Intrigas Palaciegas

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El sol se alzaba majestuoso sobre el horizonte, bañando el reino en una cálida luz dorada. En el gran salón del palacio, la emoción y la expectación llenaban el aire mientras los nobles se congregaban para presenciar un evento de gran importancia: el anuncio de una nueva alianza entre reinos.

El rey Aurelio, con su presencia imponente, se erguía en el centro del salón, flanqueado por su hijo, el príncipe Nerón, y una distinguida delegación del reino del oeste. Los murmullos de la multitud se apaciguaron cuando el rey tomó la palabra.

—Nobles señores y damas, es un honor para mí anunciar una alianza que fortalecerá nuestros lazos y asegurará la paz y la prosperidad para generaciones venideras. Mi hijo, el príncipe Nerón, ha sido bendecido con la mano en matrimonio de la encantadora princesa Isadora, hija del respetado rey del oeste.

Los aplausos resonaron en el salón mientras Nerón, con una expresión sombría, e Isadora intercambiaban miradas de incomodidad. Aunque la alianza entre los reinos era celebrada por los presentes, Nerón no podía ocultar su descontento y preocupación por el matrimonio, que veía más como un compromiso forzado que como un símbolo de unidad y estabilidad.

Mientras las bailarinas entraban y la música comenzaba, Nerón, con el ceño fruncido, abandonó la sala en silencio, ignorando los gestos de entusiasmo a su alrededor. Amara, notando la ausencia de su hermano, decidió ir en su búsqueda, preocupada por su estado de ánimo.

Conall, observando la escena con una sonrisa sarcástica, calculaba cada movimiento en el tablero de la política palaciega. Sin dudarlo, se deslizó discretamente hacia donde se encontraba el rey Aurelio, informándole en voz baja sobre la ausencia de Nerón y Amara en el salón principal.

El rey, con una mirada penetrante, asintió con gesto severo, ordenando a Conall que los siguiera y que reportara todo lo que escuchara. Conall, obediente, se movió tras los pasos de los hermanos, decidido a descubrir qué secretos se gestaban en la oscuridad.

Finalmente, Amara encontró a Nerón en un rincón apartado del palacio, sumido en sus pensamientos. La preocupación se reflejaba en sus ojos cuando enfrentó a su hermano.

—Nerón, ¿qué te sucede? Te vi salir apresuradamente del salón.

—No puedo evitar sentirme abrumado por todo esto. Este matrimonio no es lo que quiero, y me siento atrapado en una situación que no puedo controlar.

De repente, una risa sarcástica rompió el silencio.

—Parece que los hermanitos tienen mucho de qué hablar —intervino Conall—. ¿No es adorable ver cómo la familia real resuelve sus problemas?

En ese momento, como emergiendo de las sombras, el rey Aurelio reveló su presencia. Su risa malévola resonó en la habitación mientras su mirada ardiente los envolvía con una intensidad amenazadora. Con una falsa preocupación, se acercó a Amara y Nerón, su rostro mostrando una máscara de afecto que no lograba ocultar el frío cálculo detrás de sus ojos.

—Mis queridos hijos, ¿qué significa este murmuro? ¿Por qué se alejan de la celebración? ¿Acaso hay algún problema que necesiten discutir?

Su voz resonó con una dulzura fingida, mientras su mirada escudriñaba las reacciones de los dos jóvenes. Amara y Nerón intercambiaron miradas nerviosas, conscientes de que sus palabras habían sido escuchadas por oídos no deseados. La presencia del rey, aunque velada bajo una máscara de preocupación, los llenaba de inquietud.

—Como no tienen nada que decir, hablaré yo. Ya conocen a Conall, mi más fiel servidor, hijo del marqués y un gran guerrero. Oh, y olvidaba mencionar, futuro esposo de Amara.

Conall, detrás del rey, sonreía con altanería mientras Nerón y Amara lo miraban con ojos llenos de cólera.

—Si mi matrimonio está pactado, ¿por qué Amara necesita casarse tan pronto? —protestó Nerón—. Yo soy el heredero al trono, no ella. Deja que siga sus estudios.

—No es una decisión en la que debas intervenir —replicó Aurelio, con voz firme—. Desde su nacimiento, tú y tu hermana están comprometidos para el futuro del reino. No te metas en estos asuntos.

Girándose, tomó a Conall del hombro y le dio un apretón de aprobación, antes de dirigirse de vuelta a la fiesta, dejando a los tres solos.

—No te preocupes, Nerón —dijo Conall con una sonrisa burlona—, seré todo un caballero con tu hermosa hermana.

Mientras se alejaba, su mirada centelleaba con arrogancia. Nerón apretó los puños con impotencia, sintiendo el peso de las responsabilidades que se le imponían injustamente. Amara, por otro lado, permanecía en silencio, pero su mirada ardía con determinación. Sabía que no podía permitir que las manipulaciones de su padre y las intrigas de Conall dictaran su destino. Además, confiaba en que los dioses no la perjudicarían de esa manera.

Las sombras danzaban alrededor de los dos hermanos mientras el peso de las decisiones pendientes colgaba sobre sus cabezas como una espada de Damocles. Nerón rompió el silencio con un suspiro de resignación, su voz cargada de amargura.

—Parece que no tenemos elección en este asunto. Pero no permitiré que mis decisiones sean dictadas por la conveniencia política de otros.

—Estoy contigo —respondió Amara, con una chispa de rebeldía en los ojos—. No permitiré que nuestro destino sea decidido por los caprichos de nuestro padre o de Conall. Los dioses estarán de nuestro lado.

Joven reina AmaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora