💀Capítulo 21. No te dejaré

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Lo primero de lo que se percató Viktor al abrir los ojos, es que no seguía en el mismo sitio

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Lo primero de lo que se percató Viktor al abrir los ojos, es que no seguía en el mismo sitio. El departamento de Roderick y Ludmila fue reemplazado por un cuarto que no reconocía. Era pequeño, con paredes empapeladas de color amarillo pastel y muebles que estaban a medio desenvolver en papel burbuja o dentro de algunas cajas con sellos de «frágil».

Lo único que no estaba envuelto, era una cuna de madera pintada de blanco y, encima de esta, un móvil en donde colgaban unos curiosos animales de circo hechos de felpa.

Viktor frunció el ceño y se aproximó a la cuna con pasos cautelosos, pero antes de poder siquiera asomarse al interior de esta, se sobresaltó cuando la puerta fue abierta de súbito y atravesada por un hombre y una mujer. Él retrocedió, anonadado al reconocer a un joven Roland Welsh junto con su desaparecida esposa, Ciara Doyle.

Ciara era bellísima, una figura casi angelical en carne y hueso con su mística aura de Banshee que era anclada a la realidad por su mitad mortal. Era como ver a un espíritu benevolente, alguien que no debía existir, pero lo hacía, con una tierna sonrisa en sus labios y una mirada sobrada de amor cada vez que veía a su esposo y incluso más adoradora cuando se acercó a la cuna y se inclinó hacia esta. En sus brazos sostuvo a una pequeña criatura, un bebé envuelto en una manta blanca, era demasiado frágil y, cuando lloró, sus sollozos eran muy agudos, probablemente había nacido hace tan solo unos días. A Viktor no le cupo duda de quién era ese bebé.

«Dorian, por supuesto que sería él, son sus memorias». Pensó, desaprobándose a sí mismo por tardar tanto en darse cuenta.

A sabiendas de que no podían verlo, se aproximó a la joven pareja que atendía al bebé. Ciara lo balanceó lentamente en sus brazos y tarareaba una melodia en voz baja que casi de inmediato sumió a Dorian en un profundo sueño, uno casi hipnótico. Viktor no sabía qué decía la letra ya que parecía estar en irlandés, pero su voz, digna de una Banshee, le daba una sensación de seda contra la piel, tan suave y reconfortante.

Como mero espectador, parecían una familia idílica, del tipo que vería en un catálogo convenciendo al comprador de adquirir artículos para bebés o incluso de invertir en un seguro de vida bajo la premisa de «protege esta imagen tan bella».

Pero de pronto, dicha imagen cambio, un cambio tan sutil que al inicio le fue imperceptible. Seguían en el mismo sitio, pero ahora la habitación estaba pintada de blanco y Roland era quién cargaba a un Dorian de unos cuatro o cinco años en sus brazos mientras que Ciara sostenía a otro bebé, a Emma.

—Dile hola a tu hermana, Dorian —ánimo Roland.

Dorian, con los mismos ojos juzgones que Viktor le conocía en la actualidad, frunció el ceño al ver al bebé, pero también se mostró intrigado.

—Tendrás que cuidarla tú también —añadió Ciara, era la primera vez que la oía hablar, una voz tan clara y delicada, igual a su canto—. ¿Puedes prometerle eso a mamá?

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