II. DESIDIA.

1.1K 95 4
                                    

Escuchaba el vino meciéndose en aquella copa, así que abrí los ojos para comprobar que aquello no era un sueño y que yo ya no estaba ni allí, ni en el mundo. Le vi la espalda, y contemplé su capa, y contemplé su cabello, y le contemplé a él mientras mis músculos pesaban. ¿Aquello era real? No tenía paciencia para esperar, y aunque sabía que mi cuerpo protestaría, me levanté bruscamente para al menos corroborarlo sintiendo el fuerte golpe contra el parqué.

Protesté al levantarme, y mi vista se nubló rápidamente. Él no movió ni un dedo, pero sabía que me vigilaba disimuladamente por el reflejo del ventanal frente al que estaba posado.

—Eres débil.

—Me ha atacado un Gytrash.

—¿Quieres que te enumere las criaturas que derramarán tu sangre a partir de ahora?

—No, gracias. Por esta noche he tenido suficiente —me apoyé en el reposa brazos del sillón para levantarme.

—Nunca será suficiente. No a partir de ahora.

—Ya no puedo echarme atrás.

—¿Quién fue? —preguntó.

—¿Quién fue qué?

—¿Rodolphus? ¿Bellatrix?

—No sé de qué me hablas.

—¿Quien te obligó?

—¿Obligarme a qué?

Se giró mirando mi brazo izquierdo y después levantó la mirada hacia mí por un segundo.

—Nadie me obligó —me molesté.

—Vamos... Una chiquilla como tú no se presentaría voluntaria para servir a las órdenes del señor Tenebroso.

—Me subestimas, Lucius. Siempre lo has hecho y un día te llevarás una sorpresa.

—¿Amenazas?... ¿A mí?... ¿Tú?...

Me acerqué amenazante hasta él, deteniéndome frente a su rostro, irritada. Él me miró inexpresivo, tranquilo, como de costumbre.

—¿Por qué habría de temerle a una necia como tú?... -siseó.

—Porque he logrado captar tu atención. Y porque sé que sigues sintiendo curiosidad. Porque te sigues preguntando qué hubiese ocurrido si tu moralidad no hubiese aparecido y te hubiese llevado a rastras aquella noche.

—¿Curiosidad?...

—Sí. Curiosidad. Aunque te empeñes en demostrar lo contrario y en intentar hacerte creer a ti mismo que no es así. Quizá puedas engañarte a ti mismo o a los demás, Lucius... Pero a mí no. Ya no.

—Deja de decir sandeces. No me hagas arrepentirme de no haberte dejado en ese bosque.

—¿Qué te impidió hacerlo?

—No fueron órdenes del señor Tenebroso.

—¿Sólo eso?

—Únicamente.

—Bésame.

Sus ojos se abrieron como platos.

—¿De qué diablos estás hablando? —se alejó asqueado.

—A eso me refiero... Siempre te sorprendo. Te gusto, porque nunca sabes lo que voy a hacer. Nunca sabes por dónde voy a salir, ni por dónde voy a entrar —me acerqué lentamente—. Y ahora..., quiero besarte.

—No me obligues...

—¿Qué será esta vez? ¿Crucio?...

—Me causas repulsión.

—¿Será eso? ¿Te gusta verme sufrir bajo tus manos? ¿Eres de esos?...

—Silencio.

—Vamos... Entrégate al deseo... Abandona tus promesas y entrégame tu cuerpo.

—No sabes lo que dices.

—Créeme... Lo sé perfectamente... Llevo muchas noches de verano soñando con tus labios, Lucius Malfoy...

—No pronuncies mi nombre. Sabes que lo hice una vez y volvería hacerlo cuantas fuesen necesarias.

Me acerqué a su cuello y respiré cercana a él.

—Sí... Aquello me gustó... Me gusta que me rechaces. Me gusta sentir el dolor... Me gusta que sigas negándote aunque tu cuerpo te exija clemencia y rendición.

—Basta.

—Voy a besarte...

—Hazlo, y muere en el intento.

—Nefasto truco para intentar que no lo intente...

—Adelante. Estoy deseando emplear mi varita.

Me detuve unos instantes, limitándome a mirarle fijamente a los ojos, una mirada intensa e insinuante, hasta que me acerqué con lentitud hasta su oído.

—Me arde la espalda... Al menos cúrame las heridas que por tu culpa me han causado...

No le vi, pero supe que sus ojos se habían cerrado, pues los abrió rápidamente al alejarme.

Sonrió con amargura y negó como si lo que le hubiese pedido fuese un sacrificio.

—Por favor...

—Me estás aburriendo.

Arqueé una ceja ante su respuesta y tentada más por el orgullo que por el morbo, y me acerqué a sus labios. Me quedé ahí un par de segundos, cerca, respirando de su aliento, mirando de vez en cuando sus ojos desde ahí. Saqué la lengua rozándola con su labio superior. Una lengua propia de una Slytherin. Propia de una serpiente, de una víbora ansiosa por cazar a su presa y envenenarle de una ponzoña altamente adictiva.

Volví a mirarle a los ojos para cerrarlos y besar las puertas de su aliento aunque sus labios no se movieran en absoluto. Sonreí contra éstos, más motivada aún a seguir con ese juego.

—No voy a ponértelo tan fácil.

—No me lo pongas fácil... -susurré, volviendo a besar sus labios, con lentitud, entregándome por completo. Pegando bruscamente mi cuerpo contra el suyo, soltando un leve gemido suave y peligroso, que hizo que sus labios reaccionasen agarrando fuerte mi nuca para apretarme contra su boca, escuchando como le devolvía el saludo a mi sonido de placer de un modo ronco e incluso rudo, rabioso.

Sus manos tomaron mi cintura pareciendo la cosa más ligera de este mundo, empotrándome contra la mesilla repleta de perfumes, plumas y pergaminos usados, que fueron a parar al suelo por sus rápidas manos, que empujaron a estos al precipicio. Subiéndome en las maderas de aquella pieza, hundiendo sus manos en mis muslos, por debajo de la falda reglamentaria, con el escudo de mi orgullo grabado en el dorsal.

Su lengua me gustaba, y el sonido de nuestras bocas impacientes me daba escalofríos. Me separé un leve instante para provocarle una vez más...:

—Al final siempre las cosas que más deseamos son las que nos forzamos en fingir no desear...

Lucius abrió los ojos lentamente para mirarme, y pude ver cómo su labio se arqueaba con desprecio. El odio y el recelo por la falta de auto-control me golpearon fríamente en la mejilla, girándome cara, no sin una sonrisa. El rostro de Lucius denotaba odio, desespero, y un diafragma que no dejaba de subir y bajar. Su respiración agitada porque sus labios estaban húmedos de mí, y sus rasgos coléricos porque aún así continuaba deseándome en su cuerpo. Un movimiento brusco, su varita contra mi cuello, apretándome bajo la lengua, a punto de pronunciar mi sentencia. Sonrisa pícara apareció en mi rostro, segura de que mi vida, no terminaría bajo sus manos aquella noche.

—Hazlo... —provoqué. Y vi como su boca hacía el amago de una A mayúscula, pero de nuevo aquel aire que expulsó por su nariz, nos hacía compañía. Alejó la varita, y no mucho más tarde, desapareció evaporizándose en la negrura que rompió el cristal del ventanal en el que minutos antes, se había detenido a mirarme.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora