Villa de Tomoeda, Edo, Nihon, Periodo Tokugawa (Edo), principios del verano de 1718.
La tarde comenzaba a caer. En muchos aspectos el día había resultado largo y agotador como ninguno que recordaran. Luego de una charla larguísima con la sacerdotisa, el tiempo parecía correr con mucha lentitud.
Caminaron por el senderillo que según los recuerdos de ambos debería llevarlos hacia la primaria Tomoeda donde se conocieron. No había calles asfaltadas, no había siquiera una fracción de las casas o los habitantes a los que estaban acostumbrados. Lo único que pareció lejanamente familiar fue un rudimentario puente que pasaba sobre el pequeño arroyo, donde algún tiempo atrás Xiao-Lang daba discurso su de despedida y agradecimiento a Sakura sin decirle que volvía a casa, cuando le confesó lo que sentía.
La recién conocida Tomoyo había conseguido que tuvieran un lugar donde dormir mientras investigaba cómo ayudarlos, aunque no sabía exactamente a qué, ni siquiera ellos estaban totalmente seguros de lo que les había pasado, y se lo habían expresado así unas horas atrás. Lo que sí se pudo concluir era que ambos eran usuarios de magia, y que Kurogane había atestiguado cómo hicieron frente a los mellizos, detallando que no sólo pelearon por su supervivencia, sino en protección al templo, lo que terminó de darles la gratitud y la confianza de la sacerdotisa.
—¿Te duele mucho? —preguntó Sakura, recordando las lesiones de Li.
—Para nada. Hiciste un gran trabajo —respondió él, sonriente. Y era verdad. Los cortes en sus palmas eran profundos y dolorosos, pero de alguna manera, la maestra de cartas había logrado apaciguar el dolor y acelerar la sanación.Unos pasos delante de ellos, Kurogane, enfundado en un hakama y con sus espadas al hombro, los guiaba con ligereza a través de sus tierras.
Visto desde casi cualquier ángulo, Kurogane aparentaba mucha más edad de la que tenía: a sus dieciséis había alcanzado una estatura muy superior a la del promedio, su tono de voz era muy grave, combinado con su parquedad de palabras y su actitud autoritaria, daban como primera impresión a un hombre temible. De lo poco que los chicos pudieron escuchar estaba que a pesar de su juventud era un estratega consumado y un espadachín eximio, durante la conversación con la sacerdotisa, con quién por cierto tenía una fuerte amistad desde su temprana infancia, se mencionó su tragedia, pero ningún detalle salió a flote. Con suerte, esa sería una conversación futura.
Después de andar por casi cuarenta y cinco minutos, finalmente pudieron ver una aldea. Su guía mantuvo un rostro serio, casi indiferente mientras que pasaba por la calle principal, al tiempo que las personas del poblado —qué al menos a esa hora del día estaba compuesto principalmente por mujeres embarazadas, niños y ancianos—, dejaban sus actividades momentáneamente y saludaban con una reverencia al dueño de la villa. Los que tenían más edad miraban con curiosidad a los recién llegados, mientras que los niños corrían entre sus piernas sin prestar atención, haciendo que Sakura recuperara, al menos de momento, el buen humor que la caracterizaba. Se detuvieron a la sombra de un gran cerezo cargado de frutos por la época del año, frente a una vieja construcción.
—Para pagarme el alquiler vendrás a trabajar a los campos de arroz todos los días —dijo Kurogane con frialdad a Xiao-Lang, al señalar con su espada la puerta de la diminuta casa semiderruida, luego barrió con la mirada a Sakura y agregó—: Sólo vendrás tú, no creo que ella aguante una jornada completa. ¡Abuela Miu!
—¿Por qué no sólo dejas de ser un patán? —Sonó en la voz de una mujer de edad muy avanzada y que con mucha lentitud salió de la casa vecina. Estaba encorvada y cada paso parecía demandarle un gran esfuerzo, pero la luminosa sonrisa en su rostro compensaba las penurias de la vejez—. Y no tienes que gritarme, respiras tan fuerte que te escuché desde que entraste a la aldea.
—Quiero que te hagas cargo de estos dos. Se van a quedar unos días en la villa mientras arreglamos su regreso a casa. Encuéntrale a la muchacha algo que pueda hacer y...
—Sí, sí. Ya puedes irte —lo cortó la mujer sin mirarlo a la cara y sacudiendo la mano, sin dar mucha atención a sus palabras, con el mismo trato que daría a cualquiera de los otros niños, que parecían tenerle especial afecto. Con la delicadeza de una abuela tomó las manos de la chica, clavando sus ojos pequeños y acuosos en los de ella—. ¿Quién es esta bellísima flor? Porque estoy segura que tienes nombre de flor, no podría ser de otra forma, ¿verdad? —Sakura sonrió sin saber qué hacer o decir—. Y tú, hombrecito... eres apuesto para ser un gaijin... más te vale tratarla bien, no voy a permitir que cualquiera venga a mi país y se robe mis flores así como así... —Dio un par de palmadas sin fuerza en la mejilla de Li—. ¿Sigues aquí? ¡Fuera! ¡Ahora son míos! —Exclamó la mujer a Kurogane, que ponía cara de resignación al escucharla hablar así.
—¿Por qué no me muestras un poco de respeto? Soy el dueño de la villa.
—Yo te cambié los pañales, igual que a tu padre, y también a la mayoría de los rufianes a los que tienes por samuráis. No estás ni cerca de tener mi respeto. —El samurái dio un profundo suspiro, mientras entornaba los ojos.
—Una hora antes del amanecer, mocoso —indicó a Li. Con esa frase se terminó la conversación.
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Gesta De La Hechicera y el Gaijin (2da ED)
AdventureHistoria inspirada en Card Captor Sakura. ¿Y si un buen día fueras simplemente tomado o tomada de todo aquello que conoces? A un lugar donde todas las comodidades a las que la vida común te acostumbró no están presentes, con un cercano como única co...