VIII. MORTEM FALLENDO

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3 de enero de 1997

Baño de los prefectos.

Hogwarts.

Hacía ya rato que sentía cómo la piel se le arrugaba bajo las calenturientas aguas del baño de los prefectos. Había tenido suerte de haber estado presente en el preciso instante en el que uno de los capitanes del equipo de Quidditch de Ravenclaw alardeaba
sobre los baños que su "gran" título le había otorgado. Ésta fue inteligente y se aventuró a seguirlos hasta que uno de ellos escupió la contraseña. Y aun habiéndose asegurado ambos de que nadie anduviese por los pasillos ésta supo cómo ocultarse
tras uno de las armaduras, sin saber cómo pues había que ser muy poco observador como para no darse cuenta de que tras ese hierro había alguien. No le dio importancia, de hecho, lo agradeció pues gracias a la estupidez de aquellos dos en aquel momento
estaba disfrutando de un baño caliente y espumoso. Hacía tiempo que no se sentía así de relajada, de tan bien cuidada. ¿Por qué los prefectos y esos estúpidos podían beneficiarse de aquellos lujos? ¿Acaso era tan importante el título de capitán? Al
menos a ella no se lo parecía. Una de las pocas cosas que no le gustaban de las bañeras era que el agua siempre le parecía estar muy fría a pesar de que ella misma se encargaba de ponerla lo más caliente posible, el problema no era la temperatura,
sino el tiempo que pasaba en el interior de las bañeras y hacía suficientemente frío fuera como para hacerla salir.

Alzó las cejas ante aquel sonido, la puerta haciendo el ademán de abrirse, como si hubiese alguna cerradura que impidiese la entrada a los de fuera, ella misma se había encargado de cerrarla así que cerrando de nuevo los ojos volvió a sumergirse hasta
hundir el labio superior y poco después todo su rostro.

—¿Qué demonios? —se oyó una voz tras la puerta, forzando la entrada a embestidas mientras agarraba el pomo. Era una voz masculina que parecía no rendirse. Aporreó la puerta indignado sin comprender qué estaba pasando—. ¡Eh! ¡Vamos, no se puede cerrar
la puerta, está prohibido! —gritó esperando que alguien lo oyese, pero lo cierto es que era algo complicado cuando se estaba bajo el agua—. Malditos egoístas de mierda... —refunfuñó toalla en mano dándose la vuelta, por supuesto no se rendiría, si alguien
se había creído que podía quedarse el baño para él solo estaba muy equivocado, y si él sólo no lograba solucionarlo lo solucionaría el primer profesor que se encontrase.

—¡Señor Crimerance! —saludó con alegría y sorpresa la voz de Horaca Slughorn.

Bueno, tal vez el segundo...

Tal vez pasaron 5, o 10 minutos, lo cierto es que la chica lograba aguantar bastante tiempo bajo el agua así que no podría precisar con exactitud. Salió despacio a pesar de que fuera hiciese demasiado frío. Tenía toda la piel de gallina, las gotas resbalaban
por su ahora rojiza piel y de ésta al contraste del exterior desprendía humo. Se colocó el albornoz de su respectiva casa frente al espejo y cerró los ojos por un instante, estaba algo mareada por las altas temperaturas a las que su cuerpo había estado
expuesto. Cuando los abrió no pudo distinguir su reflejo sino una simple mancha negra borrosa por el vapor impregnado en el cristal. Estiró su mano y retiró todo el vaho que pudo. Aquel espejo estaba helado y en seguida su mano se desprendió del calor
del baño en él. Logró retirar gran parte del empañamiento y así verse de cintura hacia arriba. Una vez se notó seca dejó caer el albornoz al suelo desnudándose frente a sí misma, se quedó muy quieta repasando su propio cuerpo rememorando en el lugar
más recóndito de su mente. Pasó los dedos corazón y anular por su hombro bajando hacia su nuca. Se medio dio la vuelta observando su espalda, acariciándose a sí misma. Tenía la mayor parte de ésta arañada, incluso amoratada, pero no eran malos recuerdos
los que le vinieron al rozar esas heridas, al verlas en el espejo. Lo que sintió fue un latigazo placentero, una corriente bajo su vientre, un escalofrío. Se le olvidó el frío y que no estaba sola en aquel castillo, pues en cuestión de segundos la
puerta volvió a escucharse esta vez con más fuerza, más insistencia. Rápidamente y movida por un impulso que sintió su cuerpo se giró moviéndose sin sentido alguno de izquierda a derecha intentando encontrar algún lugar en el que esconderse.

Una canción de hielo y fuego | Lucius Malfoy, Severus Snape y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora