Tal vez

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James se preguntó si la razón de su interés sería que estaban atrapados por la nieve. O que llevaban años sin verse.
Guardar las alfombras en el trastero no era un sustituto satisfactorio para su curiosidad. Sin embargo, James se rindió, dejó el tema y se resignó a enrollar y transportar durante las siguientes dos horas. Trabajaron codo con codo e intercambiaron opiniones sobre las mejoras que podían hacerse en la vieja casa. Lo cierto era que le hacía falta una buena remodelación.
–Bien –dijo _____, cuando hubieron terminado–. Ahora tienes que irte, James.
Mientras habían estado transportando muebles y alfombras, _____ se había dado cuenta de que tenía que ser cautelosa con él. Siempre le había parecido irresistible el encanto y la inteligencia de James. Y su atractivo no había disminuido con los años. Todavía la hacía reír.
Su cuerpo se sentía vivo junto a él. Se sentía de nuevo como esa joven de veintiún años, ansiando su contacto. ¿Y si aquella situación imprevista acababa conduciéndola a hacer algo lamentable? Era un pensamiento que estaba agazapado en su mente, como un monstruo amenazante bajo sus defensas. ¿Qué pasaría si, dejándose llevar por la magia del momento, posaba la mano en el brazo de él durante más tiempo del adecuado? ¿Y si le sostenía la mirada?
Por otra parte, James ya no era el héroe intocable de su infancia. Estaba comprendiendo que era un hombre complejo, con una gran responsabilidad. Compartió con ella sus preocupaciones por su madre, que se estaba haciendo mayor y vivía en una casa demasiado grande para ella.
Lo malo era que ese hombre volvía a resultarle demasiado irresistible. Él se comportaba de forma relajada y tranquila, porque todavía la consideraba una amiga. Sin embargo, ella albergaba sentimientos más conflictivos y eso la asustaba.
Por eso, no era buena idea pasar la tarde juntos en su casa.
–Quiero ordenar unas ropas y trabajar un poco porque, como tú preveías, no creo que pueda volver a Londres mañana. Tendré suerte si puedo salir de aquí el fin de semana. Así que...
Ninguno de los dos se había cambiado y, después de haber salido al trastero, _____ tenía el pelo mojado por la lluvia y las mejillas sonrojadas por el frío. A diferencia de las chicas con las que James solía salir, ella tenía ojos de mujer inteligente. Y un rostro que no se cansaba de mirar.
–No recuerdo cuándo fue la última vez que una mujer me echó de su casa –comentó él, arqueando las cejas–. Si lo pienso bien, tampoco recuerdo haber hecho nunca un trabajo manual con una mujer.
–Dudo que tus novias estuvieran a gusto en estas condiciones. La nieve y los tacones de aguja no son compatibles. Y yo no soy una mujer, sino una amiga.
–Gracias por recordármelo –murmuró él–. Casi lo olvido...
_____ tomó aliento. ¿Qué significaba eso?
No. Se negaba a perder el tiempo especulando sobre las cosas que él decía o intentando leer entre líneas. Aquello no iba a conducir a ninguna parte y, de todos modos, a ella qué más le daba. ¡Había dedicado cuatro años de su vida a dejarlo atrás!
–Tal vez, esta noche podamos cenar juntos. O igual puedo ir a tu casa –concedió ella–. Es mejor compartir la comida, ¿no crees?
–Puedo cocinar para ti –se ofreció él con voz cálida–. Así, añadiría algo más a la lista de cosas que no hago con más mujeres que contigo.
¿Estaba coqueteando ella?
–Si quieres, hazlo –repuso _____ con tono cortante–. Si no, también podemos dejarlo para mañana. Tienes mi número de móvil, ¿verdad?
–Creo que es una de las cosas que omitiste darme cuando te fuiste...
Su encanto, que antes la volvía loca, estaba comenzando a resultarle irritante a _____.
–Pues intercambiemos los números, por si hay un cambio de planes. Si veo que no he terminado todo lo que quiero hacer, te llamaré.
–¿Vas a llamar a John para contarle lo que ha pasado?
–No.
¿Cómo iba a decirle a su padre que estaba atrapada en medio de una tormenta de nieve con James?, se dijo _____. Su padre había estado al tanto de lo cautivada que había estado por él de adolescente. Ella había sido tan joven y tan ingenua... no había podido ocultar sus sentimientos. Pero no le había hablado nunca de la última cena que había tenido con James. Al menos, no le había contado los detalles. Aunque su padre habría adivinado que no había salido bien, pues al día siguiente ella había estado callada y huidiza. Luego, se había marchado a París y no había vuelto a ver a su amigo de la infancia.
–No. Hiciste bien al comunicarte conmigo y dejar a mi padre al margen de esto. No ve a Anthony a menudo y quiero que disfrute de sus vacaciones. Además, la combinación de transporte es muy mala ahora mismo. Le resultaría muy difícil regresar y yo creo que puedo arreglármelas sola.
–¿Cómo te sientes? –quiso saber él.
–¿De qué hablas? –preguntó ella, frunciendo el ceño.
–Al estar al mando.
–No estoy al mando de nada –farfulló ella y bajó al cabeza, dudando si era un cumplido o una crítica–. Bueno, ahora estoy al mando, tal vez –se corrigió–. Mi padre es mayor. Va a cumplir sesenta y ocho el mes que viene y cada vez se cansa más. Cuando pasamos mucho tiempo caminando por París, se resiente un poco, aunque no quiera aceptarlo.

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora