amarlo? ¿O debía creer en los otros extraños que lo salvaron para protegerlo de los que lo amaban?
Más allá de no tener memorias. No tenía criterio. No podía pensar de manera justa, equilibrada. Solo era él y una bruma de ideas. Unas voces por un oído y otras muy distintas por el restante.
«Te borro las memorias para protegerte de un pasado doloroso».
«Te salvé y te di un propósito».
Esto era lo que decía un lado, el único que conocía, mientras que el otro, los desconocidos, decían cosas como:
«Soy tu hermana menor».
«Soy tu padre».
«Soy tu mejor amiga».
«Soy tu alma gemela. Eres mi alma gemela».
Este último, el del vampiro, Viktor Zalatoris, era el que más lo desconcertaba. El Salvador lo conocía, Carmilla y Nicte también. Tal vez, si Dorian se ponía a armar teorías disparatadas, aquel vampiro fue el causante de su tragedia. Tal vez él era un pasado doloroso y por eso querían erradicarlo. Pero nuevamente surgía la misma duda: ¿A quién creerle?
En cuanto abordaron el tren, supo que era su oportunidad. Irían a Nueva York y él podría regresar a Reverse York con su jefe, pero para eso, necesitaba liberarse. Recordó entonces la pastilla de veneno que llevaba atorada entre la última muela y la encía. Un fuerte mordisco y sufriría muerte cerebral. Todo lo que sabía se iría a la tumba junto con él.
«Si alguna vez te encuentras en un aprieto, solo muerdela y morirás sin dolor». Le dijo El Salvador. «Nuestro pequeño secreto morirá contigo. De ello no debes preocuparte».
Dorian no quería masticar dicha pastilla por miedo. La veía como un último recurso, una medida desesperada en caso de que fuese a sufrir una muerte muy agónica.
Pero eso no significaba que no pudiese usarla como un chantaje...
—Una mordida y muero —amenazó, con la pastilla debajo de su lengua—. Lo que buscan obtener de mí, morirá conmigo.
Seis ojos estaban puestos sobre él. Elay estaba boquiabierta, Lazarus entornó la mirada y Viktor... Viktor estaba espantado, con las manos a nada de abalanzarse hacia su rostro y hacerlo escupir el veneno. No sería lo suficientemente rápido.
—¿Qué es lo que quieres? —cuestionó Lazarus, cruzando una pierna sobre la otra como si su amenaza no lo perturbara en lo absoluto—. Eso claro, si de verdad piensas matarte. —También se cruzó de brazos—. Adelante, demuestra que no eres un cobarde, Dorian Welsh.
Dorian, emitiendo una risa semi nerviosa, se puso de pie, poniendo tenso a Viktor. Abrió la puerta de la cabina de espaldas y retrocedió hacia el pasillo.
—No me puede aterrar morir cuando no tengo una razón de vivir —aseveró.
—Dorian, espera —pidió Elay con un tono cauteloso, pero antes de poder actuar, Viktor se le adelantó y también se puso en pie.
—Déjate de estupideces —sentenció con frialdad—. Si hay una fracción del Dorian que conozco debajo de toda esa carcasa, entonces no lo harás. No te rendirás así.
A Dorian le molestaba que no le creyeran. ¿Por qué no creían que fuese capaz? ¿Acaso solía ser tan mojigato?
—La morderé —repitió.
—Hazlo, encontraré a alguien que te extraiga las memorias de los sesos —replicó Lazarus, todavía impavido.
—Muerte cerebral, detective. —Dorian dejó escapar una risa descompuesta—. Lo primero que será destruido, será ese seso.
El vampiro detective por fin se mostró más renuente, descruzando los brazos.
—Dorian, ya es suficiente —intervino Elay—. Dinos qué es lo que quieres.
—Quiero llegar a Reverse York.
—¿Y después qué? —preguntó Viktor, colérico—. ¿Quieres que te dejemos regresar con tu Salvador? ¡No pasé seis meses en una prisión de mierda sufriendo para luego encontrarte y dejarte ir en menos de veinticuatro horas! —El vampiro dio un paso hacia Dorian, obligando a este último a retroceder—. ¡No sostuve tu cuerpo frío y ensangrentado entre mis brazos para renunciar a ti, Dorian!
Ante el repentino estrés, Dorian volvió a sufrir una regresión. Esta vez solo era el vampiro llorando, sufriendo, él mismo lo estaba consolando... Lo estaba salvando.
Volvió al presente y se encontró con el rostro de Viktor muy cercano al suyo. Tenía la misma expresión de dolor en esos ojos suyos, los mismos labios tornados hacia abajo, el mismo pesar.
—Tú me salvaste una vez —dijo entonces—. Ahora déjame salvarte a ti.
Viktor estiró sus dedos hacia la mejilla de Dorian, pero este último, presa de la confusión, retrocedió hasta chocar contra la puerta de la otra cabina, recibiendo miradas de espanto por parte de los pasajeros que iban dentro.
—¡Mientes! —gritó, con su voz quebrándose—. ¡Yo no te salvé de nada! ¡Yo no te conozco!
Elay también se puso en pie, asomándose por la puerta.
—Todo lo que dice es verdad, nosotros no-
—¡Ya basta! —bramó y se aferró a su propia cabeza—. ¡Todos mienten! ¡TODOS MIENTEN!
—Dorian... —Viktor trató de tocarlo, pero Dorian lo apartó de un manotazo.
—Son unos malditos mentirosos. —Un nudo se formó en su garganta, un sufrimiento que aplacó con una risa maníaca, jalándose el largo cabello azabache que caía sobre su rostro. ¿Acaso este sí era su cuerpo? ¿O era otra mentira?
Elay, notando la locura que poco a poco se adueñaba de su amigo y como los intentos de Viktor por calmarlo no funcionaban, se volvió hacia Lazarus.
—¿Puedes hipnotizarlo para que se calme?
—No, si hago eso, entonces mi otra hipnosis desaparecerá y podrá utilizar su poder en nosotros —explicó.
—¡Debe haber una manera! —exclamó, casi cayéndose hacia atrás cuando el tren se sacudió.
—La, hay —aseguró Viktor, dirigiéndose a Lazarus.
El detective vampiro, deduciendo cuál era esta opción de Viktor, frunció el entrecejo y negó con la cabeza.
—Absolutamente no.
—No nos escuchará de otra forma. Está confundido. No sabe qué es real y que no.
—¿Qué es lo que quieres hacer? —indagó Elay, desesperada.
—Lazarus —insistió Viktor, ignorando la pregunta—. Confía en mí.
—Esto no se trata de confianza, Zalatoris —refutó—. No confío en alguien con buenas intenciones para desarmar una bomba, confío en alguien con la experiencia para hacerlo. ¿Qué te hace creer que funcionará?
—Lo conozco mejor que nadie, viví conectado a él, sentía lo que él; compartimos un vínculo —explicó—. Yo sé que esta es la opción.
Dorian los escuchaba discutir, apenas alcanzando a distinguir algunas frases poco concretas. Querían salvarlo, otra vez querían salvar a la farsa, a la Anomalía Prohibida, a la carcasa viviente. Qué intención más ridícula.
—Un ser vacío no merece ser salvado —dijo, sosteniendo la pastilla entre dientes y volviendo a llamar su atención. Un solo movimiento y esto se acabaría.
Los tres lo miraron con pánico. Elay hizo amagos de salir de la cabina, pero Lazarus la apartó y en su lugar se colocó a las espaldas de Viktor. Dorian solo podía escuchar las palabras del Salvador:
«Te di un propósito».
«Te haré olvidar por completo y te libraré de todo sufrimiento».
«Será una muerte indolora».
Solo tenía que morder la pastilla. Solo tenía que morder la pastilla. Solo tenía que...
—¡Ordéname que sea sincero contigo! —exclamó Viktor a escasos centímetros de su rostro.
Dorian solo pudo fruncir el ceño hasta que sintió como un peso se le era removido de encima. La hipnosis de Lazarus Solekosminus desapareció, su poder era suyo de nuevo, pero en lugar de atacarlo, Viktor Zalatoris le pedía que le ordenara... ¿Ser sincero?
—Sí no crees en mí, entonces fuerzame a ser honesto contigo —insistió—. Tú confías en tus habilidades y sabes que, si me lo ordenas, diré toda la verdad.
Dorian, sintiendo el plástico que recubría la pastilla entre sus dientes, volvió a empujarla debajo de su lengua y miró a Viktor fijamente a los ojos. Si esto quería, lo obtendría.
—Dime la verdad. —Tragó saliva—. Dime la verdad sobre nosotros. Sobre lo que sientes por mí.
El dorado de sus iris se reflejó en los del vampiro y este, de manera monótona, obedeció:
—Eres mi novio, mi alma gemela, el primer humano que he amado en más de ciento cincuenta y ocho años —respondió—. Y te amo. Te amo y quiero salvarte como tú me salvaste a mí.
Dorian se tornó boquiabierto. ¿Por qué lo amaba? Pero, sobre todo... ¿Por qué le dolía tanto escucharlo decir esas cosas?
Se aferró a su pecho con una mano y apartó sus ojos de los de Viktor, erradicando los efectos de su poder. El vampiro parpadeó varias veces y se volvió hacia Dorian, a punto de decir algo hasta que este último lo interrumpió sacándose la pastilla de la boca y tirándola al suelo. La destrozó de un pisotón y negó con la cabeza.
—No me preguntes por qué —advirtió—. Porque ni yo lo sé.
Viktor le sonrió con disimulado alivio, relajando el cuerpo. Elay se dejó caer en su asiento, maldiciendo por lo bajo.
—Mierda, hombre —exhaló—. Vas a provocarme un infarto.
Lazarus se acercó rápidamente a Dorian y, antes de darle espacio para protestar, se aferró a sus hombros y lo miró a los ojos.
—No usarás el poder de tu voz —ordenó.
Y en menos de tres segundos, Dorian volvió a ser un prisionero. No pudo más que rodar los ojos.
Llegaron a Nueva York una hora y media después. Estaba amaneciendo en la ciudad que nunca dormía, por lo que, tan pronto se detuvo la locomotora, se apresuraron a bajar para aprovechar los pocos minutos de oscuridad que quedaban.
—Iré a conseguirnos un coche —avisó Lazarus, adelantándose—. No pienso quemarme vivo bajo el sol Neoyorkino.
Esta vez Elay se ofreció a llevar a Dorian consigo, muy a protesta de este, por lo que Viktor iba atrás, protegiéndo sus espaldas. O ese era el plan hasta que sintió una punzada en los colmillos.
Saboreó la sangre en su boca y, temeroso, la abrió para dejar que esta escurriera sobre su palma. Un número se formó con esta: XXV.
Veinticinco. Veinticinco días antes de convertirse en Nosferatu... otra vez. Sabía que el amor de Dorian era poderoso, pero como todo, tenía fecha de expiración. Este le otorgó más de seis valiosos meses de vida, pero su frágil humanidad ya le demandaba más.
—Viktor —llamó Elay.
Al volver la cabeza hacia arriba, notó que tenía las miradas puestas sobre él. Se apresuró a cerrar la mano en un puño con disimulo, y colocarla detrás de su espalda.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—¿Todo bien? De repente te quedaste ahí congelado —señaló ella.
Esbozó una sonrisa ladina.
—Mi querido Dorian está vivo, no podría estar mejor —mintió, guiñándole el ojo a Dorian.
Elay compró la mentira y se carcajeó mientras negaba con la cabeza para después seguir caminando con Dorian, pero este último no se tragó su farsa del todo. Miró al vampiro con los ojos entornados, desconfiado y, tras un rápido escrutinio, le dio la espalda.
Viktor sabía que no estaba mal por ahora, pero tampoco estaba bien. El tiempo se le acababa, y no podía ser en peores circunstancias.Yo solo quiero revivir los traumas del primer libro 😈
¡Muchísimas gracias por leer! 💛
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Vampire Anomaly
VampireLIBRO 2 DE VAMPIRE KISS ¿Cómo puedes recuperar lo que no sabes que está perdido? Seis meses después de los eventos de Vampire Kiss, Dorian Welsh ha perdido todas las memorias de su pasado y se encuentra atrapado a merced del Salvador, un misterioso...