La Víspera.

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Con la misma agitación que genera la injusticia, la cólera propia de saber que detrás de un hecho atroz no hay una justificación legítima, con el dolor de ver el futuro perdido, destruido y enviado al olvido, Chung-Hee abrió los ojos esa mañana.

El dolor seguía ahí, el físico era relativamente nuevo, y si bien no lo privaba de hacer uso de sus facultades mentales, físicas o mágicas, el dolor espiritual sí que lo estaba abrumando. Las lesiones de su último encuentro con la hechicera lo habían hecho replantear su estrategia, principalmente porque estuvo muy cerca de morir, y luego de dormir un poco a su regreso de la confrontación, pensó con mayor claridad: él, al igual que sus niños, era el depositario de una cantidad monstruosa de Gi, lo que significaba que de haber muerto, toda esa energía acumulada pudo destruir todo en un área muy, muy grande... quizás no todo Edo, pero sin dudas, Tomoeda hubiera desaparecido de la faz de la Tierra.

Pasó varias noches pensando en ese escenario. Hacía más de cien años que inició su búsqueda y captación de Gi de todo lo que le rodeaba, lo contenía dentro de sí, pensando al inicio de su camino que tenía una capacidad infinita. Después de esa noche, comprendió que todo tenía un límite, al cual se acercaba peligrosamente; aquello agravado porque este debió volver a la tierra mucho tiempo atrás, sólo parecía haber una inferencia lógica para concluir con todo el asunto.

"Si buscas la venganza, tendrás que cavar dos tumbas".

La premisa del proverbio era clara: la posibilidad de retorno luego de destruir Edo era inexistente. Sería la última campaña, además de eso, estaba en un punto donde su cuerpo no toleraría una derrota más. Sus posibilidades de éxito eran altísimas: por un lado, aún tenía poder suficiente para confrontar directamente a sus enemigos y derrotarlos, y aún si no era capaz de vencerlos, sólo debía estar ahí y morir para destruirlo todo.

Aprovecharía esa situación. Se convertiría en "viento divino", en el heraldo de la justicia que finalmente equilibraría al mundo luego de todos los errores cometidos por Nihon en el pasado, nadie más sufriría a causa de ellos.

El sol estaba cerca del cénit cuando llegó a esa sabiduría, salió de la caverna equipado con un sencillo zurrón de algodón, y con una mirada conciliadora ordenó a sus hijos que lo siguieran. Caminaron por algunos cientos de metros por la costa hasta que llegaron a la delta de un río, a la sombra de árboles de pesado follaje y cargados de frutos. Se encontraron en su andar río arriba con varias decenas de niños que pescaban en los vados, pastores dando de beber a sus rebaños, y madres que afanosas lavaban sobre las rocas a un lado del afluente.

Él apenas si le dedicó una mirada a todas esas personas. No le importaban en lo más mínimo, pero comenzaba a costarle trabajo ignorar que los chicos dragón miraban con aprehensión, casi con añoranza a todos aquellos infantes despreocupados y felices, que los veían andar con curiosidad dado lo poco común de su atuendo y lo exótico de su raza.

Llegaron finalmente a una región cobijada por el follaje de enormes árboles, ahí, una decena de niños saltaba al agua entre juegos, mientras que un par de mujeres hacía faenas de lavandería. Las mujeres saludaron con cortesía, mientras el viejo se desvestía y se sumergía en el agua, al cuidado de sus hijos.

La mitad derecha del cuerpo del hechicero estaba ennegrecida, la piel se había arrugado y en su brazo, hombro, pierna, y parte del abdomen, la piel seguía el contorno del hueso. Esos baños lograban mitigar los dolores que aún sentía, y le devolvían la concentración.

Esa tarde, a medida que los minutos pasaban, su razonamiento sobre el inminente ataque final a Edo iba ganando apremio, casi urgencia. Su muerte estaba cerca, lo sabía, podía sentirla en sus huesos, el acuerdo no verbal que él tenía con la muerte, había comprado ya con muchas vidas su permanencia en el mundo, pero sentía que esa condición no duraría mucho más. Había llegado el momento de despedirse de su vida terrenal, pero lo haría cumpliendo el objetivo último al que había ofrendado todo el siglo pasado.

Gesta De La Hechicera y el Gaijin (2da ED)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora