Parte 20

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Las crujientes formas de dolor que no dejabas de escuchar te hacia recapacitar por valorar cada detalle de tu vida y de sentir la obligación de querer ir al alcance de las persona que hiciste daño, pequeñas cosas que vivimos a diario, insignificantes afuera y dentro rogando por que el recuerdo se materialice.

Ver todo como si fuera irreal que no estas presenciando la diversión desmedida y atrofiada de cualquier entendimiento, los pedidos de ayuda se incrementaban a medida que se acercaban a las puertas de aspecto deteriorados, se dejaban escuchar rasguños contra el metal, palabras agudizantes les caían como punzadas de amenazas que a cada segundo se ejecutaban, sus captores deseaban tener la fortuna de los demonios en el averno de torturar sin que sus victimas mueran, esa forma de vivir les resultaba un paraíso reconfortante. Actuaban como si fueran parte de un plan por purgar a los que ellos consideraban impíos, profanos o las victimas necesarias, ninguno guardaba pizcas de remordimientos, sus corazones estaban demasiado corrompidos para volver a un estado anterior.

Por su parte Moyka atendía sus propios asuntos, se despedía de los pocos lazos que le unían a la porquería que sujetaba en sus manos, tras terminar de pronunciar algunas palabras de sentencia, comenzó a crear surcos en cada parte posible del cuerpo de su presa, profundos y lentos con un pedazo de vidrio al que agradeció encontrar, causando que su amigo aprenda lo que significa pedir piedad, suplicó por la amistad que los unió en tiempos pasados, sin embargo no lo pudo convencer porque había llegado demasiado lejos, la gradualidad de ser algún día compañeros se desvaneció cuando se involucró en esta especie de expiación maldita que se han ideado dentro de sus mentes, poniéndolos al nivel de soldados de un falso dios que se complace de que hagan cosas así por convicción.

— Esto que sientes te lo has hecho tu mismo, cada movimiento que empleo te lo has causado —le increpaba al oído en medio de sus desgarradores gritos de lamento.

— U..na vez —titubea — me hablaste de compasión, déjame morir

— Veo que aún no lo has comprendido —presiona con ímpetu

— Estoy siendo compasivo, te muestro una mínima muestra de lo que...—recoge más vidrios rotos del suelo y se lo introduce en la boca obligándolo a masticar.

— Estas condenado a vivir, todo lo que conocerás será sufrimiento y espero un día entiendas que —le rocía el limón que tenia en su bolsillo

—Todo el daño que pudiste causar en esta vida, no valdrá el pago de un solo segundo en el lugar que tendrá que presenciar espero estos pensamientos que te azotarán recordándotelo una y otra vez.

Cayó rendido retorciéndose como pez recién extraído del agua, la voz no le daba para producir lo que en realidad sentía, cada fibra de su cuerpo sentía las consecuencias de los actos de quien lo poseía, si pudieran ser dotados del habla rogarían porque fueran desprendidos lo más pronto posible y su asqueroso espíritu fuera expulsado, que sentido había en ser malo cuando les espera la condenación eterna.

— Nadie podrá salvarte ahora —lo vio de reojo y cerró dejándolo en agonía

Existían en total 72 habitaciones, siendo una de ellas la más especial solo para invitados dignos, tuvo que ser el día en el que el presidente de la compañía del periódico más leído del país estuviera allí para su desgracia, se divertía desnudo haciendo realidad sus fétidos deseos, indefensas criaturas estaban posicionadas en cada una de sus extremidades dándoles suaves masajes que lo hacían sentir en la dicha inalcanzable, su órgano delator bajo su ombligo estaba preparado.

— ¿Tú eres granjera verdad? —asiente

— Pues ya tienes experiencia, empieza

Una fuerte patada a la barrera que separaba dos lados de una misma realidad fue lo que le hizo estremecerse mostrando su horrible semblante, una piltrafa sin base moral que lo gobierne, no podían abrirla con las tarjetas de acceso que habían robado ya que solo se accedía desde adentro, la puerta llevaba encima un garabato extraño lleno de simbologías.

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