III. FRIALDAD

920 78 6
                                    


Una semana más tarde.

La navidad se aproximaba a pasos de gigante aquel año. Parecía ayer cuando aún me quejaba por el calor que hacía en el aula de Pociones. La humedad de las mazmorras y en especial la de aquella aula me agobiaban notablemente, por no hablar de las estupideces de Weasley junto a Granger. Excluía a Potter por supuesto porque lo ignoraba por completo. No me importaba dónde estuviese o qué estaba haciendo. Había aprendido que él era la indiferencia hecha persona.

No supe nada más de Lucius Malfoy desde la última noche en la que nos encontramos. Y sinceramente, tampoco recuerdo si fue real o no, ya que tampoco evoco cómo llegué a salir de aquel lugar del que ni tan solo bien recuerdo. ¿Aquel beso fue real? Últimamente nada me parecía cierto. El timbre sonó y por fin éramos libres un fin de semana más, aunque yo no lo era del todo. Tenía que pasarme por el Callejón Diagon para comprar un par de calderos más. 2 al menos.

La campanita de Slug & Jiggers sonó sobre mi cabeza y el calor de la calefacción me golpeó en la cara en contraste con el frío de fuera. Por no hablar del espantoso hedor que yacía allí dentro.

—¡Señorita Lestrange!

La voz del profesor Slughorn me logró sobresaltar, pues di un ligero respingo e incluso cerré los ojos conteniendo el susto.

—Profesor —fingí grata sorpresa.

—¡Señorita Lestrange...! ¿Qué la trae por aquí? —se acercó, con una clara motivación que no comprendí.

—Pues... Pasaba para-

—¿Dos calderos de Peltre medida 2? —interrumpió el tendero.

—Sí, señor.

—Oh... —dijo la puntillosa voz de Slughorn—. Se me había olvidado el desastre que es usted en pociones, Srta. Lestrange —comentó con una chistosa voz que a mí no me hizo ni pizca de gracia.

—Sí, profesor —comenté amargamente.

—No es en absoluto flexible el profesor Snape, ¿verdad? —arrugó la frente, preocupado.

—No, señor —quise hacerme la loca, agarrando ya la bolsa con los calderos, dispuesta a marcharme.

—¡Es fascinante que una de mis alumnas aproveche sus horas libres para pasarse por una tienda dedicada a mi asignatura! —exclamó sintiéndose orgulloso, dejándoselo ver al pobre tendero que le sonreía amablemente—. Señorita Lestrange —me nombró antes de que desapareciese por la puerta.

—¿Sí, señor?... —me giré, sosteniendo la puerta, respirando aire puro otra vez.

—¿Ya se va?

—Sí, señor. Debo hacer un par de cosas más.

—Qué lástima —se esforzó en sonreír, logrando una mueca un poco extraña, la verdad...

—Hm —murmuré como dándole la razón, sin saber qué más decir. Volví a forzar el agarre para abrir, puesto que la puerta pesaba.

—Señorita Lestrange —volvió a decir.

—¿Sí? —pregunté un poco más alterada.

—¿De qué cosas debe ocuparse? —de sobra sabía ya Slughorn que mis intenciones no solían ser buenas. Pero aquella vez, no tramaba nada malo... Al menos no por ahora.

—¿Perdón? —pregunté ofendida.

—Oh, sí, mis disculpas, señorita... No son cosas en las que deba entrometerme...

—Buenas tardes, profesor —dije a modo de despido. Él pareció quedarse inmerso en la nada, pensando en las miles travesuras que creía que estarían en mi mente.

Me ajusté la bufanda, colocándomela por encima de la nariz y continué mi camino. Tenía pensado pasarme por Flourish y Blotts, pero recordé que también podría dedicarle mi valioso tiempo a Borgin y Burkes, en el Callejón Knockturn. ¿Qué necesitaba yo de allí? Nada, en absoluto, pero nunca estaba de más mirar.

Estaba claro que fue el destino y no mi curiosidad por "mirar" el que me llevó hasta allí, pues nada más entrar, me topé de frente con una túnica negra y un grasiento pelo oscuro. No tenía siquiera que levantar la vista para saber quién era, pero lo hice topándome con una gran nariz aguileña que casi me atraviesa el ojo derecho. No habló, no articuló ni una palabra, me miraba esperando, esperando a que me hiciese a un lado para poder pasar. Eso hice torpemente, y le seguí con la mirada. A él y a su capa ondulante.

Misterioso. Inducía pura indagación. Pura curiosidad. Pero aquello no fue lo único que me sorpendió aquella tarde cuando volteé la vista de nuevo hacia el interior de la tienda en la cual aún no me había dado tiempo ni tan solo a entrar. Se detuvo en seco un hombre pálido y de ojos grises. Sí... El hombre de ojos grises. Su particular movimiento de alzar la barbilla y el labio me aceleraron el corazón tan rápido como él aceleró su paso hacia mí, pero no para entablar una conversación, sino para salir por la misma puerta por la que yo había entrado.

Pasó por delante de mis narices, mirándome con un rostro de puro odio. Indudablemente sí había sucedido algo aquella noche. Y si fuese poco el desconcierto que la salida de Snape me había procudido, aún la de los dos me dejó más ensimismada en mis más oscuros pensamientos. En seguida me puse a entrelazar una escena con la otra, y miles de imágenes rodaron por mi mente ayudándome a escoger cuál podría acercarse más a los verdaderos acontecimientos. Pero ninguna de ellas, lamentablemente me convenció. No tardé menos de 10 segundos en salir tras él por aquella puerta gritando su nombre.

—¡Lucius!

No obtuve respuesta alguna. Siguió caminando perdiéndose en la niebla, ayudándose por su bastón. Lo último que pude sentir de él, fue el escuchar de su bastón clavándose en la nieve.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora