Enero 2007

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Enero 2007

La gente cambia. Nadie pisa las mismas calles dos veces, ni respiramos el mismo aire. La gente cambia, no es que siempre fue así. No. Existen versiones de nosotros mismos con cualidades sin explorar, sin ejecutar. Sin saber que están ahí. Entre no saber y saber hay una diferencia, un cambio. La gente cambia. Los lugares pueden quedarse, las marcas también pero ni eso ya es lo mismo ni vio los mismos ojos, las piedras no lastiman las mismas rodillas. La sangre se renueva. La gente cambia.

Pisé las calles de Tokio de nuevo pero no era el mismo Tokio, no era la misma yo. Ni él. Su ausencia tampoco era la misma. Lo buscaba en todas partes, en la bahía, en el cementerio, en el templo. No apareció. La gente cambia y debemos aceptar ese cambio. No quiero. Manjiro sigue ahí, en mis sueños, en mis proyecciones del futuro. Cada vez que oía una motocicleta en la calle.

Seguía buscándolo, fui hasta su casa. Las puertas del dojo estaban cerradas, pensé en golpear pero no lo creí prudente. Escuché una moto y me di vuelta. Un repartidor en la casa de al lado. La esperanza es solamente una ilusión. Tengo sueño, me cuesta hacer cualquier cosa, pienso en él. Tanto que creo que él debería poder sentirlo en alguna parte del cuerpo.

La gente cambia, miro por la ventana imaginando que viene a buscarme como antes, a cualquier hora. La gente cambia y entiende de relojes. Fui al cementerio a ver el descuido de la tumba de mi madre. No volví a limpiarla ni a prender inciensos ni a llevar flores. Para lo único que me había servido la mujer era de buzón. Me quedé esperando a que apareciera. No sucedió.

La gente cambia y aprende a controlar su presencia y su ausencia. Nadie hablaba de él, es como si no hubiera existido.

La gente cambia y aprende a ignorar la inercia. Sin embargo, no existe tal cosa como el olvido. Existen las costumbres y el placer. Existe el dolor propio y el ajeno. Existe buscar lo que se pierde, volver sobre los mismos pasos, las mismas manos, los mismos ojos.

La gente cambia pero no tanto lo que buscamos en ella.

No soy más que un cúmulo de ira, uñas carcomidas y dientes apretados. Mientras espero la hora de embarcar, el sufrimiento aumenta pero no puedo derramar ni una lagrima. Mis ojos están secos, mi alma también.

Le había entregado mi virginidad porque es lo único que podía darle y él desaparece de la faz de la tierra de un día para el otro. No lo entiendo, no me alcanzan las palabras, ni la lógica, ni nada.

Me había quedado con su ropa prestada que dejé sin lavar desde aquella noche.No tenia intenciones de devolverla, así como el tampoco me devolverá mi castidad. Ahora que lo pienso ninguna de esas posesiones tiene valor ¿qué es tener valor? no lo sé. Todas mis certezas se diluyeron y ahora no sé nada.

Miro el mismo punto fijo en la alfombra del aeropuerto hace dos horas o quizás más. Miro un punto fijo desde que Manjiro desapareció. Cuando me despedí de mis nuevos amigos mi estado los puso en alerta, me acompañaron hasta hacer el check in y luego se fueron cuando me vieron esbozar una sonrisa. La gente se va, los estados son cambiantes, se está no se está y Manjiro no estaba.

Me subí al avión mirando hacia atrás, esperando el final de la película romántica donde él corre por el aeropuerto buscando a su amada que se va para siempre. La gente cambia y entiende la diferencia entre la fantasía y la realidad.

Cuando despegamos vi a Japón desde el aire, la distancia es ahora la única verdad. Me miré las manos y mis lágrimas no tardaron en aparecer. Lloré. Lloré porque mi corazón estaba roto, porque mi madre estaba muerta y no me quería, porque mi padre me había mentido, porque Saoko estaba muerta, porque ya no volvería a ver al mundo del mismo modo. Me dolía el pecho. Una azafata se acercó con un poco de agua, le agradecí con la poca fuerza para hablar que tengo. Me pasé el vuelo llorando con breves pausas para dormir.

Al llegar a mi casa todo me era ajeno, los muebles, mi padre, la ciudad entera. Era como si nunca hubiese estado ahí. Todo era nuevo, París había nacido ayer igual que yo. Llegué de madrugada, cuando la pena duele más. Me dormí sin hablar con mi padre de nada.

Al día siguiente mi letargo continuaba y a duras penas me puse a desempacar mi equipaje. Arrojé todo con la ropa sucia, en un ataque de rabia rompí todas las polaroids de Manjiro que tenía hasta que encontré el amuleto que me regaló con un pequeño papel dentro. Quise romperlo pero la curiosidad fue mayor.

Era una pequeña misiva, era la caligrafía de Manjiro. Me sequé las lágrimas de furia y tristeza para poder leer lo que decía: "Ni se te ocurra morirte antes que yo" 



Gracias a los que llegaron hasta acá, en serio. 

Nos vemos la próxima

-notancielo 

Regarde le Ciel - Manjiro SanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora