–Recuérdame que no tenga conversaciones personales con mujeres de buena memoria –bromeó él, reconociendo para sus adentros que, a lo largo de los años, debía de haberle contado muchas cosas que jamás habría compartido con otras mujeres–. Tu padre ha intentado tentarme para que cocine. Cada vez que le hago una visita, me enseña un nuevo libro de recetas. Hace unos meses, vine a ayudar a mi madre con unas obras en la casa y tu padre nos invitó a cenar a los dos. Nos sirvió una increíble variedad de platos exóticos y a mí me dio una charla sobre la importancia de otras cosas aparte del trabajo. ¿Tienes idea de lo difícil que es defenderse de un ataque a dos bandas? Tu padre me sermoneó para que aprendiera a disfrutar de mi tiempo de ocio y mi madre señaló que había una estrecha relación entre el trabajo excesivo y la presión sanguínea alta.
_____ se rio de nuevo. Su risa le recordó a James lo mucho que había echado de menos su compañía a lo largo de los años. A pesar de que las cosas ya no eran tan sencillas como antaño. Podían tocar ciertos temas neutros sin sentirse incómodos, pero él deseaba poder adentrarse en conversaciones más profundas.
–Se me ocurrió buscar a ese Patric en Internet –señaló él y se puso en pie para recoger la mesa. Cuando ella iba a imitarlo, se lo impidió con un gesto de la mano.
_____ se quedó paralizada. ¿Buscar a Patric en Internet? ¿Por qué iba a hacer eso?
–¿Ah, sí?
–Hablan bien de él.
–¿Por qué has tenido que buscarlo? –preguntó ella de forma abrupta–. ¿Acaso pensaste que estaba mintiendo o que me lo había inventado?
–¡Claro que no! –exclamó él y meneó al cabeza, frustrado, sintiendo cómo se rompía su frágil tregua.
–Entonces, ¿por qué lo has hecho? ¿Por curiosidad?
Observando el gesto serio de su interlocutora, James hizo una mueca. Tal vez, se había relajado durante unos minutos, pero seguía queriendo protegerse y mantener las distancias.
En ese momento, recordó la noche crucial que había marcado un punto de inflexión en su relación, cuando ella se le había ofrecido. Diablos, todavía se acordaba del sabor de sus labios.
–No sé, me dejé llevar por un impulso –repuso él, apretando los dientes–. ¿Es que es un tema tabú? ¿Te parece raro que muestre interés por la persona en que te has convertido?
_____ se quedó callada. Era ella quien había metido la pata. Era normal que James quisiera hablar de algo más aparte de intercambiar frases superficiales sobre el pasado o sobre sus padres. Era ella quien tenía la culpa de sentirse amenazada cada vez que él se acercaba demasiado. El problema era que todavía sentía algo por él. No sabía qué. Pero era algo poderoso que la estaba haciendo reaccionar de forma desmedida.
Iba a ser agotador estar todo el tiempo virando entre charla inocua y temas más amargos.
–Patric no es un tema tabú. Solo creo que ya te he hablado de él y lo que no te haya contado lo habrás visto en Internet. Es muy conocido en Europa. Al menos, lo será pronto. Su última exposición fue todo un éxito. Lo vendió todo y varias galerías se interesaron por su trabajo.
James había leído todo aquello en un artículo digital. El periodista no había escatimado en alabanzas.
–A ti nunca te ha gustado el arte.
–Yo... no pensé que fuera algo muy práctico... por eso, lo descarté en bachillerato. Y aquí... no hay museos ni galerías. Creo que empecé a darme cuenta de lo mucho que me gustaba el arte cuando fui a la universidad... y me enamoré de él cuando llegué a París.
–¿Y te enamoraste también de ese Patric?
Ella se encogió de hombros.
–Al principio, éramos muy amigos. Tal vez, me dejé seducir por su pasión y su entusiasmo. No lo sé.
–Y, al final, no salió bien.
–No. ¿Por qué no empezamos a quitar las alfombras?
La conversación personal había terminado. James recibió el mensaje alto y claro. Nunca le había gustado escuchar confidencias de las mujeres. La curiosidad que sentía en ese momento por todo lo concerniente a _____ no era típica de él. Era como si hubiera descubierto que su leal mascota sabía recitar poesía y hablaba cuatro idiomas.
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La chica a la que nunca miro ( adaptación )
DiversosHabían crecido juntos, pero él en una mansión y ella en la casa del mayordomo. James Maslow siempre lo había tenido todo: dinero, atractivo y una sonrisa demasiado seductora, algo que le había procurado una larga lista de sofisticadas bellezas a su...