–¿Qué clase de escritorio le gustaría al señor?
–¿Sería mucho pedir que me trajeras el que uso en mi casa? No es muy grande –indicó él y sonrió.
–Supongo que podría bajar mi mesa. Es pequeña y ligera –señaló ella y miró la bolsa con ropa que traía en la mano–. ¿Podrás cambiarte solo?
–Después de ducharme. Voy a intentar subir las escaleras solo. Si me das una toalla..._____ lo hizo y, mientras él se duchaba, no pudo evitar imaginárselo desnudo bajo el chorro de agua. Limpió la mesa de su cuarto y la bajó al salón, donde le preparó un pequeño despacho con vistas al paisaje nevado.
La casa era pequeña y, aunque lo había evitado la noche anterior, dejándolo solo para ver la tele, no iba a poder esquivarlo durante las horas del día. Ella podía trabajar en la cocina y lo haría, pero tendría que entrar en el salón de vez en cuando, aunque solo fuera para estirar las piernas.
En vez de sentirse molesta por eso, como le había pasado la noche anterior, experimentó una extraña sensación que no era desagradable. Tal vez, algo había cambiado entre ellos. Al fin, ella había dejado de estar tan tensa y se había relajado.
Media hora después, James salió del baño con el pelo mojado. Había pasado por alto la rutina del afeitado y estaba más sexy que nunca. A regañadientes, ella tuvo que admitir que ni Patric ni Gerard habían estado a su altura en lo que a atractivo sexual se refería.
Él se fue al salón con una cafetera llena, mientras _____ se ponía al día con el correo en la cocina. Sin embargo, como no podía concentrarse, acabó leyendo unos libros de cocina de su padre, fijándose en que había algunas páginas marcadas.
Justo cuando estaba pensando en renunciar a trabajar y ponerse a preparar algo para comer, la sorprendió el sonido de algo cayendo al suelo con fuerza. Dando un respingo, se puso en pie de un salto y corrió al salón.
James estaba de pie junto a la ventana, haciendo una mueca y sujetándose la espalda con la mano. Se giró al oírla entrar.
–¿Por qué la gente se niega a hacer cosas que son buenas para ellos?
_____ bajó la vista al libro que estaba en el suelo. Era uno de los tomos de jardinería de su padre.
–Lo siento. Necesitaba tirar algo.
–¿Tiras algo cada vez que te sientes frustrado? –preguntó ella, recogió el libro y lo dejó sobre la mesa.
–Mi forma favorita de superar el estrés es irme al gimnasio y darle puñetazos a un saco de boxeo. Por desgracia, ahora no puedo hacerlo –explicó él. Al tener a _____ en el salón, se sentía menos estresado–. ¿Qué estás haciendo en la cocina? ¿Estás trabajando?
–Estoy leyendo un libro de recetas y pensando en preparar algo un poco especial. Mientras, ¿quieres que te traiga un tentempié o algo para beber?
–No, pero puedes sentarte aquí y hablar conmigo –repuso él y se sentó en el sofá con un suspiro de intenso alivio.
–Tu secretaria debe de pasarlo fatal trabajando para ti –comentó ella, sentándose en un sillón junto al fuego._____ se relajó. Era fácil volver a disfrutar de su compañía y su amistad, que había creído perdida para siempre. Al fin, estaba manejando la situación como una adulta, se dijo. ¿Qué podía tener eso de malo o de peligroso? Además, le gustaba mirar a James, aunque odiaba admitir que eso fuera una debilidad por su parte. Le gustaba ver cómo se pasaba los dedos por el pelo, como estaba haciendo en ese momento. Era un gesto típico de él.
–A mi secretaria le encanta trabajar para mí –se defendió él–. Está deseando ir a la oficina por las mañanas.
_____ se imaginó a una mujer joven, guapa y enamorada de él, siguiéndolo con los ojos y feliz de poder disfrutar de su compañía. De pronto, se puso enferma de celos.
–Tiene sesenta años, es abuela y su marido retirado está todo el día detrás de ella. Trabajar para mí es como tener vacaciones permanentes.
Un inmenso alivio se apoderó de _____, tanto que se alarmó un poco. Así que sus sentimientos por él no estaban muertos ni enterrados... ¡pero podría apañárselas!
James estaba sonriendo y ella le devolvió la sonrisa.
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La chica a la que nunca miro ( adaptación )
DiversosHabían crecido juntos, pero él en una mansión y ella en la casa del mayordomo. James Maslow siempre lo había tenido todo: dinero, atractivo y una sonrisa demasiado seductora, algo que le había procurado una larga lista de sofisticadas bellezas a su...