XII. VINCULUM ET ANIMAS

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De nuevo la lluvia volvió a caer del cielo rompiendo contra el empedrado, contra su piel. Aún seguía meciéndose en el aire sobre aquellos brazos que la sujetaban, ahora en algún remoto lugar alejado de aquella pesadilla. Intentó alzar la mirada hacia él, pero sólo se encontró con aquella capucha negra que ocultaba su rostro. Soltó un suspiro, como si de pronto hubiese recuperado la respiración y aquella caperuza se giró hacia ella, asomando su nariz y sus finos labios. Sin duda era él, Snape. Le había salvado la vida, otra vez.

La dejó sobre el suelo bajo un porche de madera grisácea húmeda y fría, con cuidado. Pasó por su lado acercándose a la puerta y llamó un par de veces, desapareciendo pocos segundos más tarde. La chica parpadeó como pudo, sin fuerza alguna. La puerta se abrió frente a ella, uno de los elfos se acercó despacio inspeccionando el cuerpo, mirando a un lado y al otro esperando encontrar a quien la hubo dejado allí, pero no había nada ni nadie. Segundos más tarde otros tres elfos más aparecieron y la llevaron de los pies y de los brazos hasta la habitación del salón principal. La chica, que aún seguía aturdida pudo escuchar de lo que hablaban entre ellos, se quejaron de que siempre se metiera en problemas que "enfurecían al amo". Ella quiso por supuesto intervenir y defender su postura, pero no le fue posible. Parpadeó despacio observando la habitación; todo estaba destrozado, como si un huracán se hubiese desatado en el salón. Frunció levemente el ceño sin comprender qué había podido pasar, sin recordar la discusión que ella y su hermano habían tenido poco tiempo antes.

No tardó en escucharse la puerta del salón chocando contra la pared y quien estaba detrás empezó a acabar con toda la tranquilidad que había reinado hasta el momento en la casa. Los gritos de Bellatrix esparcieron a los elfos de un lado a otro, corriendo despavoridos sin saber dónde esconderse. Un par de hechizos rebotaron en las paredes iluminando la habitación hasta que la bruja llegó hasta el sofá y se encontró con Rose. La inspeccionó con el pecho subiéndole y bajándole rápidamente a causa de una acelerada respiración, que hacía mecer la fina línea de cabellos ensortijados que caían por su rostro.

—¿Dónde la habéis encontrado? —preguntó sin aliento, iracunda. Se giró, mirando a los elfos con violencia. Uno de ellos, el que parecía ser el más sensato o el más inoportuno, respondió por todos los demás.

—La dejaron en el porche. No sabemos quién.

—La dejaron..., en el porche —repitió con una voz perturbada, desquiciada—. Vaya... La dejaron en el porche..., y no sabéis quién fue —los miró a todos, con la boca entreabierta. Se relamió los labios rápidamente como si se hubiese tratado de un tic nervioso—. ¡ESTÚPIDOS! —gritó mientras giraba sobre sí misma atinando a cada uno de los elfos por orden, paralizándoles hasta quedarse sola en la habitación con la respiración entrecortada. Poco después recordó el motivo por el cual estaba así y fue cuando cayó en la cuenta de que Rose aun seguía ahí. Se acercó dubitativa hasta la chica, con la punta de la varita sobre sus labios, abriendo mucho los ojos, curiosa. Una vez cerca de ella, colocó la varita sobre su mejilla, presionándola hacia dentro, apretándole con hastío. Comprobó si seguía viva o si era consciente de algo en aquel momento. Pero la voz de Rodolphus interrumpió sus pensamientos.

—¿Dónde estaba? —preguntó su voz bajo el umbral de la puerta. Bellatrix se giró rápidamente en la dirección de la que provenía, apuntándole con la varita, barbilla alzada. A pesar de que reconoció que era Rodolphus jamás bajaba la guardia. Éste se acercó rápidamente hasta el sofá donde se encontraba la joven. Miró a Bellatrix y después a su hermana—. ¿Dónde estaba? —volvió a preguntar con preocupación.

—Ni idea... —musitó ella, con total tranquilidad y parsimonia, curvando ambas cejas mientras fruncía los labios.

—Maldita sea... —se agachó para cogerla en brazos y llevarla al dormitorio. Pasó por delante de Bellatrix, apartándola a su paso. Ésta le ignoró por completo, pues poco le importaba ya su marido. Arqueó una ceja como única respuesta a aquel mal gesto y se dejó caer sobre el sillón.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora