Tenemos que hablar

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–Mi padre no está –comentó _____, miró a James y se aclaró la garganta–. ¿Quieres... entrar para... tomar algo? Tengo vino y creo que mi padre guarda una botella de whisky en el armario.
Por suerte, James aceptó su oferta, aunque dijo que prefería una taza de café.
Dentro, _____ encendió la lámpara de pie del salón y se puso a preparar café con manos temblorosas.
Intentó recuperar la seguridad en sí misma que había sentido al mirarse al espejo en el restaurante, cuando se había creído en la cresta de la ola.
Tan sumida estaba en sus pensamientos, que estuvo a punto de dejar caer las dos tazas. Despacio, se acercó a James, que estaba apoyado en el quicio de la puerta de la cocina.
«Ahora o nunca», se dijo _____ con determinación. Llevaba demasiado tiempo pensando en él. Lo cierto era que nunca había conseguido romper el hechizo que la envolvía en lo que tenía que ver con James Maslow.
–Me gustó... lo que me hiciste antes... –balbuceó ella, nerviosa.
–¿La tarta y el helado? –preguntó él, riendo–. Sé muy bien que tienes debilidad por los dulces.
–No. Me refería a después de eso.
–Lo siento. No te entiendo.
–Cuando me rodeaste con el brazo para ir al coche –señaló ella y posó la mano sobre el pecho de él–. James...
_____ levantó el rostro hacia él y, antes de que se arrepintiera, se puso de puntillas y lo besó. Al sentir el contacto de sus labios, ella gimió con suavidad y le rodeó el cuello con los brazos, apretándose contra él.
El corazón se le aceleró a toda velocidad, invadida por una sensación que nunca había experimentado antes. Aquel beso no se podía comparar con los que había compartido con otros chicos.
James la correspondió, besándola también, y eso bastó para que ella le tomara la mano y lo guiara debajo de su blusa, hasta el sujetador de encaje que se había puesto para la ocasión.
Estaba tan perdida en el momento que tardó unos segundos en darse cuenta de que James se estaba apartando de ella. Y necesitó unos segundos más para comprender la noche no iba a terminar como había previsto. Él no iba a llevarla al dormitorio. Ni iba a ver las sábanas lisas que había elegido en sustitución de las habituales de flores. Ni las velas que había preparado para la ocasión.
–_____...
Ella se giró, avergonzada.
–Lo siento. Por favor, vete.
–Tenemos que hablar... sobre lo que ha pasado.
–No.
James se acercó para mirarla a la cara, pero ella no levantó la vista del suelo. Ya no se sentía como una mujer estupenda a punto de conquistar al hombre con el que había soñado desde niña. La cruda realidad era que había quedado como una tonta.

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora