XIX.- Sus latidos. Al unísono.

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Snape emanó tras el tronco al que ella había apuntado con la mirada. Silencioso, impertérrito, como alguien a quien acaban de descubrir se entrega vencido.

—Lucius... —saludó—. ¿Cómo tú por aquí?

Malfoy se apartó de la joven, guardando la varita con disimulo.

—Severus... Siempre tan oportuno. Tenía asuntos de los que ocuparme.

Snape miró un segundo a la chica, sin dejar de avanzar hacia ambos.

—Ya... veo... Y por lo visto dichos asuntos tienen algo que ver con la Srta. Lestrange... ¿O me equivoco?

—A decir verdad, estábamos a punto de solucionarlo.

Snape se detuvo, colocando las manos en sus bolsillos. La miró, en silencio y con un movimiento sutil de cabeza le ordenó que se marchara. A punto estuvo ella de hacerlo, cuando Lucius la detuvo, colocando el brazo firme frente a su cuerpo. Ascendió despacio la mirada, enfrentando al profesor.

—¿No me has oído?...

Snape se mantuvo sereno, ignorando la pregunta del contrario.

—No resultaría muy complejo para el director de esta escuela detectar la presencia inesperada de un intruso en los lindes de este bosque. Sabrán que estás aquí, y no me quedará otro remedio que constatar la información.

—No te metas en esto, Severus —advirtió con la voz a punto de transformarse en un gruñido.

—Me temo que no puedo aceptar lo que me pides. Esta alumna es mi responsabilidad, como bien sabes.

Y de manera muy sutil, Snape fue aproximándose poco a poco hacia ella. Quizá para cualquier otro hubiese sido imperceptible, pero para Lucius no lo fue.

—Ya... Seguro que estás aquí por eso y por nada más —acusó.

—Creo que no es precisamente mi presencia la que debe cuestionarse aquí, Lucius.

Snape introdujo la mano en su bolsillo, ya más cerca de la joven, y Lucius sacó la suya, manteniéndola hacia el suelo.

—¿Crees que soy una amenaza? ¿Que voy a hacerle daño? —sonrió de aquella forma tan siniestra.

Rose supo que estaba empezando a perder el control sobre su enfado.

—Por... lo que me consta... ya lo has hecho.

Pero aquello... ah... aquello terminó por desatar su rabia. Rose abrió de par en par los ojos al escuchar en voz alta su respuesta. Tal acusación dirigida a Lucius Malfoy era más que atrevida (aunque cierta). ¿Pero cómo sabía él que le había hecho daño?

Si Rose hubiera podido recordar, si el propio Snape no hubiera sustraído aquellos recuerdos, sabría cómo lo había averiguado. Pero él por supuesto, se había encargado personalmente de que ella no pudiera recordar ninguno de los momentos en los que habían intercambiado algo más que simples palabras. Era demasiado revelador, demasiado peligroso. Nadie, ni tan siquiera ella misma, podía ser consciente de todas esas cosas. Sin embargo... hacía escasas horas, había averiguado más de lo que incluso él mismo sabía.

Sus latidos.

Al unísono.

—Me gustaría que esto se solucionara por las buenas —insistió Lucius, colocándose de manera estratégica en el círculo que sin querer los tres habían formado.

—Es un poco tarde para eso, ¿no crees?... Deja que ella se marche, y te escucharé.

—Lo cierto es... —se detuvo repentinamente y el círculo dejó de girar— que en cierto modo no me sorprende.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora