La advertencia de los dioses

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La noche envolvía el palacio en un manto oscuro mientras el rey Aurelio yacía en su lecho, sumido en un sueño inquieto. En su mente, una pesadilla se desplegaba como un oscuro presagio, una visión que lo dejaba temblando de temor.

Se encontraba solo en un vasto salón, iluminado por una luz misteriosa que parecía emanar de ninguna parte. Ante él, figuras etéreas se alzaban en silenciosa majestuosidad, sus formas borrosas pero sus presencias poderosas.

Eran los dioses del reino, los mismos seres que habían guiado a su estirpe durante generaciones, pero en esta visión, irradiaban una furia apenas contenida.

Entre ellos, una figura destacaba por su esplendor oscuro, sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural. Era el dios que presidía sobre el destino y la justicia, y su mirada estaba clavada en el rey Aurelio con una acusación silenciosa.

Con una voz que tronaba como el retumbar de los truenos, el dios habló:

Reino Aurelio, has desafiado los designios que hemos trazado para la joven princesa Amara. En tu afán de asegurar tu legado y tu poder, has torcido el hilo del destino, y ahora el equilibrio se tambalea.

El corazón del rey se congeló ante las palabras de los dioses, su mente revoloteando en busca de respuestas y justificaciones. Pero en el fondo de su ser, sabía que sus acciones habían desencadenado consecuencias que ni siquiera él podía controlar.

¡Oh, grandes dioses! -- Clamó Aurelio, arrodillándose ante la asamblea divina.-- No deseaba más que asegurar la grandeza de nuestro reino, proteger a mi familia y mantener la paz entre nuestros pueblos.

Pero las palabras del rey resonaron en el vacío, perdidas entre las sombras que lo rodeaban. Los dioses no mostraron compasión, solo una severidad implacable que cortaba hasta el alma.

Tu ambición ha cegado tu juicio, y ahora deberás enfrentar las consecuencias. -- Dijo el dios, su voz resonando como un veredicto final.

Con un estremecimiento, el rey Aurelio se despertó, su cuerpo empapado en sudor y su mente atormentada por las palabras de los dioses.

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Mientras Amara dormía, envuelta en un sueño profundo y agitado, una presencia etérea se materializó en la penumbra de su mente. Una luz suave y reconfortante llenó la habitación, y cuando abrió los ojos, se encontró con la figura radiante de la diosa Diana, la protectora de la luna y de los destinos.

—Diana, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó, su voz temblorosa con emoción y curiosidad.

—He venido a ti con un mensaje importante, Amara —dijo la diosa con su voz que resonaba como el susurro del viento en los árboles—. Tu madre está junto a mí en los reinos celestiales, observando con amor y orgullo tu viaje en este mundo.

Un nudo se formó en la garganta de Amara al pensar en su madre, cuya ausencia había dejado un vacío en su corazón desde que era una niña.

—Mi madre... —murmuró, sintiendo un torbellino de emociones abrumándola.

—Sí, ella está entre nosotros, velando por ti y guiándote en tu camino —afirmó la diosa—. Y tú, Amara, tienes un destino grande y poderoso que cumplir. Tu fuerza y tu coraje son mayores de lo que puedas imaginar.

—Pero, ¿qué debo hacer? —preguntó, su voz resonando con determinación y anhelo.

—Debes confiar en ti misma y seguir tu corazón —aconsejó la diosa, extendiendo una mano hacia ella en un gesto de apoyo y guía—. No temas enfrentarte a los desafíos que se presenten en tu camino, pues los dioses estarán contigo en cada paso del camino.

Con esas palabras, la figura de la diosa se desvaneció en la bruma de la noche, dejándola con una sensación de paz y propósito renovados.

Después de despertar de ese encuentro celestial, Amara sintió la urgencia de compartir la experiencia con su hermano Nerón. Lo encontró en su habitación, contemplando pensativamente el paisaje a través de la ventana del palacio.

—Nerón, tengo que contarte algo... —comenzó, su voz cargada de emoción y determinación.

Nerón se volvió hacia ella, notando la expresión seria en su rostro.

—¿Qué sucede, Amara? ¿Por qué pareces tan perturbada? —preguntó, preocupado por su incomodidad.

Le contó sobre su encuentro con la diosa Diana y el mensaje que había recibido, mientras él escuchaba con asombro y atención.

—Es increíble, Amara. Parece que tenemos un destino mucho más grande de lo que imaginábamos —dijo Nerón, su voz llena de emoción.

Lo que no sabían los hermanos era que Conall, su medio hermano y mano derecha del rey Aurelio, había escuchado todo desde su habitación.

El rey Aurelio, intrigado por la revelación que Conall le había proporcionado esa mañana, convocó a Amara y Nerón a su sala privada. Su rostro reflejaba una mezcla de curiosidad y autoridad mientras observaba a sus hijos entrar en la habitación.

—Amara, Nerón —comenzó el rey, su voz resonando con solemnidad—. He escuchado que tuvieron una noche interesante. Me gustaría saber más sobre lo que sucedió.

Amara intercambió una mirada rápida con su hermano antes de hablar, consciente de las implicaciones de revelar la visita de la diosa Diana.

—Sí, padre. Anoche, la diosa Diana se me apareció en un sueño... —comenzó Amara, pero fue interrumpida por la mirada dura y penetrante del rey.

—Nerón, ¿sabías algo sobre esto? —preguntó el rey, su tono lleno de autoridad.

Nerón vaciló por un momento antes de responder con cautela.

—Padre, no estaba al tanto de la visita de la diosa. Amara no me había mencionado nada hasta ahora.

El rey Aurelio frunció el ceño, su expresión endureciéndose aún más ante la respuesta de su hijo.

—Interesante... —murmuró el rey, sus ojos centelleando con una mezcla de intriga y desconfianza.

Luego, el rey se volvió hacia Amara con una mirada fría y calculadora.

—Amara, como sabrás, el matrimonio con Conall es crucial para asegurar la estabilidad y la prosperidad de nuestro reino —dijo el rey, su tono lleno de autoridad—. He decidido adelantar la fecha de la boda, y espero que estés de acuerdo con esta decisión.

Amara sintió un nudo en el estómago al escuchar las palabras de su padre, su mente girando con las implicaciones de lo que significaba para su futuro.

—Pero padre... —comenzó a decir Amara, pero fue cortada por la mirada dura del rey.

—Amara, escucha bien —interrumpió el rey, su voz llena de amenaza—. Si no estás de acuerdo con esta boda, entonces tendrás que abandonar este palacio y buscar refugio en otro lugar. No permitiré que tus caprichos pongan en peligro la estabilidad de nuestro reino.

El corazón de Amara se hundió al escuchar las palabras de su padre, su mente girando con las opciones que se le presentaban. Sabía que enfrentaba una decisión difícil, una que podría cambiar el curso de su vida para siempre.

Nerón observaba en silencio, su mandíbula tensa con frustración y preocupación por su hermana. Sabía que tendrían que unir fuerzas si querían enfrentarse a las amenazas que se les presentaban.

El rey Aurelio observaba a sus hijos con una expresión impasible, consciente del poder que tenía sobre sus destinos. Sabía que la decisión que tomaran tendría repercusiones que se extenderían mucho más allá de los muros del palacio.

Joven reina AmaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora