_____ miró su reflejo en el espejo. Se sentía como si hubiera vuelto a nacer. Estaba en un restaurante fantástico, con deliciosa comida, incluso el baño era precioso. ¿Acaso podían irle mejor las cosas? Tenía las mejillas sonrosadas, los ojos brillantes. Ya no se sentía demasiado alta, ni demasiado flaca, ni su boca le parecía demasiado grande. Era una mujer atractiva en la flor de la vida y lo mejor de todo era que James estaba ahí fuera, esperándola.
_____ Edwards conocía a James Maslow de toda la vida. Desde la ventana de su dormitorio en la casa donde había vivido con su padre, había mirado miles de veces hacia la esplendorosa mansión Maslow, con su impresionante arquitectura victoriana.
De niña, lo había visto como un héroe y lo había perseguido mientras James había jugado con sus amigos. De adolescente, se había enamorado de él, sonrojándose cada vez que lo veía. Sin embargo, él, varios años mayor, lo había ignorado por completo.
Pero _____ ya no era una adolescente. Tenía veintiún años, se había licenciado en Lengua Francesa y la habían contratado en el gabinete de abogados parisino donde había pasado todos los veranos trabajando mientras estudiaba.
Era una mujer hecha y derecha. Y se sentía feliz.
Con un suspiro de placer, se retocó el brillo de labios, se colocó el pelo y salió al comedor.
James estaba mirando por la ventana y ella aprovechó para observarlo sin ser vista.
Era un hombre muy viril y atractivo, de los que hacían que las mujeres se dieran la vuelta para admirarlo. Como su padre, que había sido diplomático, tenía el pelo negro y la piel bronceada, fruto de su origen italiano, aunque había heredado los ojos azules de su madre inglesa. Todo en él irradiaba atractivo, desde su pose arrogante hasta un cuerpo musculoso y perfecto.
A _____ todavía le costaba creer que estaba con él. Pero James la había invitado a salir y eso le dio la confianza necesaria para seguir avanzando hacia la mesa.
–Tengo... una sorpresa para ti –dijo él con una sonrisa seductora.
–¿Sí? ¿Qué es? –preguntó ella, sin contener su entusiasmo.
–Tendrás que esperar para verla –repuso él sin dejar de sonreír–. Apenas puedo creerme que hayas terminado la carrera y que estés a punto de irte vivir al extranjero
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La chica a la que nunca miro ( adaptación )
RandomHabían crecido juntos, pero él en una mansión y ella en la casa del mayordomo. James Maslow siempre lo había tenido todo: dinero, atractivo y una sonrisa demasiado seductora, algo que le había procurado una larga lista de sofisticadas bellezas a su...