Tragedias presentes.

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Villa de Tomoeda, Edo, Nihon, de vuelta al verano de 1718.

Tantos trabajos en tan poco tiempo hicieron al muchacho inmune a la sorpresa. Descubrió gracias a ello que era adaptable a muchas formas de laborar, que su resistencia ante las actividades de alto impacto físico era más que aceptable, y que detestaba el estiércol.

Amparado en ese último conocimiento, Kurogane se había encargado de mandarlo casi todos los días a los establos para cargar con todo el abono posible de regreso a los campos. Aún con una carreta era agotador, duro y apestoso, pero fiel a sus principios, el chico no se quejó. Después de más de un mes de trabajar para el samurái, pudo constatar lo que pensó era sólo una conjetura suya: el trato que recibía era especialmente duro y desconsiderado. Todos lo notaban, incluso su grupo de amigos prefería alejarse de él durante la asignación de labores, para evitar ser salpicados por la mala voluntad que el dueño de la villa vertía sobre el gaijin.

Entre pruebas de resistencia, humor, fuerza, velocidad y tolerancia al impulso de vomitar, Xiao-Lang había superado con gracia todas y cada una de las labores asignadas, Junichiro decía que era un hombre motivado.

—¿Y cómo no estar motivado cuando es la mismísima Señorita Sakura quien te espera en casa con comida caliente y afecto al final de un largo día de trabajo? —comenzó el Tom Sawyer asiático, luego de dar un largo suspiro.
—¿Afecto?
—Oh, sí. Estoy seguro que luego de cenar, te prepara el baño y esas cosas... —hizo una pausa para tantear el terreno—, y bueno... seguramente luego de eso te da el afecto que una buena esposa debe darte por tus esfuerzos en el campo... eres un hombre afortunado, Taro. Espero conseguir en el futuro una esposa tan linda y amable como la tuya.

Li sonrió a medias, en un intento de ignorar la incomodidad que le generaba la conversación que estaba sosteniendo, que día con día se repetía, y que después de tanto tiempo no había encontrado forma de evitar.

Todo había comenzado con la aparición de Sakura en uno de los días previos, con la legítima intención de llevarle a Li un bento que alivió las penurias de un día de arduo trabajo bajo el sol. Ahí, sus amigos habían tenido oportunidad de conocerla y convivir con ella por un tiempo, y quien sólo hubiera pensado que era bonita, rectificó su error al encontrarse con las otras virtudes de la muchachita, y sin excepción terminaron cautivados.

Lo curioso fue que, lejos de hacer a Li blanco de envidias entre sus colegas, todos ellos llegaron a la conclusión de que él debía ser un hombre bueno y honorable como para que Sakura lo hubiera elegido.

—¿Y esto cómo se lee? —preguntó Junichiro, con lo que trajo a ambos al presente.

Apenas unos días después de que su relación como colegas se consolidó, aquel pendenciero muchachito y Xiao-Lang habían compartido muchas charlas, se habían preguntado sus intereses comunes, y habían descubierto que, con todo y todo, eran muy parecidos. Ambos disfrutaban de las cosas dulces, ambos admiraban a los héroes de las leyendas, y Xiao-Lang amaba los libros.

Ahí fue donde su amistad se hizo aún más profunda, en una diferencia que era obra de la vida que al campesino le había tocado llevar, y que Li podía cambiar: Junichiro era analfabeta.

Pensando en que no se ofendiera, una mañana Xiao-Lang se ofreció a enseñarle a leer y a escribir. El chico, lejos de sentirse atacado, agradeció con entusiasmo, y al día siguiente comenzaron las lecciones.

En las semanas que llevaban en aquella dinámica, los otros muchachos se habían unido al grupo de estudio, habían reforzado conocimientos o adquirido nuevos, y un respeto aún mayor al que le tenía a Li como guerrero se había forjado: era un joven culto, poderoso, benévolo, voluntarioso y de gran corazón, el complemento perfecto para la hechicera, que compartía muchas de esas características con él.

Gesta De La Hechicera y el Gaijin (2da ED)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora