XVII - Revelium.

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«—¿Profesor? ... »

«—Por favor...»

—Ayúdeme...

Había voces que se entremezclaban en su mente. Voces que parecían proceder de un recuerdo, de un estado inconsciente en el que se había encontrado en algún punto. Había, de algún modo, conseguido recolectarlas, y aunque no procedían de sí misma, sino de algo que alguien había implantado en sus recuerdos, algo que reamente no le pertenecía pero en lo que sí había sido partícipe, podía reconocer alguna de ellas. Compañeras de su casa, algunas incluso con las que compartía dormitorio. Parecían estar preguntando algo, interesadas, curiosas e incluso asustadas. Pero... ¿de quién era esa última voz que parecía más cercana? Esa que parecía proceder de sí misma, como si... de algún modo fuera la del responsable de que ese recuerdo infundido estuviera ahí, en su cabeza dormida.

Se recuperará si... la dejan descansar y... no se entrometen en asuntos que no las... conciernen.

Y de pronto, en un arrebato de lucidez, cuando comprendió por fin, su corazón bombeó tan intenso y tan deprisa, que la obligó a despertarse.

Sus ojos volvían a ver, su nariz volvía a percibir el olor del ambiente, sus oídos podían escuchar los acalorados latidos de su frenético corazón y su piel... su piel podía sentir el frío sudor que perlaba su frente, que empapaba sus sábanas. Estaba sola, el dormitorio de la sala común estaba vacío por completo, y menos mal, pues lo último que le hubiera apetecido en aquel momento era ponerse a hablar de algo que ni siquiera recordaba. Sabía que las preguntas llegarían en cualquier momento, pero ella no tenía las respuestas ni tan siquiera le apetecía tener que darlas. Más bien, lo que realmente quería, era que se las dieran a ella. Alzó sus temblorosas manos frente a sus ojos y procuró tensar los dedos, comprobar si aún podía darles uso. Lo mismo con sus piernas y posteriormente con su torso. Aunque sus músculos tardaron en reaccionar, lo terminaron haciendo, y ella consiguió ponerse en pie aunque costosamente. Siseó en cuanto apoyó un pie en el suelo y el dolor despertó de pronto tras su espalda, a la altura de sus lumbares. Un dolor sordo, frío, latente, que la obligó a tener que volver a tumbarse.

De haber podido recordar, de no haber estado inconsciente, habría comprendido de dónde procedía aquella palpitación tan insoportable, hubiera recordado y por tanto hubiera sabido que cuando a una se la lanza desde un autobús directa al suelo, la piel y la carne se terminan quejando y que cuantas más horas haya tenido el cuerpo para procesar esa información, menor sería la tolerancia al dolor. Rose tampoco podía ver qué había en su espalda para que sus nervios estuvieran torturándola de aquella forma por ponerse sencillamente en pie, pero había alguien que podría habérselo explicado.

Horas antes de que ella finalmente despertara en el dormitorio de los Slytherin, Snape había estado examinando cuidadosamente cada parte de su cuerpo, intentando comprender qué le estaba sucediendo; por qué había perdido el conocimiento y por qué de pronto sus sentidos iban desapareciendo paulatinamente.

Había cerrado la puerta del despacho y se había asegurado de que nadie pudiera interrumpir o entrar en el peor momento. Necesitaba rescatar toda la información posible para devolverla a la normalidad. Una vez más, él era quien solventaba sus problemas. Esa era la segunda vez que la tenía ahí, sobre esa mesa, tumbada e inconsciente, incapaz de todo, incluso de explicar qué diablos era lo que había tomado para encontrarse en aquel estado.

Retiró en medida de lo posible las prendas superficiales y comprobó el estado de su cuerpo. Fue al girarla sobre la superficie que vislumbró, asomando bajo la camisa, lo que parecía ser una mancha oscura en su piel. Su ceño se frunció, y agitando suavemente su varita hizo ascender la prenda hasta descubrir qué era lo que escondía debajo. Sus párpados cayeron durante un segundo, horrorizado al distinguir un cardenal de tal magnitud. Cubría gran parte de su cadera, se extendía por sus lumbares y ascendía hasta casi sus costillas. El morado se alternaba con el azul, con el violeta y el rojo intenso. Sin duda era reciente, y había sido tal el golpe que la marca había aparecido instantáneamente. Sin embargo, no tenía aspecto de cardenal...

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora