7. La pregunta por qué

1.2K 150 23
                                    

Así, cerrando los ojos, concentrado en relajar ambos dedos gordos de sus pies, luego los otros cuatro de cada uno; centralizado en los movimientos rítmicos de su caja torácica que subía y bajaba al respirar; así, mientras Just the Two of us invadía sus tímpanos, se relaja de a poco. No hay nadie consigo. Como le gusta. Es más fácil, pues logra sentirse liviano.

El aire no se cuela por sus oídos, gracias a sus audífonos, pero lo siente. Oh, lo siente. Roza con la piel desnuda, esa que no es cubierta por su hoodie desde sus muñecas, o su cuello, o hasta la de sus tobillos desprotegidos por el largo de sus jeans. La frialdad de la pared sí llega hasta su espalda y se combina con la del suelo desde su trasero, sin embargo, la calidez de los rayos de aquella mañana le golpean la cara mientras esta es inclinada hacia el cielo, evitando así congelarse al estar sentado.

Tranquilidad, soledad. ¿Ese es el idioma de la gente solitaria?

Cuando sintió un toque ligero que tiraba de su sudadera, abrió los ojos, encontrando a un chico de cabello negro quien inclinaba su cabeza, curioso al verlo. Aquel le sonrió con los labios juntos.

—Sabía que estarías aquí. —Lo escuchó decir cuando retiró un audífono, destapando su oído derecho. El chico, quien había estado inclinado para quedar a su estatura, se sentó junto a él—. Me alegra que te haya gustado este lugar.

Sólo podía mirarlo. Había algo en aquel chico que no le permitía desenfocar su vista de él.

Se obligó a hablar:

—Sí, gracias.

Jamás había sido diestro al hablar. Jamás había tenido la necesidad de hacerlo.

—¿Ahora de qué te escondes? —inquirió el otro.

Apretó sus labios. Quería hablar, decir algo. Aquel chico merecía que lo hiciera. Y, aunque se preguntó por qué ese chico necesitaba que él cambiara, seguía ese pensamiento donde se obligaba a hacerlo.

¿Por qué?

¿Por qué?

—No me escondo.

Sí, lo hacía.

Pero ya era natural, era como una acción grabada en su sistema, tan repetitivo y mecánico como el respirar o parpadear. Era más fácil así. Nadie lo molestaba, nadie le preguntaba cosas, nadie indagaba en su privacidad ni lo obligaba a crear vínculos innecesarios de amistad.

El chico a su lado no le creyó, haciéndolo evidente cuando murmuró entre sus labios.

—¿Tú de qué te escondes? —devolvió la pregunta.

El otro amplió su sonrisa, mostrando sus dientes. Seguía sin dejar de mirarlo.

—Te lo contaré. Necesitaré tu ayuda. —El chico cambió sus postura, doblando sus rodillas y colocando un tobillo arriba del otro e inclinándose hacia su lado. Así que se obligó a inclinar su cuerpo también, para quedar frente a él, y apagó la música—. Estaba en clase de cognición con el tema de Teoría de la mente y entonces la profesora dijo que podíamos ser capaces de leer la mente. ¡Puedes creerlo! ¡Leer la mente! Entonces, necesito tu ayuda para saber si puedo hacerlo.

Había determinación en aquella mirada, no podía decirle no. Así que asintió con su cabeza, en silencio. El otro volvió a sonreír, enderezó su espalda y lo miró fijamente. 

Aunque se sintió incómodo por eso, se obligó a no huir.

Nunca fue diestro para muchas cosas, una de ellas: que lo miraran. Otra: que alguien se acercara tanto como aquel chico atrevido.

Una vez en una borrachera [YM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora