💀Capítulo 4. No la dejes sola

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No había una explicación para los fenómenos que rodeaban a Emma Welsh

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No había una explicación para los fenómenos que rodeaban a Emma Welsh. Los susurros persistentes, los escalofríos repentinos, las figuras borrosas que vislumbraba de reojo... Y la trágica muerte de su hermano mayor.

Emma se sentía maldita, convencida de que sus desgracias no eran simples coincidencias, sino el resultado de un maleficio arraigado sobre ella. Aunque sonaba absurdo, no encontraba otra razón. ¿Por qué los difuntos le susurraban al oído? ¿Por qué veía a espíritus en agonía? Y, sobre todo, ¿por qué había perdido a su hermano?

Desde el fallecimiento de Dorian, algo cambió en Emma. Sabía que no era normal; su hermano se lo había mencionado. Era una Anomalía, hija de una Banshee —una mujer medio muerta— y de un humano completamente vivo. Tras la pérdida de Dorian, Emma se sumió en un mutismo selectivo, replegándose en su propio dolor mientras escuchaba murmullos en sus oídos. Al principio creyó que el duelo la estaba llevando a la locura, pero pronto comprendió que era algo más: un poder, una sensibilidad inexplicable.

Al igual que Dorian, Emma descubrió habilidades sobrenaturales que antes desconocía, aunque diferentes a las suyas. Mientras él tenía una voz hipnótica que controlaba a otros, ella percibía más allá de lo tangible. Observaba espíritus, los escuchaba y sentía un impulso innato de ayudarlos, de guiarlos hacia su destino. Después de todo, su madre era una Banshee guía, encargada de conducir a los muertos al más allá.

Lo odiaba. La hacía sentir como un completo fenómeno, más excluida de lo normal.

Aquí tienes una versión mejorada del texto:

—Emma Welsh —llamó la voz de la enfermera de la escuela—. Emma, ¿me estás escuchando?

Era la tercera vez esa semana que la llevaban a la enfermería por un ataque de pánico. Cada vez que veía a un espíritu atrapado en este plano, su pecho se contraía y la garganta se le cerraba como si estuviera sufriendo un shock anafiláctico. Empezaba a hiperventilar, sudaba profusamente y su corazón latía a un ritmo alarmante. Como era de esperar, la enviaban a la enfermería, aunque lo que en realidad necesitaba era un exorcismo, algún tipo de magia o algo tan disparatado como eso.

—¡Emma!

Emma, saliendo del cuadro de pánico, suspiró y se giró hacia la preocupada enfermera.

—Ya estoy mejor —aseguró.

La enfermera no parecía convencida. Era una mujer mayor que había dedicado casi toda su vida al colegio y había visto de todo como para conformarse con tan poco.

—Los ataques de pánico continuos no son normales —puntualizó, ofreciéndole un vaso de unicel con té de valeriana recién preparado—. Tómatelo. Te ayudará a relajarte.

Emma lo tomó y frunció el ceño.

—¿No me dará sueño?

—Quizás —respondió la enfermera con calma—, pero pronto te irás a casa.

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