Te lo dire

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Sé que me vas a decir que no es el momento adecuado para hablar de esto, James, pero...
–Adelante.
–No sabes lo que te voy a decir...
–Sí –afirmó él con una sonrisa provocativa–. ¿Crees que no te conozco? Cada vez que vas a sacar un tema delicado, te humedeces los labios con la lengua y empiezas a tocarte el pelo.
–No pensaba que te dieras cuenta de esas cosas.
–Te sorprendería saber de todo lo que me doy cuenta –apuntó él–. No vas a perder el bebé.
–¿Y si lo pierdo? –le espetó ella en un arranque de valor. Entonces, cerró los ojos e intentó calmarse respirando hondo.
–Entonces, es buen momento para hablar de qué pasaría con nosotros, antes de que llegue Gregory. No te sienta bien estresarte, pero necesito decirte algo.

_____ lo miró con resignación. Esperaba que él le dijera que su acuerdo no sobreviviría un aborto. Era mejor hablar de ello de una vez, en lugar de seguir ahí tumbada, fingiendo que todo andaba bien. Y, si no perdía al bebé, era mejor saber cuál sería el próximo paso. Se dio cuenta de que, a pesar de la felicidad que había experimentado en las últimas semanas, siempre había existido la venenosa sombra de la duda sobre su relación.

–Sé que compartir esta casa no era lo que tenías en mente cuando supiste que estabas embarazada. Vivías en pos de la aventura y, de pronto... el destino tiene otras cartas para ti...
–¿Qué quieres decir con que vivía en pos de la aventura?
–Quiero decir... –respondió él y suspiró–. Dejaste tu casa en Kent para irte a París y volviste convertida en una persona nueva. Eres muy sexy y tienes mucho por descubrir.
–Yo no me considero tan aventurera.
–Te involucraste en una relación conmigo para satisfacer un deseo de adolescencia, pero sé que sigues queriendo conocer mundo.
–¿Ah, sí?
–Claro que sí. Lo comprendí cuando me dijiste que lo nuestro no era un asunto zanjado. Eso significaba que se zanjaría algún día –señaló él y apartó la mirada–. Supongo que te presioné un poco cuando te propuse vivir juntos. Ya habías rechazado casarte conmigo. Admito que te hice un poco de chantaje. ¿Cómo ibas a rechazar casarte y rechazar también la otra alternativa razonable sin parecer una egoísta?
–Acepté porque me pareció una buena idea –confesó ella con el corazón acelerado.
–Sí, no ha estado mal, ¿verdad?

_____ asintió, conteniéndose para no admitir todo lo que sentía. ¿Y si le decía que habían sido las semanas más felices de su vida?

James había sido atento, afectuoso, protector y, como siempre, divertido y entretenido. Había vuelto temprano del trabajo para cocinar para ella. Había soportado las visitas frecuentes de Ellie y sus historias sobre su vida amorosa. Había consentido su debilidad por las teleseries y le había preparado tazas de infusión siempre que ella había querido. La había malcriado y ese era el problema. La suya parecía una relación de verdad.

Sin embargo, no tenía un anillo en el dedo y lo que más asustaba a _____ era que, si no había bebé que los uniera, pronto se separarían.

–Voy a decirte algo, _____. Puede que te sorprenda, pero debes saberlo antes de que llegue Gregory.

James la miró y sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Siempre había sido capaz de predecir el resultado de sus decisiones y sus acciones. Pero eso había sido en lo relativo a los negocios. Se había dado cuenta de que, en lo que tenía que ver con los sentimientos, todo era impredecible.
_____ se preparó para lo peor. Se recordó a sí misma que era mejor saber la verdad y aceptarla de una vez.

–Si pierdes este bebé... y no creo que eso pase... De hecho, creo que igual no habría hecho falta llamar a Gregory, pero siempre es mejor actuar sobre seguro...
–Di lo que tengas que decir –le pidió ella–. Soy yo quien se pone a hablar sin parar cuando está nerviosa.

James abrió la boca para decirle que no estaba nervioso, pero no era cierto.

–Pase lo que pase, quiero casarme contigo, _____. De acuerdo, me conformaría con vivir juntos. No quiero apresurarte y, viviendo juntos, al menos, puedo intentar hacerte cambiar de idea. Pero quiero que nos casemos, con bebé o sin bebé.

Ella lo miró en silencio durante unos segundos interminables. Tanto, que James comenzó a temer que no iba a estar de acuerdo.

–Lo hemos pasado muy bien. Lo has dicho tú misma –le recordó él con tono defensivo.
–Muy bien –susurró ella al fin. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Las hormonas del embarazo la habían hecho muy sensible. Quizá, también le hacían oír cosas en su imaginación.
–¿Estás diciendo que quieres que nos casemos... pase lo que pase?
–Pase lo que pase.
–Pero no entiendo por qué.
–Porque no puedo imaginarme un día en que me levante sin ti a mi lado. Te amo, _____, y aunque no me correspondas, quiero poner mis cartas sobre la mesa...
–Cuando dices que me amas...
–Te quiero. Con ataduras. Tantas ataduras que te enredarías intentando deshacer los nudos.
–Yo también te quiero –afirmó ella, sin poder contener una sonrisa–. ¿De qué ataduras estás hablando?
–Te lo diré después.

El médico había llegado. Era un hombre muy alto y fornido, de pelo cano. Su expresión severa se relajó cuando hubo terminado su examen. Aceptó la taza de té que le ofrecieron y les informó de que no era nada grave. Tenía la tensión un poco alta, pero no era nada que un poco de relajación y descanso no pudieran aliviar. El sangrado pasaría y había hecho bien en tumbarse. Había escuchado el corazón del bebé y todo estaba bien. Además, ella estaba en buenas manos, lo sabía porque conocía a James desde que había nacido, pues él había atendido el parto.

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora