Renacimiento y Réquiem.

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La hoja pasó por el aire sin ninguna oposición. No atravesó carne o hueso como estaba previsto, y detuvo su marcha en la nada, sin sangre. Chung-Hee bajó el estoque, perplejo, y luego volvió sus ojos al cielo, en busca de una explicación de qué era lo que acababa de pasar.

No había estrellas a la vista, sólo una capa rosada de luz opaca se interponía entre su vista y la bóveda celeste. Una nueva barrera lo había aprisionado, interrumpiendo su intención de herir de muerte a Sakura.

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—No me equivoco. El Destino está ahí, escrito para cada uno de nosotros —dijo Li, con la seriedad que lo caracterizaba, aunque mostraba cierto matiz de intriga por las palabras de su interlocutor, cada vez más convencido de que no era sólo una alucinación.
—Eso puede ser cierto, pero no significa que sea una línea que debas seguir... ¿cómo explicarlo de forma sencilla? El destino es un punto en el horizonte, un objetivo al cual llegar. Todos tienen uno marcado, pero hay ciertas personas excepcionales que se atreven a desafiar esa meta, y no sólo cambian la ruta para alcanzarla... algunas veces logran cambiar el final completamente, son contadísimos eventos, pero se dan... y hoy tengo un buen presentimiento. —Dicho eso, señaló con el índice hacia el lado opuesto del que venía la primera luz que se encendió en el espacio onírico de Xiao-Lang—. Vuelve afuera un momento. Te esperaré justo aquí para el gran final.

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—Desde hace muchos años, en esa vez que enviaste a tus niños, he sentido curiosidad sobre el tipo de persona que usaría la imagen de la inocencia como el mensajero de la muerte. Ahora que te veo comienzo a entender. —El eco de las palabras de Miu hizo que Chung-Hee la buscara con la vista. Ella continuó—: Hay tanto dolor y tanto enojo acumulado en ti, que duele respirar tu mismo aire.

Miu caminaba con el paso vacilante propio de su edad directo a Taeyang, e hizo pensar a su hermana que tenía intenciones de hacerle daño. Dal trató por todos los medios de salir de los escombros que la aprisionaban mientras veía a su hermano aún inconsciente.

Chung-Hee siguió con la vista a la venerable mujer, curioso, pero no se movió. Miu alcanzó a Taeyang, y contra todo pronóstico, lo tomó con delicadeza por la nuca, y lo ayudó a sentarse, mientras le susurraba un mantra al oído, que le regresó parcialmente la consciencia. El chico estaba realmente aturdido.

—¿En serio, anciana? —preguntó enérgico e irritado el espadachín—. ¿Cuánto tiempo crees que una barrera hecha por alguien de tu edad resistirá? Caerá sola en un instante, no tengo siquiera que molestarme en matarte.
—Sé eso, y es sólo un instante el que necesito. Por cierto, qué osadía la tuya en llamarme anciana, pareces ser mucho más viejo que yo —Miu rió y acarició maternal la cabellera del chico dragón, que lentamente recuperaba la vitalidad. Dal logró liberarse de su prisión, y al ver que la anciana no era hostil, fue directamente a asistir a su hermano, ignorando a la invitada.
—Sólo escucho el parloteo senil de la antigua barrera de Tomoeda... oh, sí, mis niños me hablaron de ti entonces, de lo pusilánime de tu defensa, y lo patético de tu poder. No puedo sino sentir pena por alguien tan débil que trata de desafiarme, aún ante las puertas de la muerte. No salvaste a nadie, mujer, ni entonces ni ahora, tengo el poder de hacer justicia y lo voy a utilizar.
—Si crees lo que dices con tanta firmeza, entonces no entiendes la verdadera naturaleza del poder. No buscas justicia, sino venganza, y admito que es difícil ver la línea que separa una de otra, pero no me toca a mí hacer que corrijas ese error fundamental en tu forma de pensar. Descuida, estás muy cerca de ver una auténtica demostración de poder.

 Descuida, estás muy cerca de ver una auténtica demostración de poder

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Gesta De La Hechicera y el Gaijin (2da ED)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora