VI. LASCIVIA

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Observaba frente aquel espejo mi reflejo, contemplando la imagen que mostraba mi figura. El color verde me sentaba de maravilla, y tal y como brillaba mi piel después de los recientes acontecimientos podía decirse que mi imagen lucía perfecta, más que de costumbre. Sonreír con aquella picardía propia de mí, propia de un Slytherin. Y Lucius era exactamente igual que yo en aquel sentido. No había vuelto a verle desde entonces, aquella última vez, aquel último beso, aquel último encuentro en el que nuestros cuerpos se unieron de aquella forma propia de un sueño... Lo recordaba con tal lujuria, con tal lascivia... Deseaba volver a encontrarse con él de nuevo, continuar con el capítulo de aquella prohibida historia.

Las clases se hacían eternas mientras más pensaba en él, cuanto más me centraba en recordar con perfecto detalle la unión de nuestros labios, cuerpos y almas, como la piel de dos reptiles que se juntan, que se encuentran después de haber estado perdidos en medio de un desierto y ambos se proporcionan sombra, un perfecto cobijo. No tenía muy claro si Lucius realmente sentía algo por mí o era únicamente una ilusión que había formado perfectamente en mi cabeza, lo único que sí sabía era que todo aquello fue real, y que aquella realidad me gustaba tanto que ya ni me importaba mirar a Draco a la cara a pesar de que recodaba constantemente que había estado con su padre. Al principio era extraño e incluso incómodo, pero poco a poco se tornó incluso divertido. Las veces que había sonreído por dentro riéndome al pensar en todo aquello... «Si tú supieras...» Pensaba intentando ahogar la risa sin que se notase mucho, sin que Draco llegase a pensar que estaba riéndome de él, dañar su orgullo; cómo se me ocurriría tal cosa...

Lo bueno de todo aquello es que al no tener amigos, tenía todo el día del mundo para fantasear con aquello sin perder el tiempo con ellos, hablando de estupideces o visitando Hogsmeade o Honeydukes. Yo tenía todo el tiempo para mí, para escribir sobre aquellas fantasías que acudían a mí cada noche perlando mi frente de sudor, rociando mi cuerpo, acelerando mi pulso con la voz de su silencio, del silencio que escupía en suaves gorgoteos mis dulces..., dulces sueños. Lucius podía pensar que yo era una niña, una necia y ridícula chiquilla como acostumbraba a llamarme con mucho ímpetu e insistencia a decir verdad. ¿Pero para qué engañarnos? Todo lo que decía me gustaba, incluso sus desprecios, parecía imposible pero era cierto.

Terminé de ordenar mi pelo, demasiado fino que se enredaba y desenredaba con facilidad de forma aleatoria, y salí del baño despacio, pensando en mis cosas como de costumbre. Seguro que mi cabeza estaba cansada de mí y pensaba que era una auténtica lunática pesada y obstinada pensando a cada hora de cada minuto en aquel hombre que era claramente mucho más mayor que yo, pero esa era la gracia, que él era mayor que yo, y ahí estaba el morbo del asunto. Pero todo aquello me pilló tan desprevenida a mí como al resto de mi cuerpo.

—Me temo que su padre le está buscando, Sr. Malfoy —informó la voz de McGonagall que se dirigía hacia Draco el cual parecía estar buscándome, pues en cuanto me vio salir del baño se quedó mirándome durante un segundo antes de asentirle a la profesora McGonagall y marcharse—. Señorita Lestrange... —saludó ella con un elegante movimiento de cabeza, asintiendo con los labios apretados—. ¿No debería usted estar en clase de pociones?

—Iba a ir ahora, aún quedan 10 minutos.

—Mejor pronto que tarde —me aconsejó meneando de arriba abajo un pergamino que sostenía entre sus dos manos sobre su vientre.

—Sí, profesora.

—Muy bien —comentó antes de marcharse.

Pero mi mente no estaba en la clase de Slughorn en aquellos momentos, sino más bien en el hecho de que Lucius estaba en el colegio y aquella era una oportunidad muy grande que no podía dejar escapar. Corrí acogiéndome al máximo disimulo posible, ni siquiera sabía dónde estaba, ¿acaso McGonagall lo había mencionado? Pasearon mis pies por todo el castillo hasta frenar con el chirrío similar al de una tiza sobre pizarra. Aquel duro hombro contra mi nariz atravesando aquella esquina. Mis ojos se cerraron rápidamente y de forma automática al topar tan salvajemente contra hueso, carne y piel. Mi mano fue rápida en posarse sobre mi tabique y masajearlo con esmero haciéndolo crujir, sintiendo el hilillo de sangre asomando curioso bajo mi nariz. Los ojos grises de Lucius se giraron como siempre de forma altiva y superior con sólo un gesto. La ceja alzada y el mentón mirando al cielo. Pero sus ojos no fueron los únicos que me miraron: Snape también estaba allí, seguramente para reunirse con Lucius. Seguramente me caería una grande después. Me miró serio, autoritario y arqueó la ceja separando la fina línea que formaban sus labios.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora