Éramos felices

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Era mejor saborear el momento y no hacerse demasiadas preguntas, se dijo James.
Ella le tocó el pelo, mientras él le levantaba un poco más el vestido.

Con un suave tirón, James la hizo sentarse en el sofá.
No era así como se suponía que debía ir la noche, caviló _____. Se sentía vulnerable y debería protegerse. Eso implicaba no dejar que él le quitara el vestido por encima de la cabeza como estaba haciendo, dejándole los pechos al descubierto.
Al instante se los tocó, se los besó y le mordisqueó los pezones, provocándole escalofríos de placer.

–No sé por qué no me he fijado antes en lo mucho que te ha cambiado el cuerpo.
–Porque no estabas prestando atención –murmuró ella, sin aliento–. Ni yo tampoco. Ninguno de los dos lo esperábamos.

James apenas la escuchó. Estaba muy ocupado lamiéndola y saboreándola. Ella arqueó la espalda, con los ojos cerrados.
Mientras él le chupa un pezón, _____ gimió y abrió las piernas de forma automática, invitándole a tocarla.

James notó su humedad a través de la ropa interior, pero no tenía prisa por quitársela. Siguió tocándola, sin dejar de deleitarse con sus gloriosos pechos. Le gustaba el modo en que ella se retorcía cuando iba hundiendo los dedos en su húmeda calidez. ¿Cómo era posible que _____ quisiera mantenerlo apartado? ¿Cómo podía negar lo bien que estaban juntos?

Hicieron el amor despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo y, después, ella estuvo a punto de quedarse dormida entre sus brazos.

–No deberíamos haberlo hecho –murmuró _____, odiándose a sí misma por haber sucumbido a la tentación. Hizo un amago de ponerse en pie, pero él la sujetó, impidiéndoselo.
–Intenta sonar más convencida y te creeré.
–Lo digo en serio, James. No está bien.
–No es eso lo que me ha dicho tu cuerpo.
–¡No quiero que sea mi cuerpo quien maneje la situación!

Azorada, _____ lo empujó y se puso a recoger sus ropas, avergonzada de sí misma.
Él se levantó, contemplando cómo se ponía el vestido.

–Sé que no quieres –admitió él con tono grave.
–¿Ah, sí? –preguntó ella con desconfianza.

James recogió sus calzoncillos, se los puso y la miró.

–Sigues sintiéndote atraída por mí, pero no quieres que eso interfiera en tomar la decisión correcta.
–Bueno... sí –reconoció ella y se sentó en una silla. Con el cuerpo tenso, descansó las manos sobre el regazo, mirando a James con incertidumbre. Con la habitación casi en penumbra, el cuerpo de él parecía una estatua clásica griega, pensó, deseando que se cubriera con una camiseta.
–Me disculpo si me he aprovechado de tu debilidad.
–Bueno, la culpa no es solo tuya... –tuvo que admitir ella y apartó la mirada con gesto culpable.
–Entiendo que no quieras seguir en la situación en la que estábamos, teniendo en cuenta las circunstancias.
–Nooo... –dijo ella, tratando de adivinar adónde quería él ir a parar.
–En asuntos como este, todos queremos pensar con la cabeza.
–No es eso...
–No quiero perder tiempo convenciéndote en que tienes que pensar con la cabeza. No quieres casarte conmigo y lo acepto.
–¿De verdad? ¿Sí? –preguntó ella. ¿Por qué le dolía tanto que le dijera eso?
–¿Por qué te sorprende tanto?
–Porque parecías muy seguro de que casarnos era la única opción. ¡Como si viviéramos en la Edad Media y tuvieras que comportarte de forma honorable conmigo!
–Digamos solo que estoy dispuesto a renunciar a algunas cosas –repuso él, esforzándose por no enfadarse.
–¿A qué cosas?
–Tú te mudas aquí y yo me mudo contigo. Nada de matrimonio, pero creo que debemos darnos una oportunidad, por el bebé. Si no funciona, nos separaremos de forma civilizada –propuso él y apartó la mirada–. Éramos felices... antes de que todo cambiara. ¿Qué te hace pensar que no podemos ser felices de nuevo?

La chica a la que nunca miro ( adaptación )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora