Responsabilidades ineludibles.

116 11 6
                                    

Inmersos en su nueva rutina y los roles implícitos que aceptaron para cada uno de ellos, las primeras semanas de estadía en Japón feudal habían pasado volando. Sakura había accedido a ser instruida por Tomoyo, aunque lo cierto era que casi todas esas primeras noches en el templo habían sido de charlas sobre magia, unas más interesantes que otras, algo de historia familiar, y mucho, mucho té. Cada crepúsculo, Arashi acudía a la misma hora a la villa y pasaba la noche junto con la sacerdotisa y la maestra de cartas en el templo.

Xiao-Lang, por otro lado, se había convertido en algo así como el juguete de Kurogane, y a capricho del segundo tenía que hacer uno u otro trabajo, cada uno más laborioso, inútil o humillante que el anterior. Daba la impresión de que quería romperlo, averiguar cuál era el límite de sus buenos modales, tener una razón para echarlo de la casa prestada, y no tener que pagar más por sus servicios... Esa era al menos la percepción del chico, pero no existía, al menos para ese momento, una declaración que asentara esa suposición... de hecho, aun cuando pasaban buena parte del día juntos, en tanto el samurái no tuviera entrenamiento o junta militar, apenas si se dirigían la palabra.

La convivencia entre la pareja, por otro lado, se había robustecido bastante, aunque en el colmo de las ironías, apenas si pasaban juntos algunos minutos al día: en la madrugada, durante el desayuno, cuando Sakura volvía del Templo y Xiao-Lang iba al campo, y al atardecer, durante la cena, cuando él volvía y ella iba. Aun así, en el tiempo libre ambos hacían un arreglo aquí y allá a la casita, Sakura traía desde el templo libros prestados por la sacerdotisa y ambos los leían en tiempos diferentes, y Li surtía una cada vez más variada dieta.

Arashi y Sakura habían congeniado bastante bien a pesar de cuán diferentes eran sus edades y personalidades, y para ese momento, en el día quince desde su llegada, charlaban animadamente sobre cualquier cosa durante los minutos que les tomaba llegar al Templo.

Esa noche, sin embargo, al estar a unos pasos del arco Torii, la samurái detuvo a Sakura con un toque delicado. La maestra de cartas preguntó sin palabras el porqué de la interrupción de su camino.

—Demos unos minutos a la sacerdotisa, tiene una escena como esta al menos una vez al mes y no querrás estar cerca cuando eso sucede.

Luego de esa explicación, que abría aún más interrogantes, la maestra de cartas miró con curiosidad el salón de culto, del que dos figuras salieron con paso presuroso. La menuda figura en traje ceremonial blanco de Tomoyo fue la primera, seguida de cerca por Kurogane, enfundado en kimono y hakama obscuros. Parecían discutir, pero ambas estaban lo suficientemente lejos como para no escuchar más que alguna sílaba cuando alguno elevaba la voz de más.

El cuadro resultaba, hasta cierto punto, desconcertante. En el poco tiempo de conocer a aquella Tomoyo, había encontrado que la joven sacerdotisa, de diecisiete años, era apenas diferente de su mejor amiga, alegre, efusiva e incluso extravagante, pero amable y de excelentes modales.

Esa noche, sin embargo, la mujercita gesticulaba con vehemencia y levantaba las manos frente al samurái, que la observaba con los brazos cruzados cara a cara desde su cerca de medio metro por encima de ella, la replicaba con el mismo tono de voz, y la señalaba amenazante, lo que hizo temer a la maestra de cartas que de un momento a otro la abofetearía.

Esa noche, sin embargo, la mujercita gesticulaba con vehemencia y levantaba las manos frente al samurái, que la observaba con los brazos cruzados cara a cara desde su cerca de medio metro por encima de ella, la replicaba con el mismo tono de voz, ...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Gesta De La Hechicera y el Gaijin (2da ED)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora