XX. Algo más que simple legeremancia.

298 17 4
                                    


¿Pero acaso le quedaba otra opción? ¿Acaso aquello había sido un castigo? ¿Una advertencia hacia la chica? ¿Una buena manera de intentar hacerle entender que el camino que llevaba no era el adecuado y que tendría consecuencias? Esas eran las consecuencias, entregársela a Lucius Malfoy. En otros tiempos Lucius hubiera confiado en él para algo como aquello, sin embargo, después de los recientes acontecimientos y de las cosas que (por desgracia) había visto, la historia era otra muy distinta.

Había pasado largo rato pensando en las reacciones de su alumna cuando Malfoy le había pedido que lanzara el hechizo. Bien sabía Snape que muy poco tenía que ver su preocupación con que el ministerio se enterara de que su varita había expedido aquel hechizo. No... Snape tenía claro que si se había negado en rotundo había sido por el dolor que le suponía verlo sufrir. Y sinceramente, aquello no le hacía las cosas más sencillas.

Dictando su expulsión estaba mientras cavilaba sobre todas aquellas cosas. En si era o no era una buena idea acceder a la petición de Lucius, en por qué motivo se había ella echado a llorar cuando lo había visto con la rodilla hincada al suelo, retorciéndose de dolor. Y lo más importante: cómo y por qué se había roto su varita.

Si algo había que Snape no soportaba, era no comprender, que se le escapara cualquier tipo de información. El informe de expulsión estaba ya escrito, tan solo faltaba la firma del director de su casa, es decir, la suya propia. Pero antes de hacerlo, antes de dictaminarlo, quiso asegurarse de solventar todas sus dudas.

La puerta sonó de manera fugaz, casi tímida. De no ser porque esperaba su visita, ni siquiera hubiera reconocido que quien aguardaba pacientemente tras ésta era ella. Asomó la cabeza y con un tono ciertamente culpable preguntó:

—¿Puedo pasar?

Snape enarcó una ceja, no porque no creyera en ese cargo de conciencia que protagonizaba su voz, de hecho, era más que evidente que estaba decaída y desanimada. Lo hizo más bien porque no quería que también cambiara su apariencia, su aspecto e incluso su forma de comportarse con ella.

—Adelante —respondió Snape en un tono desinteresado.

—Me dijeron que quería verme.

—Qué situación tan... conmemorativa, ¿no cree?... ¿Cuántas veces hemos... tenido esta misma conversación?

Rose sonrió y cerró la puerta tras ella.

—Seguro que no ha habido ninguna como esta.

Snape curvó una sonrisa de medio lado, petulante.

—¿Eso cree?

—Nunca antes me había expulsado.

—Quizá ese fue mi error...

—Quizá lo sea haberlo hecho ahora.

Snape apretó los labios, enarcando la ceja. Se levantó despacio del asiento y rodeó la mesa, colocándose frente a ella con los brazos cruzados. El olor de su piel llegó a la joven, erizándole la piel, acelerándole el pulso.

—¿Tiene claro cuál es el propósito del señor Malfoy?

—¿Yo? No. Nunca lo tuve y creo que nunca lo tendré.

—¿Tuvo él algo que ver con lo sucedido la anterior noche?

—Sí. Es decir, estoy casi segura de ello.

—Casi... segura...

—Hay muchas cosas que no recuerdo, pero sé que él no estaba allí sin ningún motivo. Que me siguió y que probablemente fue quien adulteró mi bebida. De lo contrario jamás me hubiera recogido y llevado a su casa.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora