A eso me refiero

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–He estado abriendo nuevas brechas de mercado en Oriente, pero no creo que te interese mucho hablar de negocios. Dime, ¿qué te parece París? Es muy distinto de estos bosques helados, ¿a que sí?
–Sí, lo es.
–¿Vas a decir algo más al respecto o quieres que sigamos bebiendo mientras pienso nuevos temas de conversación?
–Lo siento, James. Ha sido un viaje muy largo y estoy cansada. Creo que es mejor que te vayas a tu casa. Podemos ponernos al día en otro momento.
–No lo has olvidado, ¿verdad?
–¿El qué?
–La última vez que nos vimos.
–No tengo ni idea de qué estás hablando.
–Sí. Creo que sí, _____.
–No creo que tenga sentido escarbar en el pasado, James –se defendió ella, poniéndose en pie con los brazos cruzados.
No solo se habían convertido en extraños, sino que eran enemigos. Y, para colmo, _____ se daba cuenta de que, todavía, algo dentro de ella seguía respondiendo a su influjo. No sabía si eran los recuerdos compartidos o su atractivo masculino, pero tampoco quería averiguarlo.
–¿Por qué no vas a cambiarte? Te prepararé algo de comer y, si me dices que estás demasiado cansada para comer, pensaré que estás inventando excusas para evadir mi compañía. Y no creo que sea eso, ¿o sí?
–Claro que no –contestó ella, sonrojándose.
–No será nada complicado. Sabes que mi talento culinario es muy limitado.
La sonrisa de James fue un doloroso recordatorio de los buenos tiempos que habían pasado juntos.
–Y no me digas que no hace falta –continuó él, levantando una mano–. Ya te he dicho que sé que eres muy independiente.
_____ se encogió de hombros y se fue a cambiar. Se dio una ducha rápida y, en menos de media hora, volvió a la cocina, vestida con unos pantalones de chándal grises y una sudadera, con el pelo recogido en una cola de caballo.
Siempre habían bromeado juntos de lo mal cocinero que era James. Él solía meterse con el padre de _____, que adoraba cocinar, diciéndole que eso era cosa de mujeres. A ella le encantaban esas pequeñas bromas entre los dos hombres y el modo en que James solía guiñarle un ojo, para buscar su complicidad.
Sin embargo, cuando entró, comprobó que él había hecho una tortilla con muy buen aspecto. Había una ensalada preparada y pan cortado.
–Supongo que no soy la única que ha cambiado –señaló ella desde la puerta.
–¿Me crees si te digo que he dado un curso de cocina?
_____ se encogió de hombros.
–¿Sí? –replicó ella, se sentó y miró a su alrededor–. El agua no ha causado tantos desperfectos como esperaba. He echado un vistazo antes de darme la ducha. Por suerte, el piso de arriba está intacto. Hay unas cuantas manchas en el sofá del salón e imagino que habrá que tirar las alfombras.
–¿Ya hemos terminado de ponernos al día con nuestras vidas? –preguntó él y le tendió un plato para que se sirviera ensalada. A continuación, se sentó a la mesa, frente a ella.
_____ pensó que esa era la razón por la que lo había estado evitando todos esos años. Ese hombre era demasiado.
–No hay mucho más que contar, James. El trabajo es lo más importante de mi vida en París. Si quieres que te describa mi piso, puedo hacerlo, pero no creo que te resulte muy interesante.
–Has cambiado.
–¿Qué quieres decir?
–Apenas te reconozco. En el pasado, solías disfrutar de hablar y reír conmigo.
_____ sintió que la furia crecía dentro de ella porque él no había cambiado. Seguía siendo el mismo tipo arrogante y seguro de sí mismo.
–¿Por qué iba a reírme si todavía no has dicho nada gracioso, James?
–¡A eso me refería! –exclamó él y levantó las manos en un gesto de frustración–. O tu personalidad ha cambiado o tu trabajo en París es tan estresante que te ha quitado el sentido del humor. ¿Qué es, _____?
Puedes ser sincera conmigo. Siempre has sido honesta y abierta. ¿Es que tu empleo te está cobrando un precio demasiado alto?
–Te gustaría que te dijera eso, James, lo sé. Quieres que te diga que me siento perdida y que no soy capaz de manejarme en mi trabajo.
–Eso es ridículo.
–¿Ah, sí? Si te dijera que lo estoy pasando muy mal y que no puedo más, podrías mostrarme tu preocupación.
Podrías rodearme con tus brazos y darme un pañuelo para que llorara. Pero mi empleo es maravilloso y, si no se me diera bien, no me habrían ascendido.

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora