Seguro que si

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–¿Y qué vas a hacer al respecto?
–¡No estoy diciendo que mi padre sea un inútil!
–Solo me preguntaba durante cuánto tiempo piensas seguir en París...
–Ese es un tema muy complejo para resolverlo ahora –replicó ella, conteniéndose para no confiarle sus preocupaciones. Patric era un buen amigo, pero no la conocía tan bien como James, que la había visto crecer y conocía a su padre mejor que nadie.
–¿Lo es? –dijo él y se encogió de hombros con una sonrisa–. ¿Estoy adentrándome en terreno personal otra vez?
–Claro que no –negó ella, incómoda–. Yo... sí, bueno... he estado pensando en que, tal vez, ya sea hora de volver a Inglaterra...
–Pero te preocupa que, al volver, encuentres dificultades para establecerte y mantener la misma forma de vida –adivinó él–. Esto no es París.
–He hecho muchos amigos –se apresuró a añadir ella–. Conozco mi trabajo y me pagan muy bien... ¡Ni siquiera sé si podré encontrar un empleo aquí! Según las noticias, cada vez hay más paro.
–Además, odias el cambio y lo más grande que has hecho jamás ha sido ir a París y construir una nueva vida allí...
–Deja de hablar del pasado. Ya no soy la misma persona –protestó ella. Sin embargo, era cierto que nunca le habían gustado los cambios. Siempre había tenido problemas para adaptarse. La escuela secundaria había sido todo un reto, por ejemplo. Pero le había ido bien. Lo mismo le había pasado en la universidad. Y París, como James decía, había sido un gran paso. Regresar a Inglaterra sería otro.
–No, eres distinta –comentó él en voz baja–. No me importaría darte trabajo, _____. Hay muchas oportunidades en mi empresa para alguien que hable bien francés y con tu experiencia. También, hay pisos disponibles para empleados. Podría buscarte uno...
–¡No, gracias! –negó ella. Nada le apetecía menos que quedar a merced de los favores de James Maslow. En París, había podido ser ella misma. Y no quería ni imaginarse cómo sería su vida trabajando con él. Tendría que verlo cada dos por tres con una de sus rubias de silicona y soportar que se inmiscuyera en sus asuntos privados cuando saliera con alguien–. Quiero decir que es una oferta muy generosa, pero no he tomado todavía la decisión de volver. Y, cuando lo decida, querré hacerlo por mí misma. Estoy segura de que mi jefe me dará una buena carta de recomendación... –señaló y esbozó una sonrisa amplia y fingida.
–Seguro que sí –repuso él, sintiéndose impotente y un poco irritado.
–He conseguido ahorrar un poco, además. Creo que seré capaz de comprarme mi propia casa pronto. No en Londres, claro. Tal vez, en Kent. Puedo trabajar en Londres, porque es ahí donde están las grandes compañías, mucha gente viaja a diario desde aquí a la capital. Así que... gracias por la oferta de un piso, pero no tienes por qué ser caritativo conmigo.
–Bien. Creo que es hora de que me vaya.
_____ no se lo impidió y lo acompañó a la puerta. Intercambiaron comentarios sobre el mal tiempo y James propuso volver allí para cenar, pues sería más fácil para él atravesar la distancia entre sus casas bajo el temporal.
Ella esbozó una sonrisa forzada y cerró la puerta, sintiéndose fatal por no ser capaz de dejar atrás el pasado.
Se pasó el resto del día limpiando, recogiendo y guardando ropas viejas. Sacó un montón de cosas para tirar de su cuarto. En el fondo del armario, encontró los zapatos que se había puesto en la noche de la fatídica cena y no pudo evitar recordar.
A continuación, trabajó en el ordenador. Quería aprovechar que todavía tenía conexión a Internet, antes de que la tormenta la cortara.
Se esforzó en no mirar el reloj, tratando de convencerse a sí misma de que le daba igual que James fuera a cenar o no. Bueno, aunque no le sentaría mal un poco de compañía. Comer pasta a solas, rodeada de nieve, no era una perspectiva muy atractiva. También, intentó hacerse creer que no le importaba si él se había ofendido porque había rechazado su oferta de ayuda.
Sin embargo, sabía que se estaba engañando a sí misma.
Estaba deseando volver a verlo. Como una adicta atraída por el objeto de su adicción, echaba de menos la forma en que James la hacía sentir.
A las seis, sonó su móvil y pensó, decepcionada, que sería él para avisar de que había cambiado de idea

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora