La meseta de la agonía.

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Arashi mantuvo disciplinadamente la rutina, y llegado aquel ocaso, se presentó en casa de Miu, y escoltó a ambas en su camino al templo.

Ahí, Sakura pasaba los primeros minutos con Li en el jardín, con una falsa esperanza que se alimentaba al verlo sin ningún tipo de comportamiento extraño, pero también con una horrible tristeza, al no poder siquiera acercarse a él para tocarlo, y suprimía apenas el asfixiante nudo en su garganta al verlo encadenado al suelo, incapaz de desplazarse más que unos metros.

Seis días con sus noches, Sakura soportó ese modus vivendi sin acostumbrarse, aun cuando él trataba de mantener la conversación lo más casual posible, e incluso cuando hablaban sobre el anciano y todos los misterios detrás de él. Terminado ese tiempo de conversación, Tomoyo y Sakura sepultaban la nariz en todos los rollos y libros de medicina a los que la sacerdotisa tenía acceso.

Como era de esperarse, cada libro o texto antiguo sobre la enfermedad arrojaba la misma respuesta: comenzada la fase clínica, no habría retorno. Las soluciones llegado este punto eran variadas, pero ninguna era siquiera concebible, e iban desde permitir que la enfermedad hiciera su trabajo llevando al paciente al coma, el paro respiratorio y la subsecuente muerte, hasta dar un golpe contundente en la nuca apenas el primer síntoma se asomara.

En el anochecer del séptimo día, Tomoyo vetó el acceso de Sakura al jardín, con la excusa de que el muchacho estaba indispuesto, y que sería mejor dejarlo descansar.

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A partir de esa noche, la sed comenzó a ser un problema. Xiao-Lang miraba el cuenco con agua como si fuera un animal venenoso, y pasaba largos minutos contemplando la posibilidad de tomarlo y beber de él. Lo había intentado en más de una ocasión, pero el resultado fue muy desagradable cada vez. Su cuerpo simplemente rechazaba el líquido, y un dolor agudo en la garganta lo hacía escupirlo casi de inmediato.

De comer, ni hablar. Y el problema no era sólo el agua. Cada vez le era más difícil deglutir su propia saliva, y debía mantenerla en la boca por periodos prolongados, así que después de un tiempo de sentir una profunda repulsión al sentirla demasiado espesa, comenzó a escupirla con frecuencia.

El tiempo comenzó a volverse relativo para él. Se mantenía largos periodos perdido en la nada, en un estupor casi catatónico, y momentáneamente recobraba el juicio, inquieto al notar que era una hora diferente a la que estaba sólo un momento atrás, con la insoportable sensación de su saliva cayendo por su mentón.

Incapaz de controlar en totalidad sus movimientos, buscaba por todos los medios asearse con el agua del cuenco, teniendo buen cuidado que no entrara en su boca y le hiciera pasar por el dolor y la incomodidad de la hidrofobia, y miraba de un lado a otro, ansioso, enojado consigo mismo y con su incapacidad de recobrar el control de sus propias extremidades.

Por momentos, se hacía un ovillo y miraba de reojo a los samuráis que lo custodiaban, y ellos a su vez, hacían lo posible por no establecer contacto visual, puesto que su siempre tranquilo y cordial carácter, se había vuelto más bien huraño y agresivo, y él mismo no comprendía a cabalidad el porqué de su propio comportamiento.

—Debo estar tranquilo... es sólo la enfermedad actuando a través de mí. Yo puedo controlarlo.
No puedo —respondió su misma voz, pero sonó como un susurro dicho directamente en su oído izquierdo, que le provocó un sobresalto.
—Es sólo una alucinación. No es real y no puede hacerme daño...
¿De verdad? Mejores y más fuertes personas que yo han muerto por causa de esta enfermedad, cuando me arrastre hasta ese momento, no quedará nada de lo que alguna vez fui.
—No voy a permitir que eso pase...
No puedo evitarlo.
—¡CLARO QUE PUEDO EVITARLO!

Gesta De La Hechicera y el Gaijin (2da ED)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora