Buena suerte

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Y, cada vez que yo iba a París, tú estabas muy ocupada. Y solo venías a Inglaterra cuando yo no estaba aquí...
–Mala suerte –dijo ella, encogiéndose de hombros, aunque no pudo evitar sonrojarse–. Patric y yo ya no estamos saliendo –confesó al fin, cuando el silencio se hizo insoportable–. Seguimos siendo buenos amigos. De hecho, es mi mejor confidente...
Cuando ella lo miró, James supo al instante que estaba diciendo la verdad.
La chica que siempre había acudido a él se había convertido en una mujer madura y tenía a otro hombre al que acudir.
–¿Y qué me dices de ti? –preguntó ella, armándose de valor–. ¿Hay alguien en tu vida en este momento?
James ladeó la cabeza, considerando la pregunta.
–No. Hasta hace poco, salí con una actriz...
–¿Rubia? –inquirió ella, sin poder resistirse.
James asintió, frunciendo el ceño.
–¿De baja estatura? ¿Amante de los tacones muy altos y los vestidos muy ajustados?
–¿Te ha hablado mi madre de ella? Tengo la impresión de que no le gustaba mucho Amy...
–No, tu madre no me ha mencionado a nadie. De hecho, tu madre y yo apenas hemos hablado de ti. Lo he adivinado porque esa es la clase de chicas con la que siempre sales. Rubias, de pelo largo, poca estatura, altos tacones y vestidos provocativos –indicó ella y respiró hondo, sintiendo de nuevo la inseguridad que había experimentado hacía años, cuando se había comparado con ellas, sintiéndose inferior.
James se sonrojó.
–Nada ha cambiado.
–¿De veras? Yo no diría eso.
–Sigues saliendo con rubias despampanantes. Daisy sigue desesperada por eso. Tus relaciones apenas duran unos segundos.
–Pero yo ya no te gusto...
Aquel comentario, dicho con suavidad, quedó flotando en el aire como una pregunta. _____ dio un paso atrás como si la hubiera abofeteado.
¿En qué había estado pensando?, se reprendió a sí misma. Había estado tan sorprendida de encontrarlo en su casa que había olvidado el poderoso influjo que James siempre había tenido sobre ella. Había conseguido, hasta el momento, evitar los temas personales, sin embargo...
–Eso fue hace mucho tiempo, James, y como te he dicho, no tiene sentido ahondar en el pasado.
–Bueno... –murmuró él y comenzó a caminar hacia el perchero donde había dejado su abrigo–. Ya me voy. Pero volveré mañana y no me digas que no hace falta. Enrollaré las otras alfombras y las guardaré en un sitio seco hasta que alguien de la compañía de seguros pueda echarles un vistazo. Aunque, hasta que no pare de nevar, no creo que nadie pueda acercarse por aquí.
–Estoy segura de que eso puede esperar. No voy a quedarme mucho tiempo. Pienso irme... mañana por la noche o a primera hora del día siguiente...
James no dijo nada. Se tomó su tiempo en ponerse la bufanda y abrió la puerta de par en par.
–Buena suerte con tus planes –le deseó él, mientras la nieve caía sin compasión sobre los campos–. Creo que existe la posibilidad de que los dos nos veamos atrapados aquí...
Solos. _____ trató de no dejarse impresionar por esa perspectiva. Sabía que James no iba a quedarse en su casa mientras sospechara que ella necesitaba ayuda. Lo cierto era que la nieve parecía decidida a quedarse y aquellos parajes no tenían muy buen acceso a las carreteras. Estaban en medio de ninguna parte y no sería la primera vez que una fuerte nevada los dejaba incomunicados.
Pero, tal vez, fuera para bien. No podía seguir escondiéndose de él para siempre. Antes o después, ella iba a volver a Inglaterra. Su padre era cada vez más mayor y ella tenía buenas perspectivas de encontrar trabajo en su país natal. Cuando regresara, volvería a ver a James de vez en cuando. Quizá, ese fuera su destino.
–Igual tienes razón –respondió ella, fingiendo indiferencia–. En ese caso, es una suerte que estés aquí. Adoro a Patric, te lo aseguro, pero un artista no sería de mucha ayuda en una situación práctica como esta... Ver menos

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora