[ESTA HISTORIA ES UN BORRADOR]
¿Qué harías si llevas años recibiendo mensajes de alguien que no conoces?
¿Alguna vez has sentido que te observaban?
Emma lo sabe, y su vida cambiará completamente por culpa de esto.
Las reglas son sencillas:
No confí...
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Lo de cocinar un pastel de chocolate me pareció una idea genial en el momento en el que Emma decidió dar saltitos con esos pantalones cortos, es capaz de hacer conmigo lo que sea cada vez que su cuerpo bota...
— ¿Me estás escuchando? — pregunta furiosa con una cuchara en la mano.
— Si — miento.
— Puedes dármelo.
Mierda, improvisa.
— Esto ¿no? — levanto el saco de harina.
— ¡Pues claro!, harina, ¿me estás tomando el pelo?
— Para nada, hay palabras que aún me cuesta entender, esto para mí es mehl — pongo mi sonrisa más dulce, tratando de sonar creíble.
Emma rueda los ojos cogiendo la harina, está claro que tengo que cambiar la sonrisa.
Vuelvo a apoyarme en la encimera, observando cómo se mueve por toda la cocina, es perfecta, jodidamente perfecta, pero nefasta en la cocina, y no pienso comerme el pastel que está preparando.
Me acerco a ella, abrazándola por la espalda, y la dejo varios besos húmedos por el cuello, disfrutando el leve aroma a chocolate que ha dejado sobre ella el pastel.
— Alaric — suspira —, el pastel.
— Eso saboreo — continúo dándole besos, bajando mis manos hacia su vientre.
No tarda en tensarse, me encanta verla así, su respiración está acelerada, su pecho sube y baja con rapidez, sus mejillas se han coloreado de un rojo.
Se gira, con la cuchara en mano, y me golpea en la cabeza sin dudarlo.
— ¿Violencia? — arqueo una ceja rascándome la cabeza.
— Hay que terminar el pastel — me fulmina con la mirada.
La observo por unos segundos, su cuerpo no está pidiendo precisamente una clase de repostería. Sin dudarlo más de la cuenta me agacho, abrazando su cintura y la llevo cargada en el hombro.
— ¡Alaric! — patalea dándome golpes en la espalda.
La ignoro, cogiendo el chocolate del pastel y la llevo a la habitación. Estamos completamente solos en la casa, y no pienso perder la oportunidad.
— No — digo antes de salir de la cocina.
— ¿No?
Me giro, dejándola sobre la encimera de la cocina, me mira extrañada, se sienta con las piernas sobre el mármol, separando sus rodillas inconscientemente, no puedo evitar llevar mis ojos al pequeño pantalón que en estos momentos la tapa lo justo, joder, suficiente.
— Se come en la cocina — sentencio — abre las piernas Emma.