Quiero sentirlo

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Y tú estás incluida en el paquete, _____ –aseguró él con suavidad–. Tengo la intención de ocuparme de tu cuenta bancaria, para que siempre tengas libertad para hacer lo que quieras. Puedes seguir trabajando en la editorial. O buscar otro empleo. O dejar de trabajar. Las tres cosas me parecen bien. Depende de ti. Entonces, doy por hecho que vas a mudarte aquí...
–Bueno, puede que sea buena idea salir del centro de Londres –respondió _____, sin querer demostrar su alivio por poder dejar el piso. Ellie era joven y no tenía pareja estable. Le gustaba poner la música alta y quedar con amigos en su casa. Ella se había preguntado cómo iba a vivir con un bebé en ese ambiente.
–¿Y respecto al trabajo?
–Tendré que pensarlo.
–Espero que no mucho. Si decidieras dejarlo, tendría que buscar un sustituto –murmuró él–. En cuanto al tema de nuestros padres...
–Ya te lo he dicho. Voy a darle la noticia a mi padre el fin de semana.
–Me gustaría que mi madre también estuviera presente.
–Claro. Claro –admitió ella. No había pensado mucho en ese mal trago. Pero era lógico que Daisy estuviera también.
–¿Cómo crees que se tomarán la noticia?
–¿Por qué quieres hablar de esto? –preguntó ella con desesperación–. No puedo pensar en tantas cosas a la vez.
–Pero hay que enfrentarse a los problemas.
–Lo sé.
–¿Ah, sí?
–¡Pues claro! ¿Es que crees que soy idiota? Sé que vamos a tener muchas complicaciones, pero al menos hemos solucionado la primera. Yo ya había pensado que igual no era buena idea compartir piso con Ellie, teniendo al bebé. Además, está en una zona llena de gente. Tendría que llevar el carrito sorteando a la multitud, haciendo malabarismos con el tráfico...
–Te ayudaré a mudarte antes de la semana que viene. No tendrás que mover ni un dedo.

Escuchar sus palabras era una delicia para sus oídos. _____ no quería ser una carga para un hombre que no la amara, pero no podía evitar la tentación de cerrar los ojos y apoyarse en su fortaleza.
James se puso en pie, se acercó a la nevera y la informó de que se había tomado la libertad de hacer que les prepararan la cena.

–Siéntate –ordenó él cuando ella empezó a levantarse–. Yo me ocupo.
–Me siento como en una montaña rusa de la que no tengo los mandos –protestó ella, aunque de buen humor.

James le lanzó una sonrisa provocativa.

–Pues acostúmbrate.
–Pero no quiero que te creas obligado a cuidar de mí –insistió ella–. No es necesario. Bastante me has ayudado al permitirme mudarme a esta casa.
–No me has escuchado. Pretendo ayudarte en todo. No tengo intención de dejarte jugar a ser independiente y hacerlo todo sola mientras esperas a tu príncipe azul –señaló él. Solo de pensarlo, se ponía tenso.

Tras calentar la comida en el microondas, James la llevó a la mesa y colocó dos platos y los cubiertos.

–Tenemos que superar esta... fase –dijo él con los dientes apretados.

James había tenido tiempo de pensar en el cambio de actitud de _____ y había llegado a una conclusión. Aunque su relación siempre había sido de sincera amistad y se habían convertido en algo más al convertirse en amantes, el embarazo había dejado al descubierto sus carencias. Sin duda, _____ ya no podía sentirse relajada con él porque se sentía atrapada en una situación que no podía cambiar y con un hombre con quien no había pensado estar a largo plazo. No había elegido por sí misma estar embarazada.

Sin embargo, eso no significaba que él fuera a quedarse a un lado para dejar que ella buscara a su hombre ideal. De ninguna manera.
Y ese punto lo llevaba a la parte más delicada de las negociaciones.

Sumido en sus pensamientos, James se esforzó en terminarse su plato, medio escuchando cómo _____ le aseguraba que estaba contenta porque estuvieran comportándose como adultos. Él levantó la mano para interrumpirla.

–¿Por qué no vamos a relajarnos al salón?
–Me siento rara, como si estuviera ocupando la casa de otras personas.
–Deja que te lo aclare –se ofreció él, poniéndose en pie–. La casa quedó vacía hace diez meses. La acabo de reamueblar.
–¿De veras? ¿Por qué? ¿Ibas a alquilarla de nuevo?
–No importa –contestó él, sonrojándose.
–Entonces... ¿por qué son nuevos todos los muebles? –quiso saber ella, maravillada porque todo parecía elegido según sus gustos.
–Hice que mi gente la equipara bien –afirmó él, omitiendo el hecho de que les había dado instrucciones precisas sobre cómo hacerlo.
–No podían haberla decorado mejor –se admiró ella, posando los ojos en el cómodo sofá. Todo estaba cuidado hasta el máximo detalle, desde las cortinas color granate a la alfombra persa que cubría el suelo de madera barnizada.

_____ se sentó con las piernas debajo de ella.

–Bueno... –comenzó a decir él, tras sentarse a su lado.
–¿Qué? –preguntó ella, nerviosa por tenerlo tan cerca, pues había planeado mantener las distancias.
–Quiero que me expliques por qué las cosas han cambiado entre nosotros de la noche a la mañana.
–¿No es obvio? –replicó ella y parpadeó, tratando de calmarse. Sí, era cierto que las cosas habían cambiado. Hacía dos días, se hubiera echado a sus brazos y habrían hecho el amor. No obstante, ella no podía seguir comportándose de la misma manera...
–No –negó él, sin dejar de mirarla.

_____ se quedó sin saber qué responder. De pronto, se sintió excitada por su cercanía.

–Pues debería serlo...
–¿Por qué razón? –insistió él y se pasó las manos por el pelo en un gesto de frustración–. ¿Es que el embarazo te ha afectado a las hormonas? ¿Te ha quitado las ganas de tener sexo? ¿O es que ya no te atraigo porque estás embarazada de mi hijo?
–¡No! –exclamó ella, sin pensárselo–. Quiero decir...
–Quieres decir que todavía te atraigo –murmuró él con satisfacción.
–¡No se trata de eso!
–¿Y de qué se trata?
–Se trata de que hay más cosas en juego que la atracción que sentimos y la relación sin ataduras que manteníamos, solo para divertirnos.
–Dices eso de 'solo para divertirnos' como si fuera un crimen.
–Deja de confundirme –gritó ella, poniéndose en pie. Se quedó delante de él, mirándolo, presa de un mar de emociones contradictorias.

Entonces, sin previo aviso, James alargó la mano y la posó en el vientre de ella. _____ se quedó petrificada.

–Quiero sentirlo –susurró él. Nunca había pensado en tener hijos, pero en ese momento, tenía la necesidad de sentir una prueba de su existencia, de tocar el vientre más abultado de _____–. ¿Cuándo puede notarse si se mueve?
–James, por favor...
–Yo he tomado parte en su creación. ¿No irás a negarme la posibilidad de sentirlo? –preguntó él, le deslizó las manos debajo del vestido y le palpó el vientre. ¿Cómo había podido no darse cuenta antes? Tenía el abdomen bastante más pronunciado que cuando habían empezado a ser amantes.

James cerró los ojos, invadido por una abrumadora sensación de anhelo. Nunca había sentido nada igual. Algunos amigos suyos, en ocasiones, le había hablado de las maravillas de la paternidad y le habían contado que un bebé no podía compararse con nada más en el mundo. Él no les había hecho mucho caso ni les había prestado atención. Sin embargo, en ese momento, se sorprendió por sus propios sentimientos. ¿Qué era esa extraña sensación que lo dejaba conmocionado?

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora