Eres la unica

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James había tomado una cebolla de la mesa y estaba empezando pelarla. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se limpió con la manga.

–Eres la única mujer que puede hacerme llorar así.

_____ se sonrojó y, al instante, se reprendió a sí misma por su ingenuidad. James solo estaba tomándole el pelo. Siempre había disfrutado haciéndolo. En una ocasión, le había dicho que le gustaba cómo se sonrojaba.
Irritada, le dijo que dejara la cebolla de una vez y saliera de la cocina, que prefería cocinar sola.

–Pero entre varios el trabajo se hace más ameno –repuso él, sin dejar de cortar la cebolla–. Y es justo que compartamos las tareas del hogar. Además, así tengo la oportunidad de convencerte de que trabajes para mí. Quiero encerrarte y tirar la llave, antes de que tengas tiempo de considerar otras opciones.
–Es tentador –admitió ella–. Pero no quiero que nadie piense que he conseguido mi puesto por amiguismo. No estaría bien. Ni me gustaría que mis compañeros me vieran como una intrusa impuesta por el jefe.
–Yo sería tu jefe en teoría, pero no en la práctica. La editorial ni siquiera está localizada en mi oficina. Tienen un viejo edificio victoriano al oeste de Londres, lejos del centro. Así que estarías lejos de mí.

James se había puesto con los pimientos, cortándolos en tiras. Era rápido, pero manchaba mucho, observó ella. Había pedazos de pimiento esparcidos por el fregadero y alguno se había caído al suelo. Tal vez, la estaba ayudando, pero luego ella tendría que pasarse una hora limpiando y recogiendo. En vez de enfurecerse por eso, sonrió con indulgencia.
Cielos, ¿qué le estaba pasando? ¿Se le estaban derritiendo los sesos?, se preguntó a sí misma.

–No sé con cuánta antelación debería avisar a mi jefe en París –comentó ella, decidida a ignorar el efecto que él le provocaba–. Suele ser un mes, pero han sido muy buenos conmigo y no me gustaría dejarlos en la estacada.
–Claro –respondió él y miró a su alrededor para ver si había algo más que cortar. Solo quedaban los champiñones, pero estaban llenos de tierra y decidió dejarlos. Así que se lavó las manos y se dedicó a servir dos copas de vino.

Mientras, observó cómo _____ mezclaba los ingredientes, disculpándose de vez en cuando porque no tenía muchos conocimientos culinarios. No midió ni pesó nada. Era un soplo de aire fresco, pensó él.

A James no le gustaban las mujeres que trataban de impresionarlo o fingir algo que no eran. Había caído víctima de las artimañas de una de ellas hacía años y se había jurado no volver a cometer nunca el mismo error. Cuando una mujer comenzaba a alardear de su talento en la cocina, casi siempre, lo que pretendía era hacerle ver que sería buen partido como esposa.

Pero él no pensaba casarse. Al menos, no en el futuro cercano. Algún día, quizá, empezaría a pensar en sentar la cabeza, pero no sería pronto.

–Además, tendrías que dejar atrás a tus amigos –apuntó él y le dio un tragó a su copa.
–Creo que puedo mantener el contacto con ellos –afirmó ella con tono seco. Mientras la salsa cocía en el fuego, se puso a recoger la mesa.

James quería preguntarle si iba a echar mucho de menos a su amiguito francés, pero no sabía cómo sacar el tema. Aunque tampoco entendía por qué se molestaba en pensar en el exnovio de _____. De pronto, se sonrojó cuando ella se dio la vuelta de improviso y lo sorprendió mirándola.

–Supongo que eso quiere decir que puedo contar contigo...
–Sí –contestó ella. Había tomado una decisión. No iba a dejar que se le escapara una oportunidad así por las razones equivocadas.

El pasado no debía interferir en su futuro–. Cuenta conmigo. Pero tienes que explicarme bien todas las condiciones y cuál sería el sueldo.

–Creo que lo encontrarás generoso. Es una pena que no tengamos champán para celebrarlo.

_____ no estaba segura de que eso hubiera sido muy inteligente. El alcohol, James y sus confusos sentimientos harían una poderosa mezcla.
Como no tenía nada más que hacer por el momento, se sentó y lo miró, mientras él le daba un trago a su bebida de pie junto al fregadero.

–Ya me has dicho que no te interesa, pero, si cambias de idea, siempre habrá un piso de la compañía disponible para ti.
–Sí, no me interesa. Ellie... mi amiga de Londres... tengo alquilada una habitación en su casa. Me gusta saber que, siempre que vaya a Londres, voy a tener dónde quedarme.

Entonces, _____ se preguntó dónde viviría él. ¿En un piso? ¿En una casa?

–¿Dónde vives tú en Londres?
–En Kensington –respondió él y se la imaginó en su enorme piso, tratando de preparar algo decente para comer. Se la imaginó, también, con un vaso de vino en la mano, riendo con esa risa tan fresca y tan característica suya. La imagen fue tan repentina y vívida que meneó al cabeza para volver al presente, frunciendo el ceño.
–Qué bonita es esa zona –comentó ella.
–Bueno, es un piso grande y no estoy seguro de que te pareciera bonito –admitió él. ¿Qué aspecto tendría _____ sentada delante de él en la mesa del comedor, riendo?
–¿Por qué?
–Es muy moderna y sé que nunca te han gustado las cosas modernas.
–Puedo haber cambiado.
–¿Sí?

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora