Me gusta el arte y me gusta ir a exposiciones y, por supuesto, haría cualquier cosa para ayudar a Patric, pero a veces resulta un poco aburrido. Las mujeres siempre asisten llenas de joyas y los hombres apenas admiran los cuadros porque solo les interesa hacer negocios. Los padres de Patric tienen buenos contactos y la lista de invitados suele ser... bueno... va mucha gente de la flor y nata de la ciudad.
–Suena aburrido –comentó él–. A mí no me gustan esas reuniones...
–Puede serlo –confesó ella–. Pero, para poder seguir viviendo de su arte, a Patric no le queda más remedio que confraternizar con ese mundo.
–Tal vez, le gusta... –dijo James, tratando de insinuar que igual no era un hombre tan maravilloso como ella creía–. Parecía querer comerse el mundo en las fotos suyas que vi en Internet. Una amplia sonrisa, muchas chicas guapas a su alrededor...
–Siempre tiene chicas a su alrededor –replicó ella, riendo–. Tiene mucho éxito con ellas, porque no intenta esconder su lado femenino.
–¿Me estás diciendo que es homosexual?
–¡No he dicho nada de eso! –exclamó ella y, sin poder evitarlo, rompió a reír–. Lo que pasa es que sintoniza bien con las mujeres, además, le gusta mucho coquetear.James quiso preguntarle si era esa la razón por la que habían roto. ¿Lo habría sorprendido en la cama con una de esas chicas?
Sin embargo, _____ dio por terminada la conversación, se levantó e informó de que iba a cambiarse.–Te traeré el desayuno, en cuanto me duche. Esto... –balbuceó ella, sin saber si preguntarle si quería ducharse.
Tal vez, prefiriera darse un baño. Al final, decidió no decir nada al respecto, temiendo tener que desnudarlo. Solo de pensarlo, le subía la temperatura–. Esto... no tardaré. Puedes hacerme una lista de lo que quieres que te traiga de tu casa. Y dame tu llave. Mi padre tiene una copia, pero me parece que la guarda en su llavero, el que se ha llevado a Escocia.
_____ se duchó, se puso vaqueros, un jersey, una cazadora y unos calcetines de lana hasta la rodilla. Mientras, no pudo dejar de pensar en cómo actuar con James. Mantener las distancias iba a ser difícil. Por supuesto, no iba a empezar a comportarse como una adolescente riéndole todas las gracias, ni iba a olvidar que le había roto el corazón hacía años.
Sin embargo, no podía ignorarlo. Él estaba inmóvil, tumbado en su salón. ¡Tenía que ayudarlo! Si pudiera dejar atrás el pasado y ser su amiga nada más, las cosas serían mucho más fáciles, pensó. ¡Así se demostraría que había superado lo ocurrido hacía cuatro años! Pero ¿qué pasaba con esos sentimientos tumultuosos y calientes que la invadían?
Cuando volvió al salón, James tenía la lista hecha.
Ordenador portátil. Cargador. Ropa.Poco después, _____ se encaminó a la gran mansión. Había estado allí antes, pero nunca en el dormitorio de él, que localizó por eliminación. El piso alto estaba compuesto por varias habitaciones, que parecían ser para invitados. De los otros dormitorios, solo uno, aparte del de Daisy, tenía aspecto de haber sido ocupado.
Las cortinas color burdeos estaban abiertas, dejando ver enormes ventanales y el exterior poblado de nieve. La moqueta color pálido estaba cubierta por una alfombra persa y una cama gigantesca. Apoyándose en el quicio de la puerta, ella se imaginó a James allí tumbado, sexy, con las sábanas de satén oscuro apenas cubriendo su cuerpo sensacional. Luego, lo recordó cuando había estado en el sofá de su casa, hablando con ella, los dos casi rozándose. Parpadeó para quitarse esa imagen de la cabeza.
Enseguida, encontró dónde guardaba la ropa, aunque le resultó un poco raro reunir sus jerseys, pantalones, camisetas y ropa interior. Lo metió todo en dos bolsas de plástico que había llevado con ella. A continuación, bajó a la cocina a buscar el ordenador y el cargador.
Cuando regresó a su casa, _____ se lo encontró donde lo había dejado, tumbado en el sofá.–Puedo moverme un poco cuando hacen efecto los analgésicos –anunció él, contemplando cómo el pelo húmedo de ella se había llenado de ondas. Su cabello oscuro resaltaba la palidez y suavidad de su piel y unas largas pestañas–. Pero no creo que sea bueno que trabaje sentado en el sofá –añadió, se incorporó e hizo una mueca por el dolor–. Debería tener la espalda lo más recta posible. Si hubieras hecho ese curso de primeros auxilios, lo sabrías.
–¿Y qué sugieres?
–Bueno... puedo usar esa mesa de ahí, pero tendrías que traerme un escritorio. Podemos ponerlo junto a la ventana.
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La chica a la que nunca miro ( adaptación )
AcakHabían crecido juntos, pero él en una mansión y ella en la casa del mayordomo. James Maslow siempre lo había tenido todo: dinero, atractivo y una sonrisa demasiado seductora, algo que le había procurado una larga lista de sofisticadas bellezas a su...