Tierras

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La reina Nazeth se había trasladado a un apacible y apartado palacio, alejada del bullicio y las intrigas del palacio principal. Aunque al principio disfrutaba de la tranquilidad del lugar, pronto comenzó a sentirse inquieta y desconfiada. Las noticias que llegaban desde la corte eran escasas y poco confiables. No entendía por qué su esposo la había alejado de esa manera y se preguntaba qué oscuros secretos podría estar guardando.

Mientras tanto, en el palacio principal, el rey Aurelio continuaba con sus maquinaciones, actuando con astucia y despiadada determinación. Se deshizo de consejeros leales y nombró a nuevos funcionarios que estaban bajo su control, asegurándose de que no cuestionaran sus decisiones. La corrupción y el abuso de poder se convirtieron en moneda corriente en el reino, y el rey manipulaba la información para ocultar sus verdaderas intenciones.

La reina, sintiéndose cada vez más aislada, comenzó a investigar por su cuenta. Descubrió que el rey estaba aliado con naciones vecinas con el objetivo de expandir sus fronteras y someter a los reinos cercanos. Su esposo estaba dispuesto a desatar la guerra y derramar sangre inocente para lograr sus ambiciones de dominio y poder absoluto.

Nazeth paseaba ansiosamente por el gran salón real, con su vestido esmeralda ondeando con gracia sobre el suelo de mármol. El rey Aurelio estaba al final del salón, con los brazos cruzados sobre el pecho y un ceño fruncido grabado en su majestuoso rostro.

—¿Cómo pudiste engañarme? ¿Cómo pudiste ser capaz de hacer algo tan terrible? Estás dispuesto a traicionar y poner en peligro a toda la gente de este reino por tus ambiciones egoístas, no solo al pueblo, sino a tus hijos. Deberíamos gobernar de corazón, juntos, por las personas que dependen de nosotros.

—Querida, no te preocupes por los asuntos del reino. Tengo a mi disposición a gente mucho más competente que tú para tomar decisiones. Tu influencia solo estorba.

La reina, frustrada y decidida, dio un paso al frente, mirando fijamente a su esposo.

—¡No me subestimes, Aurelio! Tengo un secreto que podría cambiarlo todo. El primogénito del reino no es Nerón, es Amara, nuestra hija. Y estoy dispuesta a revelarlo al mundo si es necesario para detenerte en tu camino de destrucción.

El rey Aurelio se tensó al escuchar la revelación de la reina y su expresión se endureció aún más. Luego, con voz fría, lanzó su amenaza.

—No juegues con fuego, Nazeth. Si revelas esta mentira, estarás arriesgando tu vida y tu relación con nuestros hijos. Estoy dispuesto a alejarte de ellos y garantizar que nunca vuelvas a verlos si intentas cruzar esta línea.

La reina Nazeth, consciente de la gravedad de la amenaza de su esposo, sintió una mezcla de miedo y determinación. A pesar de sus diferencias y la traición de su esposo, sabía que proteger a sus hijos era su prioridad.

—Aurelio, no deseo la destrucción de nuestra familia, pero tampoco puedo permitir que sigas por este oscuro camino. No solo mi vida está en juego, sino la de nuestros hijos y la del reino entero. Tienes que detenerte, pensar en lo que estás haciendo.

El rey Aurelio, aunque afectado por las palabras de la reina, no mostró señales de ceder. Su ambición y su deseo de poder lo habían consumido.

—Nazeth, no me subestimes a mí. No importa cuánto lo niegues, mi poder es absoluto en este reino. Si me retas, te enfrentarás a consecuencias inimaginables.

Mientras tanto, en el jardín del palacio, Amara y Nerón jugaban bajo el cálido sol, el suave viento agitando las hojas de los árboles. Disfrutaban de un día de diversión, pero pronto surgió un conflicto. Encontraron un hermoso y brillante juguete en forma de corona, un regalo de algún visitante del reino.

Amara lo tomó en sus manos, maravillada por su brillo, mientras Nerón también lo deseaba. Comenzó una discusión entre los dos hermanos por quién debería quedarse con el juguete.

—¡Es mío, Amara! Yo lo vi primero —dijo Nerón, tratando de arrebatarle el juguete.

—¡No, Nerón, yo lo tengo ahora! —respondió Amara, aferrándose al juguete con firmeza.

La pelea por el juguete atrajo la atención de algunos sirvientes y consejeros del palacio que estaban cerca. Observaban la escena con interés, sin intervenir de inmediato.

Amara y Nerón continuaron discutiendo y forcejeando, pero en un momento, Amara tuvo una idea.

—Nerón, ¿y si compartimos la corona? Puedes usarla un tiempo y luego yo la usaré.

Nerón, inicialmente reacio, finalmente asintió ante la propuesta de su hermana.

—Está bien, Amara. Compartiremos.

Los observadores, impresionados por la habilidad de Amara para resolver el conflicto y llegar a un acuerdo con su hermano, empezaron a murmurar entre ellos.

—¿Has visto eso? Amara tiene un don para la diplomacia y la resolución de conflictos.

—Es cierto. Si ella es capaz de controlar a su hermano en este pequeño asunto, tal vez también pueda influir en su padre, el rey.

La reina Nazeth, con el corazón pesado y lágrimas en los ojos, se dio cuenta de que la confrontación con el rey Aurelio era inútil. Sintió que no podía cambiar el rumbo de su esposo, al menos por ahora. Abatida y rendida, abandonó la sala real.

Mientras caminaba por los pasillos del palacio, se dirigió hacia el patio, donde sabía que sus hijos, Amara y Nerón, estaban jugando. Al llegar allí, se encontró con una escena que la llenó de nostalgia y tristeza.

Amara y Nerón estaban jugando en el patio, pero esta vez no estaban peleando por un juguete. En cambio, compartían y cooperaban en sus juegos. La reina escuchó mientras los sirvientes y las mujeres del harén comentaban la escena con cizaña y envidia.

—No estoy segura de por qué todos ponen sus esperanzas en Amara. ¿Qué hay de nuestros propios hijos? Algunos de ellos son igual de inteligentes y compasivos.

—Tienes razón. Mis hijos han demostrado habilidades excepcionales. Si tan solo tuviéramos la oportunidad de educarlos y guiarlos de la misma manera en que la reina lo hace con Amara.

Esas eran algunas de las cosas que murmuraban las mujeres del harén del rey. La lucha sería interminable y la reina estaba decidida a darlo todo para educar a Amara y Nerón para que, en un futuro, pudieran derrocar a su padre.

Joven reina AmaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora