Gesta de la hechicera y el gaijin: El pago por la vida deseada.

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Fue hasta que la luz de los primeros rayos del sol hirió sus ojos que Tomoyo pudo volver en sí. Luego de una fugaz confusión, se levantó de un salto de entre los arbustos en los que había aterrizado, a varios cientos de metros del templo.

Esa fue su primera reflexión: El Templo, ¡Aún existía! Aunque según podía ver desde su posición, el patio humeaba.

Torpemente comenzó a correr hacia la colina del templo, en su camino estaba Arashi, que compartía con ella el apremio de volver a la loma sagrada de Tomoeda. En pocos minutos cubrieron la distancia, y pasaron ambas a la carrera por el arco Torii, junto con varios centenares de pobladores y soldados perplejos, que parecían buscar en los alrededores.

Al llegar al patio central, Issa miraba con aprehensión el cráter que había quedado en medio del lugar, único daño evidente a la construcción.

—¡La sacerdotisa Amamiya! —Anunció Junichiro al verla llegar, alertando al general.
—¡Sobrevivieron! —Exclamó el viejo a su vez. Parecía aliviado.
—¿Qué fue lo que pasó, general?
—Esperaba que ustedes me lo dijeran... hace unas horas vimos una explosión gigantesca y el suelo vibró... por un momento pensamos que la profecía de Kinomoto se había cumplido, y sólo unos segundos después, su barrera se levantó, y se llevó todo indicio de la explosión o sus daños.
—Entonces lo logró... —susurró Tomoyo mientras se cubría el rostro con las manos—. ¿Qué hay de los otros feudos?
—Los incendios ya fueron controlados, y al igual que pasa con nosotros, se está haciendo una inspección para confirmar que es seguro que la gente vuelva a sus hogares.
—¿Y ya encontraron a Sakura?

Issa dudó para continuar.

—Tengo a medio centenar de soldados buscando en los alrededores y dragando el río para encontrar sus cadáveres, ustedes son las primeras en aparecer... por fortuna para todos nosotros, vivas.

El color en el rostro de Tomoyo se fue totalmente, al igual que su expresiones. Issa hizo una reverencia y se apartó en silencio, apelando a que aún había mucho que hacer. Tomoyo reflexionó: habían encontrado a dos supervivientes de la batalla... buscaban tres cadáveres.

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No era precisamente dolor... era más como un pequeño malestar, pero generalizado. Además, estaba esa extraña sensación de flotar. No era la majestuosa calma del vacío, sino sólo el no estar haciendo un esfuerzo activo, y aún así, estar en desplazamiento.

Aunque demandó un gran esfuerzo, finalmente abrió los ojos. La luz la lastimó al principio, pero pronto, el destello enceguecedor comenzó a tomar la forma del sol a través de las copas de los árboles. Lo siguiente que sintió, fue una mano acariciando su mejilla, y encontró al responsable cuya mirada ocre se pintó de alivio al verla reaccionar.

Con cuidado, Xiao-Lang la sentó a la sombra de un árbol, se disculpó por tener que dejarla sola, e hizo camino a unos metros fuera de su vista. Regresó unos instantes después, con Kurogane a cuestas y Dragón de Plata en su derecha, colocó al hombre a un lado de Sakura, que poco a poco, comenzaba a recobrar el conocimiento también.

—¿Dónde estamos? —se atrevió al fin Sakura, mientras se ponía de pie dificultosamente.
—En Tomoeda. Lo que sea que haya pasado, nos arrojó de camino al río. Es un milagro que no hayamos caído en el afluente —respondió el lobo, aparentemente menos afectado que los otros dos.
—Tomoyo debe estar preocupada, deberíamos volver al templo.

Se asintieron mutuamente, y tomaron cada uno por un brazo al aún aletargado samurái, que aún cuando estaba siendo auxiliado, reclamó que lo dejaran caminar solo, a pesar de que era más que evidente que no podría hacerlo.

Gesta De La Hechicera y el Gaijin (2da ED)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora