–Lo sé, pero una oferta de trabajo en París es algo que no se puede rechazar. Ya sabes que aquí no hay muchas oportunidades.
–Sí –afirmó él. Sabía a lo que se refería. Esa era una de las cosas que le gustaban de ella. Se habían conocido desde hacía mucho tiempo, tanto que casi no tenían que explicarse las cosas. Por supuesto, iba a ser maravilloso para ella irse unos años a París. Kent era un pueblo hermoso y apacible, pero era hora de que volara y conociera mundo.
Sin embargo, iba a echarla de menos.
_____ se sirvió otro vaso de vino y sonrió.
–Tres tiendas, un banco, dos oficinas, un puesto de correos... ¡y nada de trabajo! Podría haber buscado empleo en Canterbury, que está más cerca, pero...
–No te habría servido de nada tu licenciatura en Francés. Imagino que John va a echarte mucho de menos.
_____ tuvo ganas de preguntarle si él también la echaría de menos. James trabajaba en Londres, a cargo de la empresa de su difunto padre, desde hacía seis años. Lo cierto era que solo volvía a Kent algunos fines de semana o en vacaciones.
–No me voy a ir toda la vida –contestó ella, sonriendo–. Mi padre se las arreglará sin mí. Le he enseñado a usar Internet para que podamos comunicarnos por Skype.
Apoyando la cara en las manos, _____ observó a su acompañante. James solo tenía veintisiete años, pero parecía mayor. ¿Sería por las responsabilidades que la vida le había puesto desde muy joven? Mike Maslow, su padre, había delegado la dirección de su compañía a su mano derecha, que había resultado ser un hombre de poco fiar. Cuando Mike había muerto, su hijo había sido quien había tenido que salvar lo que había quedado del negocio paterno. ¿Sería eso lo que le había hecho convertirse en un hombre antes de la cuenta?
–Incluso igual le gusta tener la casa para él solo –comentó James, hablando del padre de ella.
–Bueno, se acostumbrará –opinó _____. No creía que su padre disfrutara de estar solo, sin embargo. Habían vivido siempre los dos juntos, desde que la madre de ella había muerto.
–Creo que tu sorpresa se acerca... –señaló él, mirando detrás de ella.
_____ se giró y, cuando vio que se acercaban dos camareros con una tarta con bengalas chisporroteantes, cubierta de helado y salsa de chocolate, se sintió un poco decepcionada. Era la clase de sorpresa perfecta para una niña, pero no para una mujer. James sonreía tanto que ella tuvo que sonreír también y soplar las velas, ante los aplausos de los presentes.
–De verdad, James, no tenías que haberte molestado –murmuró ella, mirando el inmenso postre.
–Te lo mereces, _____ –contestó él y quitó las bengalas–. Lo has hecho muy bien en la universidad y ha sido una decisión brillante aceptar ese trabajo en París.
–No tiene nada de brillante aceptar un trabajo.
–Pero París... Cuando mi madre me contó que te lo habían ofrecido, no estaba seguro de que fueras a aceptar.
–¿Qué quieres decir? –quiso saber ella y probó la tarta, más por compromiso que por ganas.
–Sabes a lo que me refiero. No has estado nunca mucho tiempo lejos de casa. Mientras estabas en la universidad, solías venir un par de veces a la semana a ver cómo estaba tu padre.
–Sí, bueno...
–No es nada malo. El mundo sería un lugar mejor si la gente se ocupara de sus parientes mayores.
–No soy una santa –replicó ella, hundiendo un pedazo de tarta en el helado.
–Siempre haces eso.
–¿Qué? –preguntó ella, un poco irritada.
–Mezclar la tarta con el helado y mancharte la boca de chocolate –observó él y le limpió un poco la nata con el dedo. Luego, se lo llevó a la boca, lo lamió y arqueó las cejas.
–Está muy rico. Acércame el helado, vamos a compartirlo.
_____ se relajó. Estaba acostumbrada a que él la tratara como una niña. Se acercó un poco, inclinándose a propósito para que su acompañante pudiera verle mejor el escote. No solía vestirse de forma provocativa, pero para esa cita se había arreglado a conciencia.
Era raro, pero siempre le había puesto nerviosa ponerse ropa ajustada delante de James. Le había dado vergüenza sentir su mirada y había temido que la comparara con sus conquistas... y salir perdiendo en la comparación
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La chica a la que nunca miro ( adaptación )
De TodoHabían crecido juntos, pero él en una mansión y ella en la casa del mayordomo. James Maslow siempre lo había tenido todo: dinero, atractivo y una sonrisa demasiado seductora, algo que le había procurado una larga lista de sofisticadas bellezas a su...