El Retorno a la Ciudad en Agonía

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La ciudad en agonía representaba el comienzo de su lucha por la justicia y la compasión, y traer la esperanza de vuelta a un reino que se encontraba al borde de la desesperación.

El palacio principal, una vez el epicentro del poder y la grandeza del reino, ahora estaba sumido en una atmósfera de tensión y desesperación. La llegada de Amara y Nerón había causado un revuelo entre la corte y los consejeros, quienes estaban preocupados por el regreso de los herederos.

El rey Aurelio, aunque consciente de la muerte de la reina Nazeth, no estaba preparado para el impacto emocional de su regreso. Cuando se enteró de la muerte de su esposa y de la advertencia de los dioses, una sensación de temor se apoderó de él. Estaba solo en su despacho, con sus ojos cerrados, meditando toda la situación, hasta que escuchó las puertas del despacho abrirse y al mensajero anunciar la llegada de los príncipes.

Con retardo se levantó de su silla y caminó hacia el salón principal, donde se encontraban sus hijos y el cuerpo de su amada esposa.

La atmósfera en la habitación del palacio se volvía más densa a medida que el rey Aurelio se enfrentaba a la presencia de sus hijos. La luz tenue de las velas iluminaba sus rostros, destacando las líneas de preocupación y cansancio en el semblante del monarca.

—Padre, hemos vuelto para enfrentar los desafíos que amenazan al reino. La muerte de madre y las advertencias de los dioses nos han impulsado a tomar acción —dijo Amara con firmeza.

Nerón agregó:

—La ciudad se encuentra en desolación, sumida en el caos. Necesitamos tu liderazgo para restaurar la esperanza y enfrentar lo que sea que nos aguarde. El pueblo que vimos al entrar parecía un reino sin rey.

El rey soltó una gran carcajada que hizo el suelo estremecer, caminando hacia su trono mientras miraba el cuerpo yaciente de su esposa.

—Niños míos, no me hagan reír —dijo Aurelio mientras hipeaba de tanto reír—. Ustedes no son más que estorbos en este palacio. ¡Lárguense y llévense a su madre!

Amara se mantuvo firme, enfrentando la mirada malevolente de su padre con determinación.

—Padre, aunque desprecies nuestra presencia, no podemos ignorar la destrucción que asola nuestro reino. La gente sufre, y tu desdén solo empeora las cosas. ¿Es así como honras la memoria de madre?

Nerón asintió con seriedad, respaldando las palabras de su hermana.

—Necesitamos un líder que se preocupe por el bienestar del reino, no alguien que se enorgullezca de su propia crueldad.

Aurelio, lejos de sentirse afectado por las palabras de sus hijos, soltó una risa burlona.

—Oh, queridos hijos, siempre tan ingenuos. El poder no se construye con compasión, sino con miedo. Yo soy el rey, y mi voluntad es la ley. ¿No lo entienden?

Amara, con un tono de desafío, respondió:

—Padre, el miedo puede otorgar poder momentáneo, pero también siembra la rebelión y la desesperación. La grandeza de un rey se mide por su sabiduría y compasión, no por el temor que infunde.

Nerón se sumó al discurso de su hermana.

—El reino clama por un líder que lo guíe con nobleza, no por un tirano que lo sumerja en la oscuridad. Si persistes en este camino, no solo perderás el reino, sino también a tus propios hijos.

Aurelio, lejos de conmoverse, respondió con desdén.

—ustedes, ilusos, no comprendéis el peso del poder. Mis decisiones son inquebrantables, y si es necesario, aplastaré cualquier intento de desafío.

Amara advirtió:

—Los dioses se enojarán y se levantarán contra ti. Tu ceguera y tu orgullo son las verdaderas amenazas para el reino.

Aurelio, mirando desde su trono a sus hijos, con una sonrisa despectiva, respondió:

—Los dioses no se pondrán en mi contra. Yo soy el rey, y mi voluntad es la que rige este reino.

Ante la inquebrantable actitud de su padre, Amara y Nerón, con pesar en sus corazones, decidieron retirarse del salón. El rey Aurelio, con un gesto de desprecio, les gritó mientras se alejaban:

—¡Llévense el cuerpo de la reina y desaparezcan de mi vista! Que su ausencia sea un recordatorio de la insignificancia de sus esfuerzos.

Los hermanos intercambiaron miradas sombrías, pero asintieron en silencio. Se dirigieron hacia donde yacía el cuerpo de la reina y, con reverencia, lo prepararon para llevarlo consigo.

Amara miró hacia atrás, al trono donde su padre se sentaba con arrogancia, y luego a su hermano.

—Nerón, no podemos permitir que el reino siga sumido en la oscuridad. Tenemos que encontrar una manera de cambiar el corazón de nuestro padre.

Nerón asintió, compartiendo la determinación de su hermana.

—Tienes razón, Amara. Pero, ¿cómo convencer a alguien tan obstinado y entregado al poder?

Amara reflexionó por un momento y luego sugirió:

—Debemos buscar aliados entre la nobleza y el pueblo. Si mostramos que no estamos solos en nuestro descontento, podríamos inclinar la balanza a nuestro favor.

Nerón asintió nuevamente, viendo la sabiduría en las palabras de su hermana.

—También debemos descubrir más sobre las advertencias de los dioses. Quizás haya algún vínculo entre esas premoniciones y el cambio en el comportamiento de nuestro padre.

Joven reina AmaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora