Los pasillos del palacio estaban desiertos, sumidos en un silencio que parecía eterno. El eco de los eventos de la noche anterior resonaba en cada rincón, dejando un aire de incertidumbre en el corazón de todos. Las concubinas, temerosas, susurraban entre ellas, convencidas de que los dioses castigaban al rey por haber usurpado un destino que no le pertenecía, habiendo matado a su hermano mayor para reclamar la corona. Ahora, las diecisiete esposas y doce concubinas temían que su destino pudiera ser igual al de la favorita del rey, o peor aún, como el de la reina, que aún yacía en cama, atrapada entre la vida y la muerte.
El rey compartía estos temores. A pesar de que las lluvias finalmente se habían detenido, permitiendo que las cosechas florecieran, y a pesar de los festejos por el nacimiento de los príncipes Nerón y Amara, una sombra oscura pesaba sobre él. Amara, la verdadera primogénita, había sido bendecida por la luna. Una bendición tan poderosa que ningún otro dios podía eclipsar. Esto era un problema; no podía enviar a una niña a la guerra, no podía coronar a una mujer. La posibilidad de ser acusado de engañar a su pueblo lo atormentaba. Si quería enmendar su destino, debía ofrecer al pueblo el varón que deseaban como rey, mientras preparaba a Amara para la corona en secreto.
Convocó a los eruditos y escribas más sabios del palacio. Lo que iba a decir debía quedar registrado en la historia:
"Yo, el rey Aurelio VI, hijo del rey Dominic I, me comprometo a darle a Amara, mi primogénita, la educación que merece por ser la heredera al trono. A cambio, a los quince años, será casada con su hermano Conall, quien será entregado como hijo al marqués Rudelio y criado por ellos hasta la edad determinada. Amara no será reconocida como primogénita por nadie dentro ni fuera del palacio, y el título será otorgado a Nerón, su hermano. Dicho esto, declaro que Conall y Amara nunca consumarán su matrimonio. En cambio, a Conall se le entregará como concubina a la mujer que él prefiera, quien será la madre del primogénito que deberá ser entregado a Amara como hijo."
El anuncio dejó perplejos a todos en el salón del rey. Nadie esperaba que el rey decidiera casar a dos de sus hijos y educar a su hija como un varón. La idea era un deshonor en esa época. Las voces se alzaron y los rumores corrieron, todos en el palacio sabían que debían guardar silencio. Mientras tanto, afuera, la gente celebraba el nacimiento de Nerón, el primogénito.
La noticia del nacimiento de Amara llegó hasta el reino más recóndito. Caravanas se prepararon para conocer a la princesa. Querían confirmar si su belleza era tal como se decía. El primer reino en llegar fue Storis, que había tomado dos semanas de viaje para arribar al palacio. El rey Aurelio los recibió en persona, ya imaginando el motivo de su visita.
—Rey Aurelio, es un gusto volver a estar en su grata presencia. Reciba estos regalos por el nacimiento de sus hijos y por la fertilidad que ha llegado a su casa con el nacimiento de su hija.
—Por favor, rey Ulesias, no tendría que haber traído tantos regalos, pero le estoy agradecido por su visita. Prepararé un gran banquete y los mejores aposentos para usted y su reina; pasen y siéntense en mi mesa.
Ambos reyes se sentaron, rieron y compartieron el pan como hermanos, hasta que el rey Ulesias reveló sus verdaderas intenciones.
—Tengo un hijo de cinco años, es mi primogénito y Júpiter le ha dado su bendición. Me gustaría que su hija Amara sea su esposa cuando alcance la madurez del cuerpo.
—Lamento no responder como el rey querría, pero mi hija ya está comprometida en matrimonio y se quedará en este palacio. —Molesto, el rey Ulesias tomó a su esposa y se levantó de la mesa, proclamando que nadie sería mejor esposo para su hija que un príncipe como su hijo.
El rey Aurelio, tratando de salvar la situación y evitar una guerra, propuso un trato.
—No casaré a mi hija con tu hijo, pero sé que tienes a una de tus esposas embarazada. Si lo que nace es una niña, mi hijo Nerón será su esposo.
El rey Ulesias se calmó y aceptó la propuesta del rey Aurelio, con la condición de que Nerón no tomara como esposa a otra mujer que no fuera de su familia antes del matrimonio, ni desposara a alguien de los enemigos de Storis.
Tres niños de apenas dos semanas de vida, ya comprometidos y con destinos injustos dictados por un rey que solo velaba por su poder. Para Aurelio, sus hijos eran puertas que podía abrir y cerrar a su antojo si los educaba adecuadamente. Un rey que no pensaba en su pueblo, ni en sus hijos o su esposa, era simplemente un hombre sediento de poder.
Los días pasaron, y el rey Aurelio VI se encontraba en su solitario aposento, reflexionando sobre las decisiones que había tomado. En medio de sus pensamientos, la estancia se llenó de una luz celestial, y la imponente figura de Júpiter, el dios supremo, apareció ante él.
—Aurelio VI, rey de Nesuria, has alterado el curso de las cosas con tus decisiones terrenales. Tu deseo de mantener la paz ha llevado a acuerdos que desafían las leyes divinas. No puedes engañarme, y tus artimañas no pasarán desapercibidas ante mi mirada.
El rey Aurelio, sorprendido y temeroso, se arrodilló ante la divinidad.
—Oh, gran Júpiter, dios de los dioses, te ruego que me perdones si he ofendido tus designios. Mi único deseo es salvaguardar la paz en mi reino y evitar derramamientos de sangre.
Júpiter, con una mirada severa, respondió:
—Tus actos no han pasado inadvertidos, Aurelio. La niña Amara es una deshonra para tu reino, destinada a llevar el caos. Mi hija Diana la alumbró y la nombró. Recuerda las escrituras, Diana es poderosa, pero se revela contra mí cada milenio.
El rey, sintiendo el peso de la divinidad sobre sus hombros, intentó justificar sus acciones.
—Oh, gran Júpiter, mis disculpas si he malinterpretado tu voluntad divina. Si Amara es un peligro para mi reino, haré lo que sea necesario para corregir mi error.
Júpiter, con un semblante serio, continuó su advertencia.
—Diana es poderosa y sus designios son misteriosos. Amara ha sido señalada por ella, y el caos puede seguir sus pasos. Si deseas evitar la calamidad en tu reino, deberás tomar medidas drásticas. Envía a Amara lejos, y quizás puedas evitar la ira de Diana.
—Júpiter, guía mi camino y protégenos de los designios oscuros de Diana. Haré lo necesario para salvaguardar la paz en mi reino y evitar la ira de la poderosa diosa.
Con estas palabras, la figura de Júpiter se desvaneció, dejando al rey Aurelio con la carga de sus decisiones y el destino de su reino en sus manos. El futuro de Nesuria pendía de un hilo, y el rey debía decidir si seguiría su propio camino o se sometería a la voluntad de los dioses.
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Joven reina Amara
Misterio / SuspensoEl destino escrito por los dioses se cumplirá, con el peso de la corona y el odio de su padre.