IV. HIELO Y FUEGO

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Aquella tarde nevaba, era una de las tardes más frías de cualquier otro diciembre. Y yo tenía que estar en uno de los peores lugares del castillo cuando hacía frío: el aula de Pociones. Snape estaba en completo silencio, escribiendo sobre un par de pergaminos. No nos miraba, pero apostaba 100 galeones a que captaba el 50% de los movimientos que hacíamos todos los que estábamos en aquella clase. Sabía que se había dado cuenta de lo realmente nerviosa e impaciente que estaba. ¿Serían imaginaciones mías o ese día había estado mostrándome más de su atención? ¿Sería porque sospechó al verme entrar en Borgin y Burkes? ¿Sería porque Lucius ya le había puesto al tanto? ¿Y si sabía ya lo de la marca? Al fin y al cabo él era el director, y esperaba que no hiciese nada al respecto. La clase había concluido, pero él continuó sin levantar la pluma del papel. Nadie nos tenía que decir que era la hora de salir, eso lo teníamos ya más que aprendido. Intenté no llamar mucho la atención, y aunque esperaba salir la primera, aplacé mi impaciencia y esperé para salir la última, retardando el momento de recoger. Pero él no era idiota, él estaba al tanto de todos mis movimientos más que de ningún otro alumno aquella tarde del 15 de diciembre.

—Señorita..., Lestrange... —musitó sin levantar todavía la vista de sus escritos.

—Sí, profesor —respondí cuando ya estaba a punto de salir de ese dichoso sitio.

—¿A qué..., tanta prisa?

—A nada, señor...

—¿Iba a algún sitio?

—No, señor.

—No intente mentirme... Le aseguro que será..., peor.

Me quedé en silencio.

—Le gustará saber que está terminantemente prohibido que un alumno salga del castillo y que si esa normativa se eludiese, dicho alumno estaría obligado a abandonar el colegio de forma inmediata —como siempre, sus palabras siempre sonaban exageradamente duras. Dicho así parecía que me esperaba un funesto destino, pero yo no era idiota. Sabía perfectamente que sí podía salir de allí al terminar mis clases. Y ya habían terminado por hoy.

—Señor, esta era mi última clase.

—Usted lo ha dicho. Era. Ahora, márchese y disfrute de su tarde. Dentro, del castillo.

—Pero señor, todos mis compañeros saldr-

En aquel momento me vi interrumpida por su rápida reacción. Se levantó del asiento en un abrir y cerrar de ojos, acercándose a mí con su capa ondeándose a su espalda.

—No me contó cuáles eran sus intenciones al entrar en el establecimiento de Borgin y Burkes. ¿Qué buscaba? ¿Una bufanda para el invierno? ¿Una máscara para el baile de navidad?

—Señor...

—No quiero oír ni una palabra más —su tono de voz era enfadado, ronco y tenaz. Definitivamente estaba hablando en serio.

—Señor, he de ir a ver a mi hermano...

—50 puntos menos para Slytherin.

—¿¡Qué!? ¡Pero señor!

—Largo —pronunció como arrastrando aquella palabra haciéndola prácticamente infinita.

Me sentía tan impotente ante aquella situación... Rodolphus era la excusa perfecta, la mansión de los Malfoy no quedaba en absoluto lejos de la mía.

—Profesor, hable con mi hermano, le aseguro que-

—Si llega a mis oídos que la señorita Lestrange ha salido esta tarde del castillo, le aseguro que tomaré cartas en el asunto. Cartas que sin duda no alegrarán su estancia en este castillo. Y ahora, desaparezca de mi vista.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora