XI. ATTRACTIO PRO MORTUIS

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Anduvo hasta altas horas de la madrugada por aquel sinuoso valle dejado de la mano de Dios. Sin saber dónde estaba y por qué había acabado allí. Obviamente fue ella quien quiso aparecerse y fue ella quien controló dónde hacerlo, pero en aquel momento de pavor, de terror absoluto pudo comprender que el lugar establecido en su mente no sería ni el correcto ni el idóneo, pero en aquellas condiciones pensar era lo más complejo. Andaba pero no sentía a su cuerpo sobre el suelo, los párpados bajaban cada vez más a punto de sellarse juntas sus pestañas hasta que en un segundo desapareció todo ante sus ojos cayendo en seco contra el empapado césped embarrado. Sus ojos se medio abrieron un par de veces al sentir que su cuerpo se movía por sí solo. Alguien la estaba arrastrando por los pies. La chica murmuró algo, no se supo qué, ni ella misma era consciente. Intentó protestar, gritar, pero todo el sonido que salió por su boca fue ridículo. Balbuceó un "por favor" que no pudo distinguirse en la neblina de aquel paisaje. Había parado de llover hacía rato, pero ella aún seguía empapada. Las pequeñas piedras que había sobre el húmedo suelo arañaban su espalda bajo su ropa, la mitad ya rasgada. Una de las veces que abrió después los ojos pudo ver que se había dado la vuelta sobre ella misma en algún momento, pues su mirada ahora apuntaba al cielo. Intentó rotar los ojos hacia lo que estaba tirando de sus piernas, pero la vista volvió a nublársele seguido de un pitido en sus oídos que terminó de aturdirla.

Despertó tiempo después, medio levantándose de golpe y mareada, todo le dio vueltas, todo a su alrededor empezó a girar en el sentido de las agujas del reloj. Curvó una ceja antes de desplomarse de nuevo contra el suelo. Frunció el ceño, dolorida pues no había vuelto a perder el conocimiento, sino que había notado perfectamente aquel golpe contra lo que parecía ser un suelo de parqué. Giró su rostro contra el suelo hacia atrás intentando ojear dónde se encontraba. Miró hacia su izquierda..., hacia su derecha..., pero no logró reconocer nada. Tornó la mirada al techo y cerró los ojos soltando un suspiro desolado; no había vuelto a casa, no estaba sobre su cama, arropada por las manos de su hermano, ni siquiera conservaba la esperanza de que todo eso hubiese sido un sueño, una maldita pesadilla. Una imagen se deslizó cruelmente por su mente, los colmillos de Greyback rasgándole el cuello. La chica abrió de par en par los ojos y fue corriendo a comprobar que aquella imagen fuese únicamente y por suerte fruto de su imaginación. Palpó su cuello con su mano, y no muy convencida alzó la que le quedaba libre para comprobar que no se dejaba nada que explorar, ninguna herida abierta, infectada que la transformase en un monstruo pasadas las horas. Pero en su cuello no había rastro de mordidas, ni de rasguños, a decir verdad, no había rastro de nada. Ni de barro, ni de agua, ni de humedad, ni de nada... Se ayudó por las palmas de sus manos para levantarse, pero cuando lo hizo se dio cuenta de que quien quiera que fuese que la había encontrado salvarla era lo único que no tenía previsto hacer.

Tenía anclados los pies al suelo por unas abrazaderas de metal oxidadas, ¿pero por qué no las manos?

No tardó mucho en darse cuenta. Empezó a escuchar pasos sobre su cabeza, los tablones del techo comenzaron a escupir el polvo ante éstos. Y las escaleras parecían próximas a la habitación en la que se encontraba. Se tumbó rápidamente en el suelo y fingió seguir dormida. Pocos segundos más tarde empezó a escuchar cómo la puerta se abría tras su espalda. Intentó mantener una respiración tranquila propia de una persona dormida, pero no le gustaban las sorpresas ni el desconocimiento. Cuando sus oídos la ayudaron a establecer la posición de su oponente entreabrió los ojos intentando saber quién la había arrastrado hacia allí con intenciones de matarla, o lo que era peor; torturarla. Pero fuera quien fuese era inteligente y sin duda no era la primera vez que hacía algo así porque lo tenía todo preparado, llevaba guantes, capucha y tenía toda la habitación repleta de utensilios de tortura. O al menos eso parecía, nunca antes los había visto lo que le llevó a deducir que se trataba de un muggle desquiciado. Aún tenía las manos desatadas así que pudo jugar con eso. El hombre no escogió ninguna de aquellas herramientas, de hecho, pareció mirarlas con la misma curiosidad que ella. De pronto se giró hacia ella así que Rose volvió a cerrar los ojos, esta vez con la respiración acelerada. Podía escuchar la de aquel hombre, costosa bajo aquella tela negra a la par de sus guantes. Si pensaba torturarla, aquellos guantes no estaban listos para la ocasión. No abrió los ojos, pero supo que se había acercado lo suficiente a ella como para hacerle sombra a su cuerpo. Se agachó despacio sobre sus rodillas y la observó con detenimiento. Aun en aquella posición éste giró su rostro hacia atrás buscando algo, volvió a levantarse y esta vez la chica pudo escuchar un sonido metálico que se acercaba hasta sus brazos. Lo supo en cuanto notó el frío en su muñeca izquierda, apretándola contra el suelo. La estaba terminando de engrillar, pero ella fue más rápida.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora