💀Capítulo 37. No aún

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Viktor vio a Carmilla tambalearse y desplomarse, con la daga de Hierro Solar sobresaliendo de su espalda

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Viktor vio a Carmilla tambalearse y desplomarse, con la daga de Hierro Solar sobresaliendo de su espalda. El vampiro se despabiló rápidamente y extendió las manos para atraparla antes de que cayera al suelo. Su amiga estaba inconsciente, con la cabeza apoyada contra su pecho y el cabello sobre la cara.

Viktor la rodeó con sus brazos y se arrodilló junto con ella. Vio su mano, manchada con la sangre que brotaba de la herida de Carmilla. Todavía no estaba muerta, no le había dado en el corazón, pero...

—Qué estúpida —irrumpió la voz de Matthias, apareciendo detrás de Viktor—. Planeaba detener esa daga antes de que rozara un solo cabello tuyo, pero ella se interpuso.

Viktor lo ignoró y, en su lugar, puso toda su atención sobre Carmilla. Era una daga de Hierro Solar y las heridas de estas no se curaban por sí solas; quemaban y eran una completa agonía si no tenías la suerte de perder el conocimiento.

—Mierda, Carmilla —masculló con la voz quebrada y, con una mano temblorosa, se aferró al mango de la daga—. ¿Por qué hiciste eso, vampira tonta?

De un rápido movimiento, sacó la cuchilla de la espalda de su amiga y ella abrió los ojos de súbito, profiriendo un agónico grito. Viktor la sostuvo y abrazó su cabeza, enredando los dedos entre sus cabellos.

—Lo siento, perdóname, pero es mejor así —susurró a su oído, tratando de consolarla.

Carmilla continuó jadeando de dolor, incapaz de soportar su propio peso o pronunciar una sola palabra. Un vampiro siendo apuñalado por una daga de Hierro Solar era equivalente a un humano siendo apuñalado por un cuchillo común y corriente, dependiendo del sitio, no moriría al instante, pero si no se trataba...

—Ayúdame a salvarla —pidió Viktor a Matthias, quien ahora se encontraba parado al lado de un paralizado Dorian.

Dorian, quien veía a Viktor con un odio animal y una especie de hambre insaciable. Su camisa estaba hecha jirones, su cabello revuelto y había sangre fresca en sus afilados colmillos. ¿Qué demonios le había hecho?

—¿Por qué habría de ayudarte? —cuestionó Matthias, provocativo y cruel.

Viktor miró a la semi consciente Carmilla en sus brazos, a Dorian perdido en su propia bestialidad, a sí mismo asustado e impotente porque no poseía las capacidades suficientes para salvarlos a ambos, a nadie. La respuesta a la pregunta de Matthias era muy sencilla.

—Porque no puedo hacerlo solo —contestó, aferrándose con más fuerza al cuerpo de su amiga—. Porque te necesito, Matthias.

Matthias esbozó una sonrisa triunfal, la expresión de alguien que había asumido su victoria con orgullo. Matthias Harker había ganado, logró quebrar a Viktor, atacar todas y cada una de sus debilidades, rebanar sus fibras más sensibles y conseguir lo que tanto anhelaba.

—Me necesitas —repitió Matthias.

Viktor frunció el entrecejo, colérico.

—Ganaste —concedió entre dientes—. Conseguiste lo que querías.

Matthias asintió y colocó ambas manos detrás de su espalda. Dorian, a su lado, continuó forcejeando contra la fuerza invisible que era su magia. Había creado un sanguinario monstruo fiel a él, herido a Carmilla y dejado a Viktor sin defensas. Todo le estaba saliendo perfecto.

—¿Qué estarías dispuesto a darme a cambio de mi ayuda? —cuestionó, inclinándose hacia el rostro de Viktor—. Siempre estoy abierto a trueques.

Viktor lo encaró.

—No quiero hacer un trueque contigo —masculló—. Solo quiero que los ayudes.

—Pero así no funcionan las cosas, mi querido Viktor. Así no funcionamos los brujos. —Levantó el dedo meñique y el pulgar de su mano derecha y, al juntarlos, Dorian comenzó a retorcerse de dolor.

Viktor dirigió sus ojos hacia él. Ya no existía esa faceta salvaje de antes, era Dorian, con su amable mirada y sus rasgos comunes. Matthias ya no estaba torturando a un monstruo, no, estaba torturando al real, muy a sabiendas de lo que esto significaba para Viktor.

Viktor dejó a Carmilla sobre su costado en el suelo, y se incorporó de un ágil movimiento, haciéndose del cuello de la túnica de Matthias.

—¡YA BASTA! —ordenó, sintiendo como su propio instinto vampírico más crudo se apoderaba de él.

Matthias, satisfecho con su reacción, le dedicó una sonrisa ladina.

—¿Reconsiderarás el trueque? —preguntó.

Viktor estaba por negarse, pero fue interrumpido por otro alarido proveniente Dorian, seguido de un sonido similar a un tronido, no le tomó ni cinco segundos percatarse de que eran sus huesos siendo quebrados uno a uno. Su amado estaba derramando lágrimas de mero sufrimiento, aferrándose con las uñas al suelo de piedra de la catedral. Odiaba esa vista, odiaba el olor a sangre que emanaba de Carmilla y, sobre todo, odiaba su rostro frente a él.

«No puedes pelear contra él». Pensó con toda la impotencia de su alma. «Ya ganó».

Matthias se aferró a su mejilla, forzándolo a que conectarán miradas.

—Te tengo una propuesta —dijo entonces—. Dejaré de torturar a Dorian y sanaré a Carmilla.

Viktor lo observó con desconfianza y se agarró con más fuerza a la tela de su ropa.

—¿A cambio de qué, maldito maníaco? —siseó.

—A cambio de tu amor.

Viktor amplió los ojos. No tenía idea de qué representaba un trueque como aquel, o cómo podía darle su amor a cambio. No era algo material, era una emoción, algo subjetivo que incluso podría pretender.

Matthias se alejó un par de pasos y extendió una mano hacia él.

—¿Cerramos el trato? —inquirió.

Viktor vio a Carmilla, inconsciente sobre un charco de su propia sangre, y luego oyó un ahogado sollozo provenir de Dorian, quien ya ni siquiera parecía coherente debido al dolor que aquejaba su cuerpo.

«No hagas trueques con brujas». Eso era lo que Rhapsody le decía, en realidad, lo que todos decían. La magia era engañosa y las condiciones de los trueques eran un misterio excepto para quienes las imponen.

Pero ¿qué más podía hacer? No podía pelear contra alguien como Matthias, no podía escapar de ahí y definitivamente no podría salvar a ambos. Sabía que Matthias solo los liberaría de su actual sufrimiento y de seguro los mataría poco después, pero si les conseguía tiempo, tan solo un poco más, Carmilla y Dorian podrían ser salvados por Lazarus y compañía.

Solo necesitaba estrechar esa mano y aceptar. Solo eso debía hacer. Solo un pequeño sacrificio a cambio de una enorme ganancia.

Dio un paso hacia Matthias, sin quitarle la vista de encima, y estrechó su mano con firmeza.

—Acepto —declaró.

Matthias sonrió de oreja a oreja y, sin separar sus manos, las colocó de manera vertical, dedos contra dedos y palma contra palma.

—Que así sea, Viktor Novikov —sentenció.

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