Julio 2006

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Julio 2006

"It's life's illusions that I recall

I really don't know life

I really don't know life at all"

Joni Mitchell

Con lo único que puedo vincularme de manera concreta es con el vacío, con la ausencia. A su vez siento que no puedo llenar esos espacios con nada. Acumulo hobbies, pasé por mil actividades extra curriculares, hice tarea de mis compañeros de liceo a cambio de dinero, me obsesioné con ciertos libros, canciones, artistas, películas. Nada prevaleció demasiado pero permanece ahí en mi cerebro,  como si tuviera un síndrome de diógenes pero mental.

Mis niveles de exigencia personal fueron en alza desde la visita a la tumba de mi madre, empecé a cronometrar cuánto puedo aguantar, en muchísimos sentidos, ser yo misma. Me gustan las matemáticas y los idiomas, ayudé a varios de mis compañeros de clase en la biblioteca con las tareas y comencé a enseñar francés a una amiga de Yuko, una chica tan o más adorable que ella, llamada Hinata Tachibana.

Me ofrecí a realizar casi todas las tareas de la residencia, me ocupé en demasía de mi aspecto físico, más que nunca y salgo completamente sola con mi skate a recorrer calles, parques y lugares sin razón aparente. Saoko me escribe mensajes para preguntarme como estoy, ha tomado un tono como el de mi padre cuando me pregunta si estoy comiendo bien, durmiendo lo suficiente o alguna cosa que le permita evadir mi voz de juez a punto de emitir la condena.

Hace unos días noté que mis pechos están más grandes y me asusté. Me alegré pero me asusté, mi cuerpo siempre me juega bromas o busca traicionarme, pese a la creencia popular de que el cuerpo no miente, yo creo que prefiero mentirme el sesenta por ciento del tiempo.  Cuando mi tía Carol lo notó en nuestra llamada por Skype, mi abuela gritó que son mis genes latinos entrando en acción.

Me miré al espejo sintiendo culpa, era obvio que era una trampa de mi cabeza complotada con el resto de mi para que sintiera que había sido injusta con mi abuela Helena. Me obsesioné con la cultura japonesa para ponerle adornos a un hueco oscuro, a mi madre que no tenía forma de recuerdo ni forma de nada.  Y  Helena que siempre estuvo ahí, a los gritos, no había recibido nada a cambio de su insistencia a que consumiera cosas argentinas.

Mi padre y Carol hablan español debido al tiempo que pasaron en Choele Choel, la ciudad natal de mi abuela. Yo aprendí a medias gracias a libros y canciones que Helena me regalaba, cantaba y usaba para hacerme reír. Mi abuela siempre me contaba sobre Argentina, la comida de su mamá, las injusticias que hicieron que se fuera en la cúspide de su carrera como bailarina, como extrañaba las empanadas y el dulce de leche o las canciones de Charly García en la radio.

Preferí considerar ajeno  lo presente y propio  lo ausente. Me odiaba por eso, ahora solo tengo una piedra llena de musgo y flores marchitas en lugar de ir a pasar el verano con Helena en Pamplona, en su casa que huele siempre dulce y donde siempre intenta hacerme tomar mate.

Mi desarraigo me acompañó hasta la playa donde Yuko me invitó junto a Hinata y su novio que aun no conozco, pero que Hinata menciona a veces.

Desde el centro de Tokio el viaje hasta la playa me tomó casi dos horas, lo suficiente para envolverme en pensamientos autodestructivos aunque hubo algo que los cortó casi en seco: el mensaje de texto de Takashi, ya estaba cerca de la playa y me propuso encontrarnos en un punto común.

Hablaba con él casi todos los días, llevamos a sus hermanas a jugar a un parque y fuimos a una feria de ropa usada a revolver canastos por horas. Le propuse ( o más bien le ordené) a Yuko que lo invitaramos a la playa y estuvo de acuerdo.

Regarde le Ciel - Manjiro SanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora