Calla

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Si me llamas para decirme que no vas a venir a cenar, no te preocupes. No hay problema. ¡Todavía no he terminado mi trabajo! Además, quiero escribir a algunas amigas...
–_____, calla.
–¿Cómo te atreves?
–Tienes que escucharme. Vístete con ropa de abrigo, sal de casa y dirígete a la parte de atrás de tu jardín.
–¿Qué pasa? Me estás asustando.
–He tenido un accidente.
–¿Qué? –gritó ella, presa del pánico–. ¿Qué quieres decir?
–Ha habido vientos muy fuertes antes de que vinieras. Se han caído algunas ramas y un árbol está a punto de caer sobre el poste de la luz.
–¿Te has tropezado con una rama?
–¡No seas ridícula! ¿Es que crees que soy tan patoso? Cuando me fui de tu casa, trabajé un poco y, luego, pensé que sería buena idea intentar cortar el árbol para que no cayera sobre los cables de la luz.
De pronto, _____ recordó un día en que James apenas había tenido dieciséis años y se había subido a un árbol, sierra en mano, para cortar una rama quebrada, mientras sus padres le habían gritado que se bajara de inmediato. Él siempre había sido temerario y amante de los retos. Y a ella le había fascinado.
–¡No puedo creer que seas tan estúpido! –le reprendió ella–. ¡Ya no tienes dieciséis años! Dame cinco minutos y no te muevas.
Lo vio entre la nieve que no cesaba de caer, tumbado en el suelo. ¿Y si se le había roto algo o si se había golpeado en la cabeza? Podía morir sin avisar. _____ había oído que eso le había pasado a alguien, en alguna parte.
No había forma de que un médico pudiera llegar hasta allí. Incluso un helicóptero tendría problemas en atravesar la tormenta.
–¡No te muevas! –gritó ella, llevando dos manteles en la mano–. Puedes taparte con esto. Voy a buscar ese tablón que usa mi padre para empapelar las paredes. Podemos usarlo como camilla.
–No seas tan melodramática, _____. Solo necesito que me ayudes a ponerme en pie. La nieve está tan blanda que no puedo. Creo que tengo una contractura en la espalda.
–¿Y si es más grave que eso, James? –dijo ella, se agachó y lo miró de cerca, apuntándole a la cara con la linterna.
–¿Te importa apuntar a otra parte?
–No debes moverte si crees que te has lastimado la columna –insistió ella, ignorándolo–. Es lo primero que se aprende en un curso de primeros auxilios.
–¿Has hecho un curso?
–No, pero estoy segura de que es así. Tus ojos tienen buen aspecto. Eso es buena señal. ¿Cuántos dedos tengo aquí?
–¿Qué?
–Mis dedos. ¿Cuántos hay? Necesito asegurarme de que no te haya afectado a la cabeza...
–Tres dedos. Y aparta la maldita linterna. Deja que me apoye en ti para ir a tu casa. No creo que pueda volver hasta la mía.
–No sé si...
–Mira, mientras piensas si es buena idea o no, me voy a morir de hipotermia. ¡Tengo una contractura! No necesito taparme ni una camilla, aunque te lo agradezco. Solo necesito que me eches una mano.
–Tu voz suena fuerte. También es buena señal.
–¡_____!
–De acuerdo, pero no estoy segura...
–No importa.
James se apoyó en los hombros de ella y se incorporó. Se les hundían los pies en la nieve al caminar, haciendo muy difícil avanzar y mantener el equilibrio. No era de extrañar que no hubiera podido hacer el recorrido él solo.
James andaba encorvado, con la mano en los riñones y cara de dolor. _____ lo había envuelto con los manteles, a pesar de que él había tratado de resistirse. Mientras, la linterna iluminaba el camino, sembrándolo de sombras espectrales.
–Podría intentar llamar a una ambulancia... –sugirió ella, sin aliento, pues era un hombre muy corpulento y le estaba costando ayudarlo.
–No sabía que fueras tan aprensiva.
–¿Qué esperabas? Se suponía que ibas a venir a cenar tranquilamente...
–¿No ves que no es posible caminar tranquilamente con esta nieve?
–¡Deja de hacerte el gracioso! ¡Ibas a venir a cenar y vas y me llamas para contarme que has decidido cortar un árbol y estás tirado en el suelo, tal vez, con la espalda rota!
–Siento haberte preocupado

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora