No quiero hablar

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–¿Es eso lo que crees? ¿Que soy tan ruin que me alegraría de tu fracaso?
_____ suspiró y apartó el plato.
–Sé que no eres ruin, James, y no quiero discutir contigo –afirmó ella, se puso en pie y empezó a fregar los platos, pensando en algo neutro que decir para suavizar la tensión.
–¡Deja eso!
–No quiero. Mañana va a ser un día muy largo y no quiero tener que ocuparme de la cocina. Por cierto, gracias por hacer la comida. Ha sido un detalle.
James murmuró algo inaudible y empezó a ayudarla a secar los platos. _____ sintió su cercanía como una corriente eléctrica. Estar en su presencia la privaba de su inmunidad y la asustaba, pero no iba a rendirse con tanta facilidad a aquellos sentimientos. Así que optó por iniciar una conversación superficial. Le contó que a su padre le gustaba mucho París.
–Una vez, me dijo que su sueño había sido viajar por todo el mundo con mi madre y que, cuando mi madre murió, su sueño murió con ella.
–Sí, la última vez que vine a pasar el fin de semana, lo encontré esperando un taxi y leyendo una guía de viajes sobre el Louvre.
–¿De veras? –dijo _____, riendo.
Al escucharla, James se quedó paralizado. Se dio cuenta de que todavía recordaba aquella risa, como la letra de una canción que nunca se olvidaba. De pronto, quiso saber mucho más de ella. Una oleada de curiosidad lo impulsó a seguir indagando.
–Le has ofrecido a John una vida nueva –comentó él, secó el último plato y se apoyó en la mesa–. Creo que se ha dado cuenta de lo que se había estado perdiendo todos estos años. Al irte a París, lo has obligado a salir de su agujero. Me da la sensación de que, pronto, hasta París se le quedará pequeño.
–No solo nos quedamos en París –explicó ella–. Hemos estado recorriendo Europa –añadió, emocionada por lo que James le había dicho respecto a ofrecerle una nueva vida a su padre. Con comentarios como ese, se abrían sus recuerdos sobre todo lo que habían compartido a lo largo de los años. En realidad, él la había visto crecer.
–De hecho, cuando el tiempo mejore, vamos a ir a Praga. Es una ciudad preciosa. Creo que le gustará.
–¿Ya la conoces?
–Estuve una vez.
–¿Qué ha sido de la chica que nunca salía de su pueblo, a excepción de aquel viaje que hiciste con la escuela para esquiar? ¿Te acuerdas?
_____ se acordaba muy bien. El padre de James había muerto justo entonces y él había estado muy ocupado haciéndose cargo de la empresa que había heredado. Ella había estado seis o siete semanas sin verlo y, cuando al fin lo había hecho, le había contado entusiasmada todas las historias de su viaje.
–Sí, claro que sí.
–¿Y con quién fuiste a Praga? –quiso saber él–. Yo he estado dos veces. Es una ciudad muy romántica –comentó y se giró para rellenar la cafetera, esperando su respuesta.
_____ frunció el ceño. Su primer impulso fue responderle que su vida privada no le incumbía. Pero, si lo hacía, él no pasaría por alto su falta de educación y volvería a preguntarle por el tema que ella más deseaba evitar: su último encuentro.
–Sí. Es una ciudad muy romántica. Me gusta mucho. Me encanta su arquitectura. Parece un lugar suspendido en el tiempo, ¿no crees?
–¿Y con quién fuiste? ¿O es un secreto?
James se volvió y le ofreció una taza de café. Se sentó con las piernas estiradas sobre otra silla.
–Con un hombre que conocí.
–¡Un hombre!
–Patric Alexander. Alguien que conocí en una fiesta...
–Bueno –dijo él, un poco conmocionado.
_____ siempre había sido bonita, pero ella misma lo había ignorado. Esa era otra cosa que había cambiado. París le había hecho ser consciente de lo atractiva que era, adivinó James.
–¿Francés? –inquirió él, apretando los labios.
–Medio francés. Su madre es inglesa –contestó ella, se bebió el café de un trago y se puso en pie, un poco tensa–. Ahora, creo que es hora de que te vayas a tu casa. Tengo que deshacer la maleta y preparar una lista de cosas por hacer. Me he dado cuenta de que ya has enrollado la alfombra del salón. Gracias.
–¿Y cómo es que conoces a ese Patric?
–Vive en París.
_____ frunció el ceño, al ver que él no se movía de la silla.
–Su nombre no me suena. Estoy seguro de que tu padre no me lo ha mencionado...
–¿Por qué iba a hacerlo?
–¿Porque soy su amigo...? ¿Cuánto tiempo llevas saliendo con ese tal Patric?
–No quiero hablar de esto contigo.
–¿Te hace sentir incómoda?
–¡Estoy cansada y quiero irme a dormir!
–Me parece bien –dijo él al fin y, con suma lentitud, se puso en pie–. No quiero que pienses que meto las narices donde no me importa y tampoco quiero que te sientas incómoda...
Entonces, comenzó a caminar hacia ella. Con cada paso, _____ se sentía más tensa.
–No estoy incómoda.
–Por si acaso –señaló él y se detuvo a solo unos pocos centímetros–. Me pregunto si me has estado evitando todos estos años porque no querías que conociera a ese hombre tuyo.
–No te he estado evitando –repuso ella–. He respondido a todos tus correos...

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora