Descansa en paz

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La tensión en el palacio de Nesuria era palpable. La lluvia había cesado, y con ella, un aire pesado se cernía sobre sus habitantes. Amara, con el peso del luto aún sobre sus hombros, se encontró cara a cara con Conall en uno de los pasillos del palacio. Sus ojos, antes llenos de deseo de poder, ahora estaban cargados de resentimiento y odio.

—Amara —dijo Conall con un tono que goteaba veneno— no creas que porque compartimos el mismo techo y llevas mi nombre has ganado mi respeto. Serás mi esposa ante el mundo, pero nunca serás más que una hermana bastarda para mí.

Amara se mantuvo firme, con el dolor y la furia contenidos en su interior —Conall, eres tú quien nació fuera del linaje real. A pesar de tus intentos de manipulación, yo soy la primogénita del rey y los dioses me han elegido. Tu odio no puede cambiar los designios del destino.

Conall dejó escapar una risa amarga —¿Destino? El único destino que veo es el de una mujer que intenta desafiar el orden natural. Tal vez ahora tengas el favor de los dioses, pero no te equivoques, Amara. Todo lo que deseo es verte caer.

Amara no respondió, su mirada fija en Conall. Sabía que no tenía sentido intentar razonar con él; su odio era un pozo sin fondo que ni el tiempo podría llenar. Sin embargo, ella no podía dejar que su veneno la debilitara. Con pasos seguros, se alejó de él, enfocándose en la única cosa que realmente importaba: traer justicia a su reino.

Las horas pasaron, y el día llegó a su fin. La noche cubrió Nesuria, y el silencio en el palacio era denso, como si anticipara el desenlace de una tragedia. Amara se dirigió a la sala del trono, donde sabía que encontraría al rey Aurelio.

El rey estaba solo, sentado en su trono, rodeado por las sombras de sus propios pensamientos. La puerta se cerró suavemente tras Amara cuando entró en la sala. Aurelio levantó la mirada, sorprendido al ver a su hija allí a esas horas.

—Amara, ¿qué haces aquí? —preguntó su voz áspera por la sorpresa.

Amara avanzó hacia él, sus pasos resonando en el eco de la sala vacía —He venido a cerrar el ciclo que tú comenzaste, padre. Por el bien de Nesuria y por todos aquellos que has dañado.

Aurelio la miró, un destello de comprensión cruzando su rostro —¿Crees que puedes desafiarme? —se burló— Soy el rey. He gobernado este reino desde antes de que nacieras.

Amara se detuvo frente a él, su mirada fija y decidida —Y hoy es el día en que dejas de serlo. No más tiranía, no más muerte bajo tu mando.

—¿Vas a matarme, Amara? —preguntó el rey con una risa despectiva.

—Así como tú asesinaste a mi hermano, lo haré contigo. El reino crecerá bajo la sombra de la espada del verdadero elegido —replicó Amara, con una firmeza en su voz que hizo que Aurelio se detuviera.

Amara sacó una daga que llevaba oculta en su cinturón, el reflejo de la luz de la luna brillando en su filo.

Aurelio se levantó, su rostro endureciéndose al ver el arma —No te atreverías —dijo, pero su voz titubeó ligeramente, como si supiera que su tiempo había llegado.

Amara levantó la daga, su corazón latiendo con fuerza —Por Nerón, por mi madre y por todos aquellos que has hecho sufrir.

Aurelio intentó levantarse del trono, tambaleándose hacia Amara, su rostro distorsionado por el desprecio —Nunca entenderás, Amara. Gobernar no es para los débiles de corazón. Tú y tu hermano siempre fueron demasiado blandos, siempre queriendo complacer a todos. Eso no es lo que hace a un rey.

—Ser rey no significa sembrar miedo y destrucción —respondió Amara, acercándose más—. Significa proteger y cuidar a tu gente, algo que nunca entendiste.

El rey levantó una mano como si fuera a golpearla, pero Amara fue más rápida. Con un movimiento rápido y decidido, hundió la daga en el corazón de su padre, su mano firme y su mirada llena de dolor y resolución. Aurelio jadeó, la sorpresa en sus ojos transformándose en un reconocimiento silencioso de su derrota. Se desplomó en el trono, la vida abandonando su cuerpo lentamente. Amara se quedó allí, respirando con dificultad, sintiendo la enormidad de lo que acababa de hacer.

El palacio permaneció en silencio, como si el mundo hubiera contenido la respiración, esperando que la tormenta pasara. Amara se inclinó sobre el cuerpo sin vida de su padre, sintiendo una extraña mezcla de alivio y tristeza.

—Descansa en paz —susurró, no solo para él, sino también para su madre y su hermano, cuyas vidas habían sido silenciadas por la tiranía de Aurelio.

Amara sabía que el camino hacia la paz y la justicia no sería fácil, pero había dado el primer paso. Mientras abandonaba la sala del trono, el amanecer comenzaba a teñir el horizonte de un dorado resplandeciente. Con la luz del nuevo día, Amara sintió que la esperanza renacía en su corazón y en el de su reino.

Al día siguiente, el cuerpo de Nerón fue preparado para su entierro. La tormenta había cesado temporalmente, y un aire pesado envolvía a Nesuria mientras el cortejo fúnebre avanzaba lentamente hacia la cripta real. El cuerpo de Nerón yacía en un ataúd de ébano, adornado con símbolos de su linaje y cubierto con un manto dorado. Amara caminaba detrás, con la mirada fija en el ataúd, sintiendo cómo el dolor en su corazón se transformaba en una furia incandescente.

El entierro fue una ceremonia breve pero solemne. Los sacerdotes recitaron plegarias antiguas, y los asistentes, incluyendo cortesanos y soldados, se mantuvieron en un respetuoso silencio. Cuando el ataúd de Nerón fue bajado a la cripta, la lluvia regresó con fuerza al momento de que cayó la primera capa de tierra sobre él, como si los dioses lloraran su partida junto con Amara. Ella sintió una punzada final de tristeza antes de que la furia tomara completamente el control.

"No puedo permitir que la muerte de mi hermano quede impune", pensó, mientras apretaba los puños. "Ni que el sacrificio de nuestra madre sea olvidado".

A medida que la noticia de la muerte del rey se extendía, el pueblo comenzó a reunirse fuera del palacio. La gente susurraba, algunas voces eran de miedo, otras de alivio. Amara salió al balcón, mirando a las personas que se habían reunido. Sus ojos recorrieron la multitud, reconociendo la necesidad de un cambio, de un nuevo comienzo.

—Mi gente —comenzó, su voz firme y resonante— hoy comenzamos un nuevo capítulo en la historia de Nesuria. No habrá más tiranía, no más miedo. Juntos construiremos un reino justo y próspero para todos.

Las palabras de Amara resonaron entre la multitud, despertando una esperanza que había sido sofocada durante tanto tiempo.

Joven reina AmaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora