V. LA VOZ DE SU MENTE.

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Los ojos de Lucius se tiñeron de un rojo intenso. Los vasos sanguíneos de su esclerótica se dilataron, le escocían. No había dormido en toda la noche; se sentía culpable. No había dejado de pensar en todo lo que había sucedido aquella noche. No pudo mirarle a la cara a Narcissa aquel día, la culpa le impedía, pero no se arrepentía. En absoluto, quería repetir.

Aquella chica le hacía sentir joven, con ella siempre sentía esa sensación..., aquel interés malsano por algo... Esa atracción hacia acontecimientos desagradables o mejor dicho "prohibidos"... No había dejado de observar la lámpara de araña que colgaba sobre sus cabezas, en el dormitorio de la pareja de Narcissa y Lucius. No se había parado a pensar si se había molestado en abrir los ojos en las 4 horas que llevaba tumbado sobre aquella cama, boca arriba, sin poder descansar.

El cargo de conciencia se apoderaba de su alma, un alma oscura que en ocasiones dejaba de tener. Lo único que le consolaba de aquella situación era pensar que al menos se encontraba con que aquella muchacha era de su misma casa. Era de sangre pura, y de una familia de buena estirpe: los Lestrange.

El problema venía al recordar aquella noche. Al volver a sentir aquellas mismas sensaciones una vez más entre sus piernas. Sobre su cintura, que se oprimía y se liberaba cada vez que aquella chica de ojos verdes, pelo oscuro y brillante botaba sobre sus caderas proporcionándole aquel deleite, aquella sensación que llevaba años sin poder sentir.

Ese cosquilleo verdaderamente intenso, escalofriante que descendía desde sus muslos al mismo tiempo que ascendía desde su pubis hasta su nuca, pesando por su pecho, llenándole por dentro, llenándola a ella. Aquel calor que se incrementaba con el de la chica cabalgando sobre sus muslos. Viendo él cómo su espalda se arqueaba frente a él, cómo sus cabellos levemente mojados por el rocío del sudor, se sacudían haciéndole cosquillas en el bajo vientre. Fue entonces cuando agarró su melena, imponiéndole aproximación. Fue salvaje y despiadado y a ambos les encantó. Ensuciando el suelo de pasión y sexo.

Con Narcissa jamás había podido ser quien verdaderamente era. Alguien brusco en la cama, ¿para qué engañarse? Sí, era violento, y eso pareció encantarle a la muchacha. No se quejó de aquellos mordiscos, de aquellas señales que había trazado en su piel con sus garras llenas de lujuria y desenfreno. A decir verdad, más que gustarle, a ella parecieron encantarle, pues gemía de un placer sumamente intenso cada vez que él mordía y rasgaba su piel.

Quería dejar de pensar en eso. Al menos estando despierto, pues sabía que en cuanto cerrase los ojos y le tendiese a su mente el mando, volvería a soñar con su cuerpo ralentizado y repleto de pequeñas gotas de sudor, alzándose sobre su cuerpo, ni muy fuerte ni muy delgado, sino más bien de una complexión perfecta. Como le gustaban a ella os hombres... Perfectos, como Lucius Malfoy.

No aguantaba, no soportaba más aquella opresión en la seda de su pijama, bajo las sábanas de aquella cama. Se levantó despacio y sin hacer ruido para no despertar a su mujer, que dormía de lado, dándole la espalda a su bastón, que descansaba entre los dos todas las noches.

Se acercó al lavabo y esperó a que el lavamanos estuviese lleno de un agua helada en contraste con su cuerpo que se hallaba calcinante. Hundió la cabeza en la pila y apretó los ojos por el frío. Estiró su brazo hacia el espejo y sacó una toalla del armario. Se secó el rostro despacio, sumergiéndose en la suavidad de la toalla con L. M. grabadas en su tejido, y en el momento en el que levantó la mirada hacia el espejo para dejar la toalla en su interior, su corazón le dio la alerta. El cuerpo de aquella chica estaba postrado en el espejo. Desnudo, envuelto en suave vapor ardiente flotando velado.

Pero cuando se giró, por muy brusco y rápido que hubiese sido, ella ya no estaba allí.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora